Opinión: Psicodélicos para la depresión: ¿funcionan sin las alucinaciones?

EL DEBATE SOBRE SI LAS ALUCINACIONES SON CLAVE PARA LA EFICACIA DE LAS SUSTANCIAS PSICODÉLICAS ES OBJETO DE UN GRAN DEBATE ENTRE LOS INVESTIGADORES.

Nick Fernandez estuvo en el infierno; era un infierno en llamas, repleto de calaveras y elefantes con unas patas larguísimas sacados de un cuadro de Salvador Dalí. Un espíritu lo había guiado hasta allí después de su funeral; hizo algunas paradas por el camino: en Grand Central Terminal, la azotea del Empire State Building y las alcantarillas que fluyen bajo la ciudad de Nueva York. Su destino final era una cueva, donde Fernandez se encontró su propio cuerpo colgado de una percha. Al contemplar su cuerpo de ese modo, fue capaz de reconciliarse con todo por lo que había pasado y aceptarlo como suyo.

Fernandez estaba experimentando un viaje de psilocibina, el principio psicoactivo de las setas alucinógenas. Tomó la sustancia química en un ensayo clínico en la Universidad de Nueva York dirigido a las personas que lidian con la ansiedad y la depresión tras un diagnóstico de cáncer.

Ese estudio y otros varios han revelado que las sustancias psicodélicas como la psilocibina son notablemente eficaces para aliviar los síntomas de la depresión y de la ansiedad, incluso para las personas que no responden a las medicaciones que se les han prescrito. Solo se han de tomar en unas pocas ocasiones (la mayoría de los ensayos clínicos consisten en dos o tres sesiones de psilocibina), en vez de a diario durante meses o años. Algunos expertos dicen que se podría pensar en la terapia como una operación quirúrgica que resuelve un problema con una sola intervención, en vez de como un tratamiento continuo para afrontar una enfermedad crónica.

La pregunta de si las alucinaciones como las que experimentó Fernandez son clave para la eficacia de las sustancias psicodélicas es actualmente objeto de un gran debate entre los investigadores. La respuesta podría ser determinante para que millones de personas recibieran un tratamiento muy necesario para ellas, y aportar nuevos conocimientos sobre cómo tratar los trastornos de la salud mental en el futuro.

Se espera que la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) apruebe la psilocibina para tratar la depresión antes de acabar la década, posiblemente dentro de pocos años. Sin embargo, en su forma actual, la terapia psicodélica siempre estará al alcance de solo una minoría selecta. Para empezar, no es un tratamiento fácil ni cómodo. Requiere varias sesiones de terapia, además de los viajes intensivos que duran un día entero, lo que puede ser física y emocionalmente agotador, además de caro. Más preocupantes aún son las informaciones que se han conocido hace poco sobre los médicos clínicos que se aprovechan de sus pacientes durante las sesiones, cuando se encuentran en un estado de vulnerabilidad. Las personas con antecedentes personales o familiares de esquizofrenia tampoco pueden aspirar hoy a recibir el tratamiento, por temor a que el viaje pueda agravar un riesgo de psicosis subyacente.

Ante estos obstáculos, algunos científicos están trabajando para desarrollar moléculas basadas en sustancias psicodélicas que proporcionen los beneficios terapéuticos, pero sin las alucinaciones.

“Si se tiene en cuenta que 1 de cada 5 personas padecerá una enfermedad neuropsiquiátrica en algún momento de su vida, hablamos de 1000 millones de personas en todo el mundo —dijo David Olson, profesor adjunto de Química, Bioquímica y Medicina Molecular de la Universidad de California en Davis—. Necesitamos poder ampliar el espectro de los tratamientos y, para ello, creo que necesitamos medicinas fácilmente administrables”.

Olson y otros piensan que son los efectos de las sustancias psicodélicas sobre el cerebro lo que les confiere sus propiedades terapéuticas, y no el viaje, y que se puede suprimir la experiencia subjetiva de las sustancias sin perder sus efectos sobre la depresión. Las investigaciones realizadas con roedores y placas de Petri en los últimos años apuntan a esa posibilidad. En varios estudios publicados por Olson y otros, se han identificado nuevas moléculas que actúan como las sustancias psicodélicas en el cerebro y mantienen sus propiedades antidepresivas sin provocar alucinaciones a los roedores.

Otros investigadores son escépticos respecto a que estos nuevos compuestos funcionen con los humanos. Para ellos, son las intensas experiencias emocionales y místicas que causan las sustancias psicodélicas lo que da lugar a los progresos terapéuticos de las personas.

“El tipo de beneficios persistentes que estamos viendo, que son de semanas, meses e incluso de más de un año, parecen producirse por una especie de giro o cambio cognitivo en cómo se da sentido a lo que está ocurriendo”, dijo David Yean, profesor adjunto de Psiquiatría y Ciencias de la Conducta en el Centro Johns Hopkins para la Investigación de los Alucinógenos y la Conciencia.

