Opinión: El régimen de censura israelí está creciendo y tiene que parar

El régimen de censura israelí está creciendo y tiene que parar. (Dadu Shin para The New York Times).
El régimen de censura israelí está creciendo y tiene que parar. (Dadu Shin para The New York Times).

HAY QUE PONER FIN A LA PROHIBICIÓN DE ENTRADA A GAZA PARA LOS PERIODISTAS EXTRANJEROS Y A LOS ASESINATOS DE QUIENES CUBREN LA GUERRA.

Cuando Rusia invadió Ucrania en 2022, las redacciones de todo el mundo se apresuraron a enviar a sus reporteros al frente. Los periodistas ofrecieron al público internacional una experiencia de primera mano del conflicto. Durante los reportajes en directo sonaron sirenas antiaéreas. Los reporteros se estremecieron ante las explosiones cercanas. Llevaron al mundo al corazón de los combates: “20 días en Mariúpol”, un documental basado en un reportaje de Associated Press sobre el ataque a la ciudad, ganó un Oscar el mes pasado. Entre otras cosas, ese reportaje ayudó a desmentir las afirmaciones de Rusia de que el bombardeo a un hospital de maternidad, en el que murieron tres personas, fue un “montaje”.

Este tipo de cobertura internacional no ha sido posible a miles de kilómetros de distancia, en Gaza, donde la guerra ha cobrado la vida de más de 33.000 palestinos, según las autoridades sanitarias locales, desde el ataque del 7 de octubre de Hamás contra Israel que, según cifras gubernamentales, causó la muerte de alrededor de 1200 israelíes.

Aunque los trabajadores de los medios de comunicación internacionales se apresuraron a acudir a Israel (que ha concedido acreditación al menos a 2800 corresponsales desde el inicio de la guerra), no se ha permitido el ingreso de ninguno a Gaza, a excepción de un puñado de recorridos muy controlados a cargo del Ejército de Israel. En consecuencia, durante los últimos seis meses, el mundo ha dependido casi por completo de los informes de los periodistas palestinos locales para obtener información acerca del impacto de la guerra sobre el terreno, junto con las publicaciones en redes sociales, en su mayoría no verificadas, que han inundado el espacio informativo desde su inicio.

La negativa a permitir que los medios de comunicación internacionales cubran lo que ocurre en Gaza desde dentro es solo uno de los elementos de un creciente régimen de censura que deja un vacío para la propaganda, la desinformación y afirmaciones y reconvenciones que son en extremo difíciles de verificar de forma independiente. Por ejemplo, un reportaje de CNN sobre la llamada “masacre de la harina” —la letal entrega de ayuda que, según el Ministerio de Salud de Gaza, mató a 100 personas e hirió a 700— puso en duda la versión israelí de los hechos. Pero se necesitó más de un mes para reunir esas pruebas a partir de los testimonios de testigos presenciales y tras examinar decenas de videos.

El acceso a los medios extranjeros les permitiría a los periodistas verificar con mayor rapidez los alegatos de Israel de que Hamás retiene o detiene la ayuda alimentaria o de que ha utilizado hospitales para proteger a sus combatientes. También podría ayudar al mundo a comprender mejor la naturaleza del sistema de túneles de Hamás, que según Israel se extiende bajo infraestructuras civiles, así como el nivel de apoyo a sus dirigentes.

El libre acceso nos permitiría entender mejor si Israel le ha disparado a niños de manera deliberada, lo cual niega, y hasta qué grado se extiende el hambre que las agencias de ayuda humanitaria reportan en el norte de Gaza. También nos ayudaría a saber cómo murieron al menos 95 periodistas y otros trabajadores de medios de comunicación que mi organización, el Comité para la Protección de los Periodistas, ha documentado desde el inicio de esta guerra, que es el conflicto más peligroso para los periodistas y trabajadores de los medios de comunicación desde que empezamos a llevar registros en 1992.

Israel se jacta de ser una democracia y un bastión de la libertad de prensa en la región. Sin embargo, sus actos cuentan una historia muy diferente. El alto índice de muertes y detenciones de periodistas, incluida una matanza en Cisjordania; las leyes que permiten a su gobierno cerrar medios de comunicación extranjeros considerados un riesgo para la seguridad, que el primer ministro ha amenazado explícitamente con utilizar contra Al Jazeera; y su negativa a permitir a los periodistas extranjeros independientes el acceso a Gaza, son todos indicios de un liderazgo que restringe la libertad de prensa de manera deliberada. Ese es el sello distintivo de una dictadura, no de una democracia.

