Opinión: De niño en Haití, me enseñaron a despreciar mi lengua y a mí mismo

HAITÍ NO SE PUEDE RECUPERAR DE SU HISTORIA BRUTAL SINO HASTA QUE SUS ESCUELAS DEJEN DE MENOSPRECIAR DE MANERA SISTEMÁTICA SU ÚNICA LENGUA COMÚN.

Cuando de niño iba a la escuela en Haití en la década de 1970, me prohibieron hablar mi lengua materna, el criollo haitiano, que los haitianos llamamos kreyòl. Si desobedecía, un profesor me lo recordaba con un fuerte reglazo en la mano. El kreyòl, que surgió del contacto entre las lenguas francesa y africana en las plantaciones coloniales, es la única lengua que hablan todos los haitianos. Sin embargo, el sistema educativo del país lo discrimina en favor del francés, que es hablado como máximo por una décima parte de la población. Los niños hablantes de kreyòl son sometidos a un sinfín de humillaciones en el salón de clases, incluyendo en al menos una escuela un letrero que dice: “Debo expresarme siempre en francés. De otra manera, soy el gorila de la clase”.

La discriminación contra el kreyòl comienza en las escuelas, pero no se detiene allí. “The Ransom”, (El rescate) una investigación en torno a la deuda exorbitante que los franceses impusieron a su excolonia, fue publicada por The New York Times en inglés, francés y
kreyòl. Dos de los principales diarios de Haití, Le Nouvelliste y Le National, publicaron fragmentos, pero solo en francés. Los tribunales haitianos llevan a cabo juicios en francés, en detrimento de muchos de los demandantes y acusados que no lo hablan. Incluso la UNESCO, que declara su compromiso con las culturas y lenguas locales, favorece el francés en su sitio web y cuentas de redes sociales en Haití.

Estos ataques a mi lengua son legado del diseño colonial francés para el empobrecimiento de Haití, que continúa, siglos después, agotándonos como nación. En 1825, el rey Carlos X impuso un rescate de 150 millones de francos a cambio del reconocimiento de la independencia de Haití. Poco después, Gaspard Théodore Mollien, un diplomático francés, hizo un llamado a favor de la imposición de valores franceses en la educación haitiana. El objetivo era hacer que los haitianos fueran dependientes de Francia, desde su economía hasta su cultura e incluso las palabras que pronunciaban.

El más reciente caos político de Haití es la consecuencia más reciente de la historia trágica de la nación, que también incluye la ocupación estadounidense a principios del siglo XX. La crisis actual hace que la promoción del kreyòl sea mucho más urgente.

El país no podrá salir de su empobrecimiento y de su peligrosa inestabilidad política hasta que todos los niños tengan acceso a una educación de calidad. Los países cuyos sistemas escolares excluyen las lenguas maternas de los estudiantes están estrechamente relacionados con los que tienen un menor desarrollo nacional, y el Foro Económico Mundial clasifica a Haití entre los más bajos de todos en términos de educación e innovación. No más del diez por ciento de sus estudiantes que ingresan a la escuela primaria consiguen graduarse del bachillerato, más o menos el mismo porcentaje de haitianos que tienen cierto grado de fluidez en francés.

Cuando era alumno en la prestigiosa Institución Saint-Louis de Gonzague en Puerto Príncipe, mi profesor de francés y literatura haitiana, un hermano católico francés, nos hacía memorizar textos que nos enseñaban a despreciar el kreyòl como una lengua sin valor. También me hicieron escribir cientos de líneas que decían: “Nunca más hablaré kreyòl”. Algunos padres y profesores incluso hacen que los niños se tallen la lengua con jabón, limón y vinagre para lavar metafóricamente el kreyòl.

En 1982, un decreto conocido como la Reforma Joseph Bernard prometía un cambio. Exigía que el kreyòl fuera la lengua de enseñanza durante los primeros diez años de escolarización y pretendía que el francés fuera la segunda lengua de enseñanza en el sexto año. Eso habría dado a los estudiantes haitianos la oportunidad de desenvolverse en ambas lenguas y al mismo tiempo valorar su identidad nacional. Pero durante los últimos 40 años, ese decreto ha sido ignorado o malinterpretado. La educación haitiana ha sido socavada en todas las materias académicas, incluso en francés, en la que los adultos que están al frente del aula tienen un dominio de la lengua solo un poco mejor que el de los alumnos que están en los asientos. Muchos profesores utilizan su kreyòl nativo para aproximarse a una estrecha gama de frases en francés que simplemente han memorizado.

En octubre de 2014, Michel Martelly, el presidente haitiano de aquel entonces, le pidió al entonces presidente de Francia, François Hollande, que enviara profesores franceses jubilados a Haití para ayudar a reconstruir “la mentalidad haitiana y al hombre haitiano”. El año siguiente, Hollande juró pagar la llamada deuda moral de Francia con Haití, en parte invirtiendo en su sistema educativo y honrando más su lugar como nación francófona. Ya el año pasado, expertos del Ministerio de Educación Nacional y Formación Profesional, con ayuda de la Agencia Francesa de Desarrollo, elaboraron un marco de orientación curricular para el sistema educativo haitiano que haría del francés la única lengua de instrucción desde el quinto año en adelante.

Considero que la descripción de Haití como la nación más pobre del hemisferio occidental es una gran tergiversación; Haití es, más bien, la nación más empobrecida por los efectos de la supremacía blanca. El emisario de Carlos X impuso un rescate económico insuperable, pero el modelo educativo francés, un supuesto regalo de guerra, fue igual de brutal: un rescate lingüístico, una poderosa herramienta de colonización mental. Las élites francófonas de Haití, que han hecho cumplir ese mandato, siempre han vivido lo más lejos posible —geográfica, social, cultural, religiosa y lingüísticamente— de la población mayoritaria de habla kreyòl. Nunca han creado un sistema para enseñar francés de manera adecuada a quienes no crecieron hablándolo. En cambio, esas élites haitianas favorecen la enseñanza en francés, una opción que garantiza multiplicar el privilegio que ya disfrutan y asegura que la mayoría de sus conciudadanos no puedan compartirlo.

Los remedios financieros para esas abrumadoras injusticias históricas todavía parecen una perspectiva lejana, pero en términos de remedios culturales, los haitianos por fin tienen alguna esperanza. El ministro de educación de Haití, Nesmy Manigat, hace poco anunció que el kreyòl deberá servir de lengua de enseñanza durante toda la educación primaria y secundaria. El francés se enseñaría como segunda lengua en los primeros cursos y, poco después, se utilizaría como lengua de instrucción adicional. Manigat también aboga por la enseñanza del inglés y el español a partir de la escuela media. La nueva orientación pretende valorizar la lengua y la identidad de los alumnos, curándolos de las heridas coloniales del pasado y preparándolos para el éxito académico y la educación posterior.

Esos cambios curriculares son necesarios, aunque no suficientes. Las autoridades haitianas también tienen que garantizar que los materiales de enseñanza y de los cursos en todos los niveles incluyan materiales de pedagogía de aprendizaje activo enfocados en los estudiantes, para educar a generaciones de niños haitianos e inculcarles solidaridad y orgullo a través de una lengua que honre su historia, su identidad y su perspectiva como nación.

Liberar las mentes y la sociedad haitianas de siglos de discriminación lingüística es el primer paso para ayudar a que Haití supere las consecuencias desastrosas de su historia colonial y neocolonial.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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