Quienes participan en los estudios con sustancias psicodélicas suelen decir que la experiencia fue una de las más significativas de su vida, al mismo nivel que el nacimiento de un hijo o la muerte de los padres. Muchos declaran sentir una conexión con el universo. “Este viaje de psilocibina fue la experiencia concreta más transformadora de mi vida —escribió Fernandez en un artículo en Medium en 2018—. Me obligó a reconciliarme con la mortalidad del ser humano. Alivió mi ansiedad y dio significado a mi vida”.

Es esta catarsis existencial y las percepciones personales que la acompañan lo que, a juicio de Yaden y otros, son tan importantes para la curación de las personas. Respaldan esa teoría varios estudios que revelaron que la conexión, el significado y las experiencias de carácter místico que sienten las personas durante su viaje se correlacionan con sus resultados terapéuticos.

Al margen de cuál de las partes tenga razón, la búsqueda de una respuesta a cómo las sustancias psicodélicas curan la depresión está llevando a los científicos un paso más cerca de saber no solo cómo aliviar los síntomas de la enfermedad mental, sino también de cómo curarla por completo. Esto se debe a que el enfoque de la terapia psicodélica y de sus primos químicos no alucinógenos, verdaderamente revolucionaria, no consiste en tomar la medicación de forma diaria o semanal, sino solo un par de veces, con la posibilidad de curarse para siempre.

“¿No sería maravilloso tener un fármaco que se pueda tomar al acostarse, y que al despertar al día siguiente ya no estuvieses deprimido?”, dijo Bryan Roth, profesor de Farmacología de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, quien también está trabajando para desarrollar compuestos psicodélicos no alucinógenos.

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Desde la década de 1960, los científicos vienen creyendo que la depresión se deriva de unos bajos niveles del neurotransmisor serotonina en el cerebro, y que los fármacos antidepresivos tradicionales, como los inhibidores selectivos de la reabsorción de serotonina (abreviados por sus siglas en inglés, SSRI), funcionaban corrigiendo ese desequilibrio químico. Pero en esa hipótesis había lagunas. La más notable es que los SSRI aumentan los niveles de serotonina de inmediato, pero los síntomas de la depresión no suelen aliviarse hasta varias semanas después de empezar la medicación.

Surgió una nueva teoría en la década de 1990 y principios de la siguiente, según la cual, la depresión, así como la ansiedad y el TEPT, podrían deberse a la pérdida de sinapsis cerebrales, que son las conexiones entre las neuronas. Los científicos descubrieron que las personas con depresión tienen menos cantidad en regiones cerebrales importantes para el estado de ánimo, el control ejecutivo y la sensación de recompensa. Se cree que el estrés crónico y la genética contribuyen a la atrofia de las neuronas y sus conexiones.

Resultó que los fármacos antidepresivos podían regenerar esas sinapsis perdidas, un proceso llamado “plasticidad”. Es posible que, al crear nuevas conexiones en el cerebro, las personas empiecen a cambiar los patrones mentales negativos y a recuperar el control sobre los impulsos ansiosos o depresivos.

La plasticidad también se produce de forma natural; las conexiones crecen cada vez que aprendes algo nuevo. No obstante, la ubicación y el grado de plasticidad variará en función de la experiencia. Algunos acontecimientos vitales de carácter formativo, como tener hijos o perder a un ser querido, pueden cambiar el cerebro de manera importante. El cerebro de los monjes budistas y otros meditadores expertos —personas muy cercanas a las experiencias místicas— también presenta cambios. Incluso hay estudios que indican que la psicoterapia funciona en parte modificando los patrones de actividad cerebral.

El cerebro no cambia demasiado durante la edad adulta, ni tampoco en la niñez, cuando crecen y se pierden millones y millones de neuronas, pero no es estático. Estos cambios orgánicos tienden a ser sutiles. No ves elefantes con las patas larguísimas cuando meditas, y nadie piensa que tener un hijo vaya a curarte al instante la depresión, o a conseguir que dejes de fumar, otro posible uso terapéutico de las sustancias psicodélicas. Las personas con depresión también parecen tener menos capacidad para activar la plasticidad de forma natural, y por ello la medicación puede ser importante para poner en marcha ese proceso.

Se cree que, al igual que los antidepresivos tradicionales, los alucinógenos confieren sus beneficios terapéuticos induciendo la plasticidad en el cerebro. Sin embargo, actúan con mucha más rapidez e intensidad. La ketamina, la psilocibina y el LSD estimulan un prolífico crecimiento celular, y procuran alivio psicológico en cuestión de horas. Las sustancias psicodélicas pueden ser una forma de aumentar los cambios neuronales que posibilitan los SSRI, la terapia u otras experiencias humanas profundas, o quizá sirvan como atajo. Algunas personas dicen del tratamiento psicodélico que es como hacer 10 años de terapia en un día.