Los aliados de Israel también afirman estar comprometidos con la libertad de prensa. Estados Unidos, el Reino Unido y otros aliados israelíes como Alemania proclaman en voz alta su compromiso con medios de comunicación plurales e independientes. Sus gobiernos brindan apoyo explícito a los medios que emiten información hacia y sobre países que censuran y controlan la información, como Radio Free Europe/Radio Liberty, financiada por el Congreso de Estados Unidos. Un gobierno que ha hecho explícitos compromisos formales para defender la libertad de prensa en casa y en el extranjero debería ser igual de explícito para exigir a Israel y Egipto que permitan el acceso de periodistas internacionales a Gaza.

Prohibir el acceso a los periodistas es una estrategia que se utiliza a menudo: Rusia restringió en extremo la entrada de reporteros internacionales en Chechenia durante su guerra en ese territorio y Siria también prohibió en gran medida la entrada de reporteros extranjeros durante su guerra civil. Pero como me dijo un experimentado corresponsal de guerra: “Siempre podíamos encontrar la manera de colarnos”. Eso no ha sido posible en esta guerra, en la que tanto Egipto como Israel impiden casi todo el acceso no supervisado de extranjeros y en la que abunda la preocupación de que los periodistas y otros no combatientes puedan ser blanco de ataques incluso cuando se identifican con claridad, como demuestra el asesinato de trabajadores humanitarios de World Central Kitchen este mes a pesar de que trabajaban en una de las denominadas zonas de distensión y comunicaban sus movimientos a funcionarios israelíes.

Sin duda, los gobiernos en guerra pueden alegar con toda legitimidad que las zonas de conflicto son demasiado peligrosas para los periodistas y que protegerlos sería demasiado difícil o incluso pondría en peligro a sus soldados. Y Hamás, cuando gobernaba Gaza, no era un ejemplo para la libertad de prensa, pues prohibía a los medios de noticias y arrestaba a periodistas. Pero al menos desde mediados del siglo XIX, con la guerra de Crimea y la guerra de Secesión estadounidense, los ejércitos han permitido algún tipo de acceso regular, aunque controlado, a las zonas de batalla.

Los periodistas en Gaza trabajan en condiciones extenuantes que pocos de los más avezados reporteros de guerra han experimentado jamás: sin comida, sin refugio, con cortes en las telecomunicaciones y destrucción rutinaria de equipos e instalaciones profesionales.

“Desde el primer día, ha sido imposible cubrir la guerra de manera exhaustiva”, dijo hace poco al Comité para la Protección de los Periodistas Diaa Al-Kahlout, un periodista ubicado en Gaza. El periodista afirmó que los bombardeos y los cortes en las comunicaciones impedían la difusión de los reportajes. “Lo único que se compartía eran fragmentos de noticias de última hora, y las historias más profundas se perdían o se silenciaban porque los periodistas eran blanco de ataques, no había seguridad y faltaban suministros esenciales como electricidad e internet, además de herramientas de trabajo como computadoras portátiles”. El propio Al-Kahlout fue arrestado por las fuerzas israelíes en una detención masiva y permaneció 33 días bajo custodia, durante los cuales, según dijo, fue interrogado sobre su labor periodística y sometido a maltrato físico y psicológico.

Israel suele calificar a los periodistas de terroristas y simpatizantes, lo que incita al público a cuestionar la veracidad de su trabajo. Contar con periodistas de fuera de Gaza ayudaría a contrarrestar esas afirmaciones. Sin ellos, los periodistas palestinos seguirán soportando todos los riesgos, y la responsabilidad, de informar sobre este conflicto.

A los gobiernos y regímenes militares de todo el mundo les gusta decir que la censura (incluso fuera de contextos de guerra) es necesaria para proteger la seguridad nacional. En realidad, es todo lo contrario. Sin testigos independientes de la guerra, todos los bandos pueden cometer atrocidades con impunidad. Israel debe abrir Gaza a los periodistas y los aliados de Israel deben insistir en ello. La justicia y la democracia dependen de que así sea.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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