Opinión: Shinzo Abe no logró rearmar a Japón, que así siga

JAPÓN TIENE UNA OPORTUNIDAD DE REPARAR LAS RELACIONES CON LOS VECINOS MOLESTOS POR SU AGENDA NACIONALISTA.

Japón apenas había empezado a procesar la conmoción que supuso el asesinato del ex primer ministro japonés Shinzo Abe a manos de un hombre armado el 8 de julio antes de que la atención se centrara en si su intento de remilitarizar a Japón, incluida la revisión de su Constitución pacifista, continuaría tras su muerte.

Abe, el primer ministro que más tiempo ocupó el cargo en Japón, era una presencia imponente en su país y un influyente estadista en el extranjero. Abogó por un Japón más comprometido con el mundo, fue una fuerza impulsora de la alianza Quad entre Estados Unidos, Australia, India y Japón, y algunos lo reconocen como el iniciador de la idea misma de la región Indo-Pacífica más extensa.

También imaginó un Japón con mayor poderío militar, centrado en su sueño incumplido de reescribir su Constitución de la posguerra, que prohíbe a su país mantener una capacidad de fuerzas armadas ofensivas. Sus partidarios han prometido hacer realidad estos sueños, impulsados en gran medida por el temor a una China más poderosa.

Sin embargo, es hora de que Japón se despida no solo de Abe, sino también de su programa de rearme nacionalista. Los recursos políticos y económicos de Japón no deberían centrarse en la revisión de la Constitución ni en el aumento del gasto en defensa, sino en mantener la paz a través de la diplomacia y en apuntalar una economía que se ha tambaleado por los años de políticas de efecto derrame de Abe.

En un momento crítico en el que Estados Unidos está centrado en enfrentarse a China, un Japón más humilde y pacifista podría desempeñar un papel importante al volver a comprometerse con Pekín para ayudar a reducir las tensiones entre China y Estados Unidos.

A Abe le dispararon mientras hacía campaña a favor de su Partido Liberal Democrático para las elecciones parlamentarias que se iban a celebrar dos días después. Deja a su paso un legado personal mucho más controvertido y accidentado de lo que justifican los simplistas y aduladores homenajes posteriores a su muerte.

En Japón, los detractores consideran que Abe fue un bravucón arrogante que silenciaba a sus críticos. Los controles constitucionales, parlamentarios y de los medios de comunicación fueron socavados durante su mandato y fue bien sabido que hizo declaraciones falsas ante el Parlamento 118 veces por un escándalo político.

Sin haber necesidad, ofendió a vecinos como Corea del Sur y China —donde aún bulle la ira por la brutal agresión bélica de Japón— con su revisionismo histórico. Su visita al Santuario Yasukuni en diciembre de 2013 en Tokio, que honra a los muertos de guerra japoneses, incluidos los criminales de guerra de la Segunda Guerra Mundial, provocó incluso un reproche inusual de Estados Unidos. También respaldó libros de texto escolares que pasan por alto la barbarie japonesa de la Segunda Guerra Mundial, incluido el hecho de haber obligado a miles de mujeres de toda Asia a servir como esclavas sexuales para los soldados japoneses.

Pero pocos aspectos de la carrera de Abe amenazaron con alterar el carácter nacional de Japón y su papel en la región tanto como su cruzada contra el Artículo 9, que renuncia a la guerra como un medio para resolver controversias internacionales y limita la capacidad bélica de Japón a la autodefensa. Abe irritó a millones de japoneses que no ven ninguna razón para apartarse de un compromiso con la paz que mantuvo a Japón fuera de cualquier participación directa en la guerra desde 1945 y que le permitió centrarse en convertirse en una potencia económica.

El fallecido ex primer ministro no logró cambiar el artículo a pesar de haber estado dos veces en el poder, de 2006 a 2007 y de 2012 a 2020. En su lugar, se conformó con una reinterpretación que permite a Japón ayudar militarmente a sus aliados cercanos en ciertas condiciones, pero ha sido criticada por ser inconstitucional.

