Opinión: La seguridad de Israel depende de Rafá

LAS POSIBLES GANANCIAS EN SEGURIDAD FUTURA PARA LOS ISRAELÍES Y EN PAZ REGIONAL HACEN QUE VALGA LA PENA EL RIESGO DE ATACAR LA CIUDAD.

Por desgracia, Benjamín Netanyahu tiene razón. Digo “por desgracia” porque es el primer ministro israelí más incompetente, corrupto y divisorio de la historia, como creen muchos en Israel. Pero tiene razón en que es crucial que Israel conquiste Rafá y destruya los batallones de Hamás instalados en esa ciudad del extremo sur de la Franja de Gaza, protegidos por un escudo humano de unos 1,4 millones de residentes y refugiados del norte.

Si esto no ocurre, Hamás sobrevivirá para luchar, asesinar y violar un día más y su líder, Yahya Sinwar, saldrá de su escondite para declarar la victoria. Y tendrá razón. Para que la paz palestino-israelí tenga alguna posibilidad, para la estabilidad regional y para el futuro bienestar de Israel y de los israelíes, en particular de los que viven en el sur del país, Hamás debe ser aniquilado.

Todavía está en el aire si Israel de verdad atacará Rafá o si podrá llevar a cabo tal ataque hasta lo que considera una conclusión satisfactoria. Esta semana, el gobierno de Biden hizo una fuerte advertencia contra una invasión a gran escala de Rafá, con el argumento de que podría ser bastante perjudicial para los civiles y, en última instancia, dañar la seguridad de Israel. El lunes, Netanyahu declaró que se había fijado una fecha para una invasión, aunque no especificó cuál.

Claro está que existen razones formidables para que Israel se abstenga de invadir Rafá. En primer lugar, por encima de todo, está ese escudo humano. La muerte de muchas víctimas civiles será inevitable en un ataque a Rafá, a pesar de las garantías de Israel de que apartará a los civiles del peligro antes de lanzar la ofensiva. El número de civiles en el posible asalto a Rafá se sumará a los 33.000 muertos que el Ministerio de Sanidad de Gaza, controlado por Hamás, ha calculado (cifra que incluye a los más de 12.000 combatientes de Hamás que el ejército israelí afirma haber matado en los últimos seis meses). Muchos de ellos murieron en ofensivas terrestres en la ciudad de Gaza y en Jan Yunis, al norte.

Las nuevas víctimas civiles y la consiguiente interrupción de la ayuda humanitaria a través de la frontera entre Egipto y Gaza aumentarán la condena de la conducta de Israel por parte de sus aliados occidentales, encabezados por Estados Unidos. La amenaza de sanciones internacionales ya está sobre la mesa.

En segundo lugar, desde hace meses, Egipto lleva meses pidiendo a Israel que no invada Rafá. El Cairo teme que un ataque israelí se extienda a la península del Sinaí y provoque un éxodo de palestinos hacia Egipto. Esto podría generar una nueva crisis humanitaria y un desafío político, dado el parentesco de Hamás con el poderoso movimiento egipcio de los Hermanos Musulmanes, que ahora está prohibido. Egipto ha insinuado que una campaña israelí de este tipo podría incluso subvertir el tratado de paz de 45 años entre Israel y Egipto, considerado por el gobierno israelí como una piedra angular de su seguridad nacional.

Además, cualquier campaña en Rafá, al igual que la anterior del ejército israelí en Jan Yunis, está destinada a prolongarse, dado el extenso sistema de túneles de Hamás bajo sus calles y lo cuidadosas que tal vez tengan que ser las fuerzas israelíes debido a la posible presencia en los túneles de rehenes israelíes por el asalto de Hamás del 7 de octubre al sur de Israel.

Esto nos lleva a la opinión pública israelí. El inicio de una ofensiva en Rafá puede retrasar meses, si no es que años, un acuerdo con Hamás para recuperar a algunos o a todos los rehenes.