Esta impresionante propiedad de las sustancias psicodélicas es la que están intentando imitar los científicos en los nuevos compuestos. Piensan que, al volver a cablear rápidamente los circuitos neuronales, pueden sanar un cerebro.

“No estamos intentando hacer el próximo Prozac”, dijo Olson. El objetivo es, en cambio, modificar el cerebro de modo que produzca cambios duraderos y positivos; cambios que pudieran asemejarse a una cura.

Sin embargo, algunos investigadores advierten que la plasticidad, per se, no es necesariamente buena. Inducir un estado maleable en el cerebro sin las debidas barreras de protección podría incluso agravar los síntomas de la persona. Esa es una de las razones por las cuales no es lo mismo tomar sustancias psicodélicas en un contexto recreativo que en combinación con una terapia, dicen los expertos.

“La plasticidad, tal como la define el diccionario, es la capacidad que tiene una cosa de ser modelada o moldeada —dijo Robin Carhart-Harris, profesor de neurología y psiquiatría de la Universidad de California en San Francisco—. Eso es lo que haces cuando aumentas la plasticidad, y puedes modelar a alguien en una mala dirección. Hay que evitar eso. Por esa razón hacemos terapia psicodélica.”

Para Carhart-Harris, la idea de que las sustancias psicodélicas puedan ser beneficiosas no solo sin terapia, sino también sin el viaje, es bastante improbable. “Creo que se basa en suposiciones débiles de que se puede conseguir el efecto de la plasticidad” sin ninguna alteración en la conciencia, dijo. “Podrían crear un equivalente al tofu alucinógeno, o microdosis, o algo que no produzca un viaje tan intenso; que genere un poco de plasticidad, pero no muy transformador”.

Este razonamiento implica que es la intensa y rápida plasticidad inducida por las sustancias psicodélicas lo que provoca las alucinaciones, los cambios emocionales y la sensación de conexión. De ser así, cabría pensar que no puedes cambiar el cerebro tan rápidamente sin sentirlo —y experimentar algo extraordinario—, y que, si no sientes nada, es que no lo has cambiado mucho.

Aunque las nuevas moléculas lograran disociar los beneficios terapéuticos de sus atributos existenciales o místicos, se perderá algo al suprimir el viaje psicodélico, dijo Yaden. Y también que, dado el significado que muchas personas atribuyen a sus viajes, negarles a los pacientes esa experiencia podría suponer incluso un problema ético. “Me cuesta encontrar una razón para privarles de esa experiencia tan significativa”, dijo, refiriéndose a aquellos casos en que las personas no corren riesgos médicos o psiquiátricos.

La respuesta de Olson es que las sustancias psicodélicas tradicionales, y todo lo que conllevan, deberían poder seguir al alcance de quienes quieran experimentar la terapia psicodélica. Sin embargo, su esperanza es que los nuevos compuestos puedan ser una alternativa mejor que los antidepresivos que existen en la actualidad para las personas que no pueden o no quieren pasar por el viaje completo.

Lo que está en juego en este debate no es solo la pregunta intelectual de cómo podrían curarte las drogas que te llevan y te traen del infierno, sino también la futura de cómo se administrarán como medicamentos y qué forma adoptarán cuando lleguen al mercado.

Se calcula que en Estados Unidos 8,9 millones de adultos toman antidepresivos para tratar trastornos depresivos graves, pero a alrededor del 30 por ciento no les funcionan. Si las sustancias psicodélicas fuesen eficaces para al menos una parte de estas personas, serían de inmensa ayuda para la salud conductual, y para la industria de las sustancias psicodélicas. Ya han aparecido más de 50 empresas cotizadas en Bolsa para intentar capitalizar el entusiasmo que rodea a las sustancias psicodélicas, por lo que han dejado de ser un movimiento marginal para convertirse en un mercado millonario. Y eso sin la aprobación de la FDA o la legalización. Si la efectividad de las sustancias psicodélicas para la depresión se mantuviese, pero se suprimieran los obstáculos y las alucinaciones, esa valoración podría dispararse.

Varios de los investigadores de ambas partes se juegan el pellejo en términos económicos; han fundado o son consultores de compañías biotecnológicas que compiten por ser la primera cuya sustancia psicodélica —alucinógena o no— obtenga la aprobación de la FDA. (Se autorizó una variante de la ketamina para tratar la depresión en 2019).

Hasta entonces, los investigadores continuarán su búsqueda a través del trabajo incremental e incierto de la formulación, los ensayos preclínicos y, con suerte, los clínicos. “Soy agnóstico. Estoy en la categoría del ‘No lo sé’. Pero es una hipótesis que merece probarse —dijo Roth—. No existen datos definitivos sobre si necesitas una experiencia psicodélica o no. Se pueden interpretar los datos en ambos sentidos, creo. Lo que digo es que me gustaría averiguarlo. Y eso es lo que estamos intentando hacer”.

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