Opinión: La promesa de anarquía de Trump

Aunque se perdió en el ciclón de cuatro años que fue la presidencia de Donald Trump, uno de sus actos más inmorales fue perdonar a los soldados acusados de cometer crímenes de guerra por asesinar a civiles o prisioneros desarmados. Los líderes militares, incluidos sus secretarios de Defensa y del Ejército, objetaron, con base en que eso minaría el buen orden y la disciplina. La anarquía puede fácilmente engendrar anarquía.

Pero el sistema estadounidense está mal preparado para disuadir a los líderes empeñados en socavar el Estado de derecho. Los pesos y contrapesos reparten los poderes entre el gobierno, pero eso no basta para atemperar o detener a los actores de mala fe que buscan subvertir la ley. Según un nuevo artículo de The Atlantic, el general Mark Milley, al asumir la jefatura del Estado Mayor Conjunto en 2019, “se encontró en una situación desconcertante: intentar, y fracasar, enseñar al presidente Trump la diferencia entre la agresividad apropiada en el campo de batalla, por un lado, y los crímenes de guerra, por el otro”.

Trump, como Milley descubrió y muchos estadounidenses ya sabían, es un hombre amoral. Hace lo que quiere, sin importarle las legalidades ni las sutilezas. La semana pasada, en una publicación de su red social, Trump argumentó que en otros tiempos las acciones de Milley habrían sido castigadas con la muerte.

Es probable que su comentario haya pasado inadvertido para la mayoría de los estadounidenses. De los que lo hicieron y no se alarmaron, demasiados asintieron con la cabeza. Como dijo Josh Barro en una mesa redonda de Opinión de The New York Times esta semana sobre los comentarios recientes del expresidente: “Trump está y ha estado desquiciado y eso tiene su precio” en las opiniones que muchos votantes tienen de él.

No es exagerado decir que Trump se postula a la presidencia con una plataforma de anarquía y promete ejercer el poder del Estado contra sus enemigos, reales o imaginarios. Hoy, millones y millones de estadounidenses lo apoyan por esa razón o a pesar de ella.

En una encuesta que se dio a conocer esta semana, el 51 por ciento de los estadounidenses adultos dijo que votaría por Trump más que por el presidente Joe Biden, incluida la vasta mayoría de republicanos. Y la farsa del debate republicano del miércoles por la noche solo puede aumentar la amplia ventaja de Trump en las primarias.

Esa ventaja en el terreno republicano está creciendo incluso mientras los fiscales por fin están tratando de que Trump asuma la responsabilidad legal por sus fechorías (desde el complot para anular las elecciones de 2020 hasta las acusaciones de fraude en relación con su imperio inmobiliario).

La reacción ha sido previsible. En los últimos meses, Trump ha argumentado que las leyes federales sobre documentos clasificados no aplican a él; ha planteado la idea de indultar a sus partidarios encarcelados por atacar el Capitolio; ha dicho que los jueces con los que no está de acuerdo no son aptos para presidir casos contra él, y ha sido acusado de amenazar con predisponer al jurado en un caso. Un juez decidió proteger la identidad de los miembros del jurado en otro caso después de que los seguidores de Trump publicaron los nombres, fotos y direcciones de los miembros del gran jurado que participaron en la acusación formal de ese caso. También está impulsando un cierre del gobierno para detener las investigaciones del Departamento de Justicia, forzar una muestra de lealtad e intentar doblegar nuestro sistema político a su voluntad, incluso cuando ya no esté en el cargo.

Todo esto ha ido acompañado de un notable aumento de las declaraciones, a menudo incoherentes, del expresidente de 77 años en las redes sociales y en sus mítines. Y aunque muchos estadounidenses hace tiempo que lo ignoran, sus partidarios más extremistas, como el representante republicano de Arizona Paul Gosar, no lo han hecho. En su boletín, Gosar escribió hace poco que Milley debería ser ahorcado.

Esta semana, el Times informó que, a medida que los casos judiciales contra Trump han aumentado, “también lo han hecho las amenazas contra las autoridades policiales, jueces, funcionarios electos y otros”. A su vez, las amenazas están provocando medidas de protección, un esfuerzo jurídico para frenar sus airadas y a veces incendiarias declaraciones públicas, y una renovada preocupación por la posibilidad de que produzca violencia una campaña electoral en la que Trump ha prometido “represalias”.

Los objetivos de Trump se extienden a otros republicanos. En una biografía que saldrá a la luz el mes que viene, el senador republicano de Utah Mitt Romney reveló que tenía que pagar 5000 dólares diarios en seguridad para él y su familia por amenazas de los partidarios de Trump.

Esta combinación volátil de retórica política acalorada, teorías conspirativas desquiciadas, sentimiento antigubernamental y una cultura militante de las armas ha creado un terreno fértil para la violencia política. El país no carece de poder para detener la propagación de la anarquía, pero requiere abordar esos precursores de la violencia.

Los caprichos de Trump y sus erráticas misivas en línea no deben descartarse como “Trump siendo Trump”. Por ejemplo, este mes les pidió a los republicanos de la Cámara de Representantes que paralizaran el gobierno. Trump los incitó a hacerlo, al exhortarlos a no conformarse con otra cosa que no sea la totalidad de sus demandas, incluida la de obligar al Departamento de Justicia a poner fin a las investigaciones en su contra. Lo llamó “la última oportunidad para desfinanciar estas persecuciones políticas contra mí y otros patriotas”.

Si bien un cierre del gobierno no pondrá fin a los procesos contra Trump, una presidencia de Trump podría hacerlo fácilmente. Después de todo, quedan pocos obstáculos morales o legales que superar tras indultar a criminales de guerra.

Son muchas las naciones en las que los ciudadanos viven atemorizados por gobiernos que ejercen una autoridad arbitraria y sin control contra sus enemigos, reales o imaginarios. Ese es el Estados Unidos que Trump promete a sus seguidores. Cuando Trump dijo a sus seguidores: “Yo soy su venganza”, todos los estadounidenses debemos creerle.

Derrotar a Trump en las urnas va a requerir mucho más valor político del que se necesita para poner destellos de honestidad en las páginas de unas memorias. La exasesora de la Casa Blanca Cassidy Hutchinson es la última de una larga lista de escritores de memorias, al declarar el martes en una entrevista para su nuevo libro que Trump es “la amenaza más grave a la que nos enfrentaremos para nuestra democracia en nuestra vida y posiblemente en la historia de Estados Unidos”.

Cierto. Por eso los estadounidenses no pueden esperar hasta enero de 2025 ni a que haya otra estantería de memorias para escuchar la verdad que tantos republicanos saben desde hace tiempo.

c.2023 The New York Times Company