Las recientes protestas masivas en las calles de Israel para pedir un acuerdo o la destitución de Netanyahu podrían volverse violentas y anárquicas. Y el posible ataque a Rafá podría obligar a llamar a filas a un gran número de reservistas israelíes liberados hace poco del servicio en Gaza, a lo largo de la frontera con Líbano o en Cisjordania. De hecho, la confluencia de estas dos cuestiones —los rehenes y el servicio de reserva adicional y oneroso— podría detener la ofensiva a medio camino y precipitar una crisis en la coalición gubernamental.

Por último, la posible ofensiva —con la consecuente promesa de la destrucción definitiva de Hamás— podría incluso desencadenar una guerra a gran escala con Hezbolá del Líbano, que hasta ahora se ha limitado a hostigar a las comunidades y posiciones militares de la frontera norte de Israel. Y una guerra entre Israel y Hezbolá puede desencadenar un conflicto regional aún mayor, incluido un enfrentamiento directo entre Israel e Irán, que el gobierno de Biden se ha esforzado por evitar desde el 7 de octubre para que Estados Unidos no se viera arrastrado también por la vorágine.

Sin embargo, a pesar de estas poderosas razones para retirarse, Israel debe capturar Rafá si quiere demoler a Hamás como organización militar y gubernamental. Y para Israel, ese resultado potencial compensa los muchos riesgos.

Muchos analistas creen que, si Hamás sale de esta guerra con el control de Rafá, donde se cree que permanecen miles de sus combatientes, y del barrio sur de Gaza, podría rearmarse poco a poco a través de los túneles que conectan la Franja y el Sinaí y en breve proyectar su poder hacia el norte para abarcar la mayor parte o la totalidad de la Franja.

Sobre todo, si Israel no consigue tomar Rafá y acabar con las últimas unidades militares organizadas de Hamás y sus estructuras de gobierno, Israel quedará, a ojos de sus enemigos, como un sistema político débil y derrotado, presa fácil para el próximo posible agresor. Paradójicamente, el espectáculo de la debilidad israelí (tanto como una ofensiva en Rafá) podría tentar a Hezbolá a apostar por una guerra a gran escala.

Cualquier posibilidad de que tropas extranjeras (emiratíes o sauditas) o policías de la Autoridad Palestina/Fatah sustituyan a los israelíes en la mayor parte de la Franja de Gaza desaparecerá, dada la probabilidad de que esas tropas sean criticadas y atacadas por Hamás como agentes de Israel.

Más adelante, un Hamás resucitado volverá a amenazar, y quizá atacar, a las comunidades fronterizas del sur de Israel. La mayoría de los residentes de esas comunidades se han autoexiliado desde el 7 de octubre, junto con los cerca de 70.000 habitantes de las comunidades fronterizas del norte de Israel desplazados por los misiles de Hezbolá desde que comenzó la guerra.

La incursión de Hamás del 7 de octubre ha planteado una gran interrogante sobre el propio sionismo. El sionismo vino al mundo hace unos 140 años para poner fin a 2000 años de humillación y opresión de los judíos a manos de los gentiles y para proporcionarles, por fin, un refugio.

Permitir ahora que el maltrecho Hamás salga victorioso subrayará el fracaso crucial del sionismo. Y los detractores en el mundo árabe y musulmán de hacer las paces con Israel — Egipto, Jordania, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos lo han hecho— bien podrían envalentonarse para rechazar tales vínculos.

Unos cien años de terrorismo y conflicto con las naciones árabes, que culminaron con la brutalidad de Hamás el 7 de octubre, han demostrado que Israel, sin duda por el momento, puede considerarse el lugar menos seguro del planeta para los judíos. Invadir Rafá es vital para eliminar a Hamás y restaurar esa seguridad. No hace falta que a uno le agrade Benjamín Netanyahu para entenderlo.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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