Japón no parece estar próximo a modificar el Artículo 9 en este momento, en particular ahora que el ala derecha del Partido Liberal Democrático se ha quedado sin su indiscutible abanderado. El compromiso con la paz es profundo en un país que fue llevado a la guerra por un gobierno militar, lo que causó un enorme sufrimiento en Asia y terminó con la derrota total de Japón y la distinción de ser el único país atacado con armas nucleares.

Una encuesta de opinión realizada a finales de junio por la cadena de televisión NHK reveló que solo el 5 por ciento de los participantes mencionó que revisar la Constitución era su prioridad electoral, mientras que el 43 por ciento mencionó la economía. La opinión pública está dividida en lo que corresponde a la revisión del Artículo 9, ya que hay un 50 por ciento a favor contra un 48 por ciento en contra, según una encuesta efectuada en mayo, y un 70 por ciento dijo que no había un mayor impulso para la revisión.

El Partido Liberal Democrático, dominante desde hace tiempo, y sus aliados alcanzaron la mayoría necesaria de dos terceras partes en la cámara alta del Parlamento para iniciar un referendo nacional con el fin de reformar la Constitución. Pero esto se esperaba incluso antes del asesinato de Abe y los logros de la coalición gobernante se debieron en parte a las divisiones al interior de la oposición más que a una victoria aplastante de los seguidores de Abe. Ni siquiera Abe impulsó de manera seria un referendo debido a los riesgos políticos, a pesar de gozar de una mayoría de dos terceras partes durante algunos de sus años en el poder.

Ahora la atención se centra en el primer ministro Fumio Kishida, pero es una medida de cuán asfixiante fue la presencia de Abe —quien prohibió la disidencia abierta entre líderes políticos— el hecho de que los japoneses en realidad no saben qué esperar de Kishida, quien representa a los moderados de su partido que sean opuesto a la revisión constitucional. Después de la elección, Kishida prometió un mayor gasto en defensa y prometió renovar la atención en el Artículo 9, pero no dio ninguna señal de que esto fuera más que un guiño cortés para honrar al difunto Abe.

Sin embargo, no hay duda de que Kishida se fortaleció. Abe no dejó a ningún sucesor de derecha y su muerte desestabiliza a la facción, lo que le da a Kishida la oportunidad de ejercer un mayor control sobre la agenda nacional.

Esto podría incluir generar apoyo para desviarse de la Abenomía, las políticas que se implementaron durante el segundo mandato de Abe en el poder que se proponían sacudir dos décadas de estancamiento económico mediante estímulos presupuestarios y monetarios, el aumento del gasto público y las reformas desreguladoras. Las ganancias corporativas aumentaron, pero la deuda pública se acumuló, las reformas estructurales audaces nunca se emprendieron con seriedad y los salarios siguieron estancados. Luego llegó la pandemia. El yen se está debilitando, y la inflación está en aumento, al igual que las infecciones de coronavirus.

Kishida ha hecho un llamado para priorizar el aumento a los salarios y zanjar la brecha entre pobres y ricos. Esto requerirá mayores fondos para la seguridad social, que de manera inevitable entrará en conflicto con la duplicación del gasto en defensa en los próximos cinco años que Abe quería lograr. Dado que la economía preocupa más a la población que las cuestiones de seguridad, Kishida no puede permitirse el lujo de desperdiciar un valioso capital político en la revisión del Artículo 9.

En lo que respecta a China, Kishida apenas dio un atisbo de su visión diplomática cuando fue ministro de relaciones exteriores de Abe, pero su facción se ha relacionado con China por tradición y tal vez ahora esté mejor posicionado para buscar la implementación de una política más centrada en el diálogo con Pekín.

La trágica muerte de Abe ofrece a sus sucesores la posibilidad de salir de su sombra y pasar la página de sus políticas.

Eliminar las salvaguardias del Artículo 9 y volver a militarizar Japón solo serviría para avivar aún más las tensiones con China y arriesgar una carrera armamentística con consecuencias que podrían ser devastadoras para Japón y la región. Por el contrario, un compromiso reafirmado con la paz permitiría centrar los recursos nacionales en la economía y abriría la puerta a mejores relaciones con los vecinos de Japón basadas en la paz a través de la diplomacia.

Es momento de convertir las espadas de Abe en rejas de arado.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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