Opinión: Polonia no es el amigo que Occidente piensa

EL ILIBERALISMO EN EL PAÍS ESTÁ VIVITO Y COLEANDO.

La guerra en Ucrania ha planteado muchas paradojas. Una de las más peculiares es que la invasión de Vladimir Putin hizo que, de repente, los políticos autócratas de los países vecinos parecieran buenos.

En ningún otro lugar fue más evidente que en Polonia. A medida que la guerra desplazaba el foco geopolítico mundial hacia Europa Central y Oriental, Varsovia se deleitaba con la atención. El país, hasta entonces reacio a aceptar refugiados, acogió a millones de mujeres y niños ucranianos, abriéndoles los brazos en una impresionante muestra de solidaridad. Cuando Polonia empezó a desempeñar un papel importante en la defensa de Ucrania —con mayor ayuda a Kiev, incluidos más de 2000 millones de euros en equipo militar— los observadores en Occidente parecieron creer que se había dado un cambio fundamental en el país.

Ojalá. El apoyo de Polonia a Ucrania no es una señal de que ahora, transcurrida casi una década de retroceso democrático, se esté dando cuenta de la importancia de la democracia. Lo que el gobierno está defendiendo, en realidad, es la soberanía y el derecho a la autodeterminación, un compromiso existencial más que político. En su prisa por alabar a Polonia y presentar un frente unido, los políticos occidentales han pasado por alto algo a sus expensas. Lejos de retroceder, el iliberalismo polaco está vivito y coleando.

Ya sabemos cómo es. El gobierno, dirigido por el partido de extrema derecha Ley y Justicia desde 2015, controla instituciones estatales clave como los medios de comunicación públicos, restringe la independencia del poder judicial e instituye leyes draconianas sobre el aborto. Con tal de neutralizar a los opositores, se permiten casi todas las artimañas políticas: espionaje telefónico, denigración e incluso las mentiras descaradas. Ahora que se aproximan unas elecciones parlamentarias cruciales en el otoño, el proceso electoral se ha manipulado para favorecer a quienes ocupan el cargo en este momento y se promulgó un nuevo proyecto de ley que podría eliminar a los adversarios de la vida política con el pretexto de actuar con influencia rusa. En su apuesta por hacerse de un tercer mandato, el partido Ley y Justicia no está dejando ningún cabo suelto.

El partido construyó su éxito con base en transferencias sociales específicas, el respeto a la identidad católica del país y el nacionalismo declarado. Pero también debe mucho a las hábiles campañas de miedo colectivo y satanización. Durante sus ocho años en el poder, los inmigrantes, las mujeres y las minorías sexuales han sido sus principales víctimas. El gobierno también ataca con regularidad a la oposición, a menudo en términos de escabrosa conspiración. Sus ministros y partidarios sugieren, por ejemplo, que el líder de la oposición y ex primer ministro, Donald Tusk, planeó el accidente de avión en el que murió el presidente polaco en 2010. Por extravagantes que sean, estas teorías conspirativas alimentan y amplifican el miedo generalizado a que las cosas vayan de mal en peor con rapidez.

Ese miedo es lo que subyace en la respuesta del país a la guerra. La historia moderna de Polonia —anexada, subordinada y ocupada— habla de la pérdida recurrente de independencia. Esta herencia trágica, nunca lejana, explica la enérgica respuesta del gobierno a la guerra de Ucrania: el futuro no debe repetir el pasado. Y no se trata solo de Polonia. Basta echar un vistazo al mapa para ver que los países que más participan en la defensa de Ucrania son los afectados por el pacto nazi-soviético de 1939, que expuso a Finlandia, los países bálticos y Rumania, junto con Polonia, a la depredación de los ejércitos conquistadores. La suya es una solidaridad basada en el trauma del imperialismo ruso.

Estados Unidos debería tomar nota. En febrero, al cumplirse un año de la invasión, el presidente Joe Biden dio un discurso con el Castillo Real de Varsovia de fondo. Después de elogiar a Polonia por ser uno de los “grandes aliados” de Estados Unidos, Biden subrayó la importancia de defender la libertad y la democracia. Fue un discurso poderoso. Pero en esta parte del mundo, la libertad y la democracia no necesariamente van de la mano. Basta ver el hecho de que el partido Ley y Justicia, a pesar de los escándalos gubernamentales y la inflación rampante, se sitúa en las encuestas sin ningún problema con cerca del 35 por ciento.

La nueva imagen internacional del partido como firme amigo de Ucrania solo contribuye a afianzar ese apoyo. Con el respaldo de Occidente, el gobierno puede presentarse de manera convincente como garante de la seguridad, tanto dentro como fuera del país. Junto con países como la India, Turquía y Ruanda, Polonia puede pasar a formar parte del rompecabezas de amigos no tan liberales de Occidente, con lo que ayuda a consolidar la oposición a Rusia y China. Este proceso se está produciendo porque así le conviene a Occidente, pero no en consonancia con sus valores.

No tiene que ser así. Para empezar, Estados Unidos ejerce una influencia considerable en Polonia. Si Biden, cuyas dos visitas al país el año pasado fueron acontecimientos importantes, se pronunciara en contra del comportamiento interno del gobierno, enviaría un poderoso mensaje a los líderes del partido. Además, Washington podría condicionar la ayuda financiera —el año pasado, Estados Unidos invirtió 288,6 millones de dólares en el Ejército polaco —a que el gobierno cumpla con las normas democráticas y el Estado de derecho. Puede que no funcione de inmediato: la retención de los fondos de recuperación posteriores a la pandemia por parte de la Unión Europea en protesta por la violación del gobierno a la independencia judicial no ha revertido esa tendencia. Pero les mostraría a los iliberales de Polonia que no pueden hacer su voluntad.

En su novela de 1899 “El corazón de las tinieblas”, Joseph Conrad presentaba al antihéroe del libro, Kurtz, no como la encarnación del mal, sino como un producto de la sociedad de su tiempo. “Toda Europa”, escribió el polaco Conrad, “contribuyó a hacer a Kurtz”. Los líderes liberales de Occidente harían bien en reflexionar que ellos mismos corren el riesgo, en nombre de la unidad, de contribuir a la fabricación de un villano moderno.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2023 The New York Times Company