Opinión: Trump ha rematado la credibilidad de Estados Unidos para su beneficio personal

DESDE CHINA HASTA UCRANIA, ESTE PRESIDENTE HA ACTUADO EN CONTRA DE LA POLÍTICA EXTERIOR DE ESTADOS UNIDOS. IMAGINA QUÉ PODRÍA HACER CON CUATRO AÑOS MÁS.

Hace un año, el mundo leyó la transcripción de una llamada telefónica en la que el presidente estadounidense, Donald Trump, presionó al gobierno de Ucrania para que le diera información comprometedora sobre su rival político, Joe Biden. La transcripción de esa llamada, junto con otras pruebas, dejaron claro que el presidente y sus asociados les pidieron a funcionarios de Kiev que favorecieran los intereses políticos de Trump a cambio de ayuda militar estadounidense necesaria para defender a Ucrania. A finales del año pasado, el presidente fue sujeto a un juicio político por ese abuso de poder.

Esta no fue la única instancia en la que las prioridades personales de Trump corrompieron la política exterior de Estados Unidos. A medida que se acercan las elecciones de 2020, el presidente ha ignorado cada vez más las políticas que desarrolló su propio gobierno y en cambio ha buscado realizar transacciones guiadas por su egoísmo e instinto. El resultado es una tela de retazos de políticas formales y acuerdos informales que ha socavado los intereses y la credibilidad de Estados Unidos. Sin embargo, el manejo descuidado de Trump importa menos que su resultado: en este momento nadie puede confiar en la política exterior estadounidense.

Por desgracia, la confianza es la moneda oficial en el ámbito de la seguridad nacional. Uno de nosotros, el teniente coronel Vindman, sirvió en el ejército durante más de dos décadas, incluidos diecinueve meses en el equipo de seguridad nacional de Trump; el otro, Gans, sirvió en el Pentágono y escribió un libro sobre cómo los presidentes, desde Harry Truman hasta Trump, han tomado decisiones de seguridad nacional. Sabemos qué se siente querer aconsejar y ser responsables de hacer cumplir las políticas públicas. Y los dos hemos visto —en la historia y en años recientes— qué sucede cuando la toma de decisiones se vuelve errática y colapsan las instituciones.

La confianza es la razón por la que históricamente los funcionarios gubernamentales han pasado tanto tiempo sentados alrededor de mesas de conferencias y en videoconferencias desarrollando políticas estratégicas congruentes. Durante cierto tiempo, estas prácticas continuaron bajo el mandato de Trump. Funcionarios de carrera —militares, diplomáticos y miembros de la comunidad de inteligencia— trabajaron con los delegados políticos del presidente para tomar decisiones y elaborar documentos. Sin embargo, el presidente y sus fieles dentro y fuera del gobierno socavaron cada vez más este proceso con guiños, gestos y mensajes de WhatsApp, en busca de transacciones secundarias que priorizan el beneficio personal, violan las normas e invitan a la corrupción.

Esto sucedió con Ucrania. En marzo de 2018, Trump emitió una orden ejecutiva que señalaba que la política estadounidense era apoyar a Ucrania y oponerse a cualquier esfuerzo que “amenazara su paz, seguridad, estabilidad, soberanía e integridad territorial”. No obstante, cuando el presidente tomó el auricular en julio pasado, no tenía en mente esa política, sino su propia reelección. El acuerdo que Trump quería cerrar por teléfono era la culminación de una conspiración maquinada por agentes rusos y partidarios de Trump. El resultado: demasiada gente en Washington y Kiev se vio en la necesidad de intentar descifrar cuál era la política de Estados Unidos.

No solo es Ucrania. En China, Trump debilitó la presión de su propia guerra comercial al suplicarle al presidente Xi Jinping a puerta cerrada que comprara productos en distritos electorales cruciales. De forma extraordinaria, el mes pasado, Trump lo admitió al decir: “China ha comprado muchas… muchas cosas, y lo hacen para tenerme contento”. Los tratos independientes de Trump con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, como las invitaciones para volver al G-7 y realizar una visita a la Casa Blanca, han puesto en riesgo las respuestas de Estados Unidos y de la OTAN frente a las agresiones rusas.

