Cómo el fuego convirtió a Lahaina en una trampa mortal: "Era como un lanzallamas en la ciudad"
Solo tres horas antes de encontrarse acurrucada en el océano Pacífico, con un aluvión de brasas y cenizas precipitándose sobre ella, Chelsea Denton Fuqua estaba tumbada en la cama con un ventilador, con un cielo azul inmaculado al otro lado de la ventana de su casa, situada a 0,8 kilómetros del paseo marítimo de Lahaina, en la isla hawaiana de Maui.
Instantes después, vislumbró humo a lo lejos. Al principio era una brizna, pero en cuestión de minutos se había hecho más densa, ondulando ladera abajo con vientos violentos.
Denton Fuqua, de 32 años, y su marido estaban preocupados. No habían recibido alertas de texto ni sirenas ni órdenes de evacuación; ninguna señal para ella y sus vecinos, dijo, de que Lahaina, una comunidad de 13.000 habitantes que fue capital del reino hawaiano, estaba a punto de incinerarse.
Sin embargo, sabían lo que podía ocurrir en un incendio forestal. Tomaron algunos artículos de primera necesidad y se prepararon para salir en sus autos. “La gente me decía: ‘Ah, ¿van a salir?’”, recordó Denton Fuqua. “‘Muy bien, cuídense’”.
(VIDEO) Destrucción similar a la de una bomba atómica en la histórica Lahaina
Ha pasado una semana desde el infierno que arrasó el oeste de Maui el 8 de agosto. Se ha confirmado la muerte de al menos 99 personas y se teme que la cifra aumentará de manera considerable. Miles de estructuras, en su mayoría viviendas, han quedado reducidas a escombros. Las estructuras de los autos incinerados cubren la histórica calle Front de Lahaina, mientras los equipos de búsqueda se abren paso con trabajos de casa en casa en busca de restos humanos.
El rápido avance del fuego, así como la impresionante muerte y destrucción ya están planteando preguntas sobre si debió haber una gestión más agresiva de la energía eléctrica cuando los fuertes vientos azotaron la isla, advertencias más tempranas para los residentes en el camino del fuego y una mejor gestión del tráfico para evitar el paralizante atasco que llevó a muchas personas a una trampa mortal.
Las entrevistas y los videos revisados por The New York Times muestran que el incendio forestal que acabó arrasando Lahaina se inició bajo un tendido eléctrico roto nueve horas antes de que arrasara la ciudad, recrudeciéndose por la tarde después de que los bomberos lo dieran por controlado.
Nada funcionó
Sin embargo, en decenas de entrevistas con sobrevivientes, los residentes de un barrio tras otro afirmaron no haber recibido ninguna advertencia antes de que el fuego se abalanzara sobre sus hogares. Contaron historias de personas que se apresuraban a escapar por el paseo marítimo y pasaban en auto junto a otras que retozaban despistadas en las playas. Algunos se quedaron fuera de sus casas, maravillados por lo que estaba ocurriendo, todavía tomando cocteles. Los turistas que se enteraron hicieron las maletas y huyeron de sus hoteles, mientras otros llegaban con sus equipajes.
“Nadie se lo esperaba”, comentó Mark Stefl, colocador de baldosas. Dijo que su primera pista de que podía estar en peligro fue cuando su esposa vio las llamas a casi 457 metros de su casa.
A medida que el fuego se adentraba en la ciudad, los problemas se multiplicaban: según los bomberos, las bocas de riego se secaron cuando colapsó el sistema de abastecimiento de agua de la comunidad. Las potentes sirenas, probadas todos los meses en preparación para una emergencia de este tipo, nunca sonaron. El sistema 911 de Lahaina no funcionó.
Muchos de los que evacuaron dijeron que se vieron acorralados por el cierre de carreteras y la caída de líneas eléctricas en atascos de tráfico que hicieron que algunas personas se quemaran vivas en sus autos y obligaron a otras a huir hacia el Pacífico. Videos compartidos con el Times y publicados en las redes sociales muestran autos en la calle Front arrastrándose en el tráfico de parachoques a parachoques mientras el humo, las brasas y los escombros se mueven alrededor de ellos.
Las autoridades han culpado las rachas de viento, que en algunos casos superaron los 129 kilómetros por hora, de avivar la ferocidad de las llamas, combinadas con el aumento de las temperaturas y la sequía que ha dejado secos los vastos pastizales y matorrales de la isla.
La posibilidad de un incendio forestal destructivo ha sido una preocupación creciente en todo el oeste de Maui durante años, pues la sequía ha empeorado, las plantas invasoras han creado enormes franjas de pastizales altamente inflamables y el empeoramiento de las tormentas ha generado vientos que pueden alimentar los incendios. Todos estos peligros se hicieron patentes en los días previos al incendio de Maui de la semana pasada, cuando un huracán que se desarrollaba hacia el sur, con importantes vientos previstos, creó las mismas condiciones que los científicos habían advertido desde hacía tiempo que podían ser una combinación mortal.
El gobernador de Hawái, Josh Green, ha dicho en repetidas ocasiones desde el incendio que el cambio climático es “la gran razón de que haya perecido tanta gente”. Ha pedido al fiscal general que lleve a cabo una revisión exhaustiva.
“Con el tiempo”, prometió, “podremos averiguar si podríamos haber protegido mejor a la gente”.
Una línea eléctrica y un ‘estallido’
Era poco después del amanecer del 8 de agosto y el viento ya soplaba con fuerza en la ladera oeste de Lahaina cuando Shane Treu se subió a su tejado cerca de Lahainaluna Road para reparar algunos daños. Los trozos de tejado y los pesados paneles de un calentador de agua solar se habían desprendido y estaban cayendo sobre su valla.
Fue entonces cuando oyó un ruido procedente de un tendido eléctrico cercano.
“El viento seguía soplando muy fuerte y oí un estallido”, relató Treu. “Miro y el tendido se arquea, cae al suelo y echa chispas”. El tendido eléctrico, que cayó sobre hierba seca, era “como un fusible”, aseguró. Ennegreció el suelo en la base de un poste eléctrico y empezó a prender fuego a los patios cercanos.
Fue precisamente el lugar donde se declaró en un principio el incendio forestal que acabaría arrasando gran parte de Lahaina, a las 6:37 de la mañana, según muestra un análisis de video e imágenes por satélite realizado por el Times.
Treu comenzó a grabar con su teléfono, haciendo un paneo a través de tres líneas eléctricas en el suelo. Se podía ver uno de ellos colgando entre la hierba carbonizada y humeante. “Ese es el tendido eléctrico que lo provocó”, dice en el video. En una entrevista, Treu dijo que llