El orgullo y la arrogancia, malos compañeros de una buena gestión

En su viaje por el primer círculo del Purgatorio, donde purgan las almas culpables de Orgullo, Dante cuenta en “La Divina Comedia” que el castigo prescrito a los engreídos es cargar con pesadas piedras que les impiden alzarse o levantar la cabeza. La altivez que exteriorizaron en el pasado se ha transformado en pleitesía, sumisión y doblar la cerviz. Los que antes levantaban el mentón o miraban de soslayo a los demás, ahora solo ven el suelo.

¿Se imagina que en su empresa se obligase a los más orgullosos a cargar con los bultos de todos y que fuesen de un lado a otro deslomados y quejumbrosos por el encargo que les han hecho? Se trata de una fantasía, porque los más engreídos nunca hacen el trabajo pesado.

En los Cantos X y XI del libro del Purgatorio de “La Divina Comedia” se menciona a distintos personajes contemporáneos de Dante –con tres tipos genéricos de orgullo– que pagan su soberbia y falta de modestia.

La superioridad social

Guglielmo Aldobrandeschi, el primero de ellos, sufre el complejo de superioridad social, la jactancia por pertenecer a un linaje noble. Miembro de una familia aristócrata de origen lombardo, se lamenta de que “la sangre antigua y los ilustres hechos” de su estirpe le hicieran tan altivo y despreciativo que acabase siendo asesinado.

Posiblemente el orgullo de clase sea el menos justificado: el mérito personal de su titular es mínimo, más bien resultado de la suerte.

En el mundo empresarial se registran comportamientos semejantes al de Guglielmo, aunque resultan intempestivos y chocantes. La expresión “¡usted no sabe con quién está hablando!” es el recurso que utilizan los que se encuentran en circunstancias complejas y no encuentran mejor argumento en su defensa.

Por otro lado, mencionar nombres de personas conocidas (name dropping) es una variedad de jactancia de la que suelen servirse los que no tienen logros propios que acreditar.

La superioridad intelectual

El segundo tipo de orgullo a purgar sería el complejo de superioridad intelectual. Es decir, la creencia de que la inteligencia es un atributo que merece reconocimiento y ascendencia sobre los demás.

Sin duda que la inteligencia bien ejercitada puede generar resultados eminentes. A este respecto, cabe recordar la parábola de los talentos: se espera que cada cual rinda frutos en función de sus capacidades. Por tanto, destacar no es laudable si no hay esfuerzo que complemente a la inteligencia.

En la Comedia, el personaje que representa la superioridad intelectual es Oderisi da Gubbio, un conocido ilustrador de códices de la época. Se aflige porque “el fiero deseo de excelencia se había apoderado de mi alma” y reconoce que la gloria del obrar humano es “vana y efímera”: otro ilustrador al que menospreció acaba superándole en fama.

Dante añade otra comparación, referida al prestigio pasajero de los artistas, en este caso pintores, ambos reconocidos ampliamente en la actualidad: “Creía Cimabue que reinaba en la pintura y Giotto impera ahora, y la fama de aquel está menguada”.

La superioridad moral

El tercer tipo de complejo es la superioridad moral que, en ocasiones, se describe como sentirse en posesión de la verdad, o creer que se cuenta con el apoyo de la divinidad en el cumplimiento de una misión. La superioridad moral puede reflejarse también en comportamientos de narcisismo de grupo y de etnocentrismo, considerarse superior a los miembros de otras culturas, de otras empresas, de otras etnias.

En el Purgatorio, Dante se encuentra con Provenzano Salvani, un mercenario sienés que se propuso arrasar Florencia. Salvani prometió que su cabeza sobresaldría sobre las demás en el campo de batalla. Apresado y decapitado por los florentinos, su profecía se cumplió porque fijaron su testa a la pica más alta que encontraron.

Humildad y liderazgo

Al repasar estos tres tipos de complejos de superioridad, que generan un orgullo indebido, pienso en la misión de las escuelas de negocio: formar líderes cosmopolitas, comprometidos con la generación de valor sostenible.

Una de las críticas recurrentes hacia estas instituciones es que las escuelas de negocios promueven entre sus alumnos el elitismo, el complejo de superioridad y la convicción de que están llamados a ser masters del universo.

Por mi parte, creo en la importancia de la humildad como un valor central en el ejercicio del liderazgo responsable. Frente a la concepción convencional del liderazgo asociado al carisma, al poder y la superioridad –social, intelectual o moral– insisto en la práctica de virtudes que ayuden a construir relaciones interpersonales equitativas y apreciadas.


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Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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Santiago Iñiguez de Onzoño no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.