En la recta final antes de las elecciones, Trump ha anulado muchas de las salvaguardas que quedaban en contra de los malos acuerdos e incluso ignora con mayor frecuencia a sus asesores profesionales. Está haciendo todo lo posible por acumular victorias de último minuto antes de las elecciones de noviembre. Los acuerdos del presidente —al diablo los intereses de Estados Unidos— parecen haberse vuelto el único objetivo. No es ninguna sorpresa que otras naciones se hayan percatado, y algunas hayan aprovechado la oportunidad para extraer concesiones antes de conceder las fotos oportunistas que Trump desea con tanta desesperación.

A inicios de este mes, Trump llevó a la Casa Blanca a los presidentes de Kosovo y Serbia para normalizar las relaciones económicas, un objetivo que se buscaba desde hace tiempo en ambos lados del Atlántico. Por desgracia, ese no fue el acuerdo firmado, un momento que se vio reflejado en el momento en que Trump sorprendió al presidente de Serbia, Aleksandar Vucic, con la noticia de que la embajada de su país se iba a mudar a Jerusalén (una maniobra que Vucic echó para atrás después). Desde ese momento y antes de que se secara la tinta, buena parte de ese acuerdo se ha venido abajo.

Trump también ejerció presión para que los líderes de Israel, Baréin y los Emiratos Árabes Unidos fueran a la Casa Blanca a firmar un acuerdo que, según muchos expertos, hizo poco por hacer realidad el “extenso acuerdo de paz” regional que prometió la Estrategia de Seguridad Nacional oficial del gobierno. En cambio, la reunión fue poco más que una oportunidad para que Trump se tomara una foto en favor de su campaña de reelección y tal vez haya socavado esfuerzos futuros para lograr resultados duraderos y significativos en la región.

De vez en cuando, los predecesores de Trump también tomaron decisiones y firmaron acuerdos que beneficiaron sus intereses políticos. No obstante, esos acuerdos solían alinearse con las políticas establecidas y los intereses de Estados Unidos. El problema es que los acuerdos de Trump no lo hacen con demasiada frecuencia.

Y esos son solo los acuerdos de los que tenemos conocimiento: pocas personas saben con certeza qué prometió en otras llamadas y reuniones. Tal vez nunca lo sepamos. Esta tela de retazos incongruente, incompleta e inescrutable de política exterior no solo es ineficaz, sino que Estados Unidos corre el riesgo de cometer errores desastrosos, y sus aliados y adversarios, errores de juicio. También presenta una posible oportunidad para el tipo de negligencia ética que preocupa a muchos sobre las deudas y los acuerdos expuestos en los nuevos informes sobre los impuestos de Trump.

Nadie, ni siquiera Trump, puede asegurar con certeza cuál es la política exterior de Estados Unidos en ningún tema actual. Tal incertidumbre es una fuente de estrés y fricciones, que no solo deja al margen al personal militar, los diplomáticos y los funcionarios de inteligencia de Estados Unidos, sino que también los deja desfasados entre ellos y con nuestros aliados. Después de casi cuatro años de esta incertidumbre, los representantes de los gobiernos extranjeros simplemente usan atajos en el sistema y buscan un canal alternativo a la Casa Blanca para saber si Estados Unidos va a dar un paso en falso.

Y lo que es peor, la incertidumbre significa que los mismos estadounidenses no pueden conocer todos los acuerdos que se firman en su nombre ni tampoco confiar en ellos. Aunque Trump pasará el resto de las semanas de la campaña hablando sobre algunos acuerdos y negando otros, el verdadero alcance de su corrupción de la política exterior estadounidense no se sabrá en muchos años. Cuando los estadounidenses vayan a votar, tal vez no comprendan qué incluye cada uno de los acuerdos de Trump. Sin embargo, deberían saber cómo y por qué los está firmando.

Si Trump logra quedarse en la Casa Blanca, creerá que tiene el poder para crear más acuerdos de este tipo. La reelección eliminará la última protección que queda en contra de la corrupción de la política exterior estadounidense y pondrá bajo tierra o sacará del gobierno a cualquiera que busque evitar un desastre. Es imposible predecir el daño a los intereses, al poder, así como a la credibilidad, las relaciones y la reputación de Estados Unidos.

Sin embargo, sí se puede confiar en algo: a lo largo de cuatro años más, es poco lo que Trump dudaría en sacrificar en un acuerdo.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company