Cómo es nadar en un océano que está a 38 grados Celsius

Hace diez años nadé de cuba a florida. hoy no podría hacer ese recorrido.

Beautiful silhouette sunset at tropical sea . Crossing process toned
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Por un momento, mientras leía las noticias sobre la devastadora ola de calor mundial de este verano, me costó aceptar que nuestra crisis climática se hubiera convertido ya en algo tan catastrófico. Las tragedias en Grecia. Las altas temperaturas históricas e incesantes que atravesaron durante todo un mes amplios corredores de Estados Unidos. Estos sucesos emergentes pronostican que es probable que nada de esto sea una aberración.

Entonces, hace unas semanas, la temperatura del océano frente a Miami alcanzó los 35 grados. Una alarma visceral se apoderó de todo mi ser. Repetía la cifra en mi mente con incredulidad estupefacta. Me dije que era imposible que se mantuviera, y así fue. A finales de mes, al menos una lectura había superado los 38 grados.

A lo largo de toda la historia registrada en el planeta Tierra, los seres humanos se han situado al borde del océano para contemplar el horizonte, asombrados por la joya azul que llamamos hogar. Incluso desde su posición ventajosa a casi 402,336 kilómetros de distancia, los astronautas han expresado su asombro al ver nuestro especial punto azul pálido, como Carl Sagan lo dijo de manera tan elocuente.

Sin embargo, en las últimas semanas, ese punto azul ha estado sufriendo una calamidad climática para la que la mayoría de nosotros simplemente no estábamos preparados. Sí, hemos leído sobre la acumulación de gases de efecto invernadero que están calentando nuestra atmósfera. Pero me atrevería a decir que, para muchos de nosotros, el calentamiento radical de nuestros océanos es una coyuntura nueva y aterradora en la historia de la humanidad que ha pasado en gran medida desapercibida.

Millones de personas, desde tiempos inmemoriales, han vadeado, nadado y retozado cerca de la costa para hacer ejercicio, disfrutar de la paz y el placer, y para conectar con la que quizá sea la más grandiosa de todas las majestuosas características de la madre naturaleza. Pero meterse en el agua de la costa de Miami a finales del mes pasado era como meterse en un jacuzzi caliente, la antítesis de lo refrescante e inspirador. Dentro de unos años, quizá recordemos el verano de 2023 como el comienzo de una era en la que muchos de nuestros océanos dejaron de ser un glorioso lugar de recreación.

Mi infancia transcurrió en las mismas aguas de la costa de Florida que hace poco registraron temperaturas de tres dígitos. Como crecí en Fort Lauderdale, los recuerdos que más me acompañan son oceánicos: pasar todo el día chapoteando en las olas, riendo con mis hermanos, zambulléndonos unos a otros, cabalgando las olas y jugando a infinidad de juegos submarinos, corriendo hacia una u otra boya, metiéndonos en la cama por la noche exhaustos y regocijados por la caricia mágica de nuestro insustituible patio de recreo.

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A los 9 años, después de la Revolución cubana, escudriñé el horizonte para vislumbrar Cuba, esa isla que de repente era prohibida. Mi madre señaló al otro lado del océano y me dijo: “Allí. La Habana está justo ahí enfrente. Está tan cerca que tú, pequeña nadadora, podrías nadar hasta allí”. Más tarde, después de cinco intentos a lo largo de 35 años, finalmente logré cruzar. Pero no podría haberlo hecho el mes pasado. En aguas tan calientes, el calor corporal que generaría por el esfuerzo —52 horas y 54 minutos continuos— me llevaría rápidamente al sobrecalentamiento y al fracaso. Y al peligro. La hipertermia vencería incluso a la más fuerte de las voluntades.

Por supuesto, esa sería solo una pequeña consecuencia de nadar en estas aguas recalentadas.

Hace años, las Cámaras de Comercio a lo largo de las costas de Florida seguramente estaban consumidas por la preocupación sobre el aumento de los enjambres de medusas que han llegado con las aguas más cálidas. Ahora, sin duda, están apiñadas en reuniones, contemplando el desastre que sobrevendrá si estas incómodas temperaturas del agua ahuyentan definitivamente a los turistas.

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Florida no es el único lugar donde la temperatura del agua está subiendo. En las latitudes bajas cercanas al Ecuador, esta ola de calor marina ha sido masiva. Desde el sur de México hasta el océano Índico occidental, pasando por el Caribe, el 40 por ciento de los océanos del mundo ya han sido víctimas del traumatismo provocado por el cambio climático. A finales de junio, hacía suficiente calor como para cumplir con los criterios de una ola de calor marina.

Pero, de algún modo, ha pasado desapercibida, eclipsada por las terribles advertencias de los geofísicos que han descrito cómo gran parte de la ciudad de Nueva York quedará bajo el agua y los científicos que han relatado la precipitada pérdida de hábitat de los animales que merodean por el Ártico, a medida que el calentamiento global reduce las capas de hielo que antes utilizaban para cazar y pescar. Parece que cada verano oímos hablar más de los incendios forestales y de los terribles estragos que causan: la pérdida de vidas y hogares. Cuando los incendios asolaron la sabana australiana, fuimos testigos del terror colectivo de miles de animales indefensos que corrían por sus vidas a través de los bosques en llamas.

Puede que nos resulte más difícil relacionarlo con la vida marina, pero los arrecifes de coral, vitales para la existencia de muchos peces de aguas poco profundas, han estado decolorándose y muriendo prácticamente de la noche a la mañana. Imagina los peces muertos flotando en la superficie del océano, las langostas muertas en el fondo marino: ese es el aspecto actual de las costas de Florida. Esas criaturas luchan por su vida, como los ciervos en los bosques.

He nadado en todos los océanos, excepto en el Ártico, y a menudo me han preguntado cuál es mi favorito. Pero hoy no estoy hablando poéticamente de su impresionante belleza. Estoy desconsolada por lo que los seres humanos hemos hecho por descuido y codicia a nuestro hogar, nuestro magnífico planeta. Hoy miro a través de la vasta extensión de cualquier océano y, más allá de la majestuosidad y el misterio, me preocupa el calentamiento de los océanos que nos horrorizará, que disminuirá o incluso destruirá nuestras relaciones cotidianas con nuestra joya azul.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2023 The New York Times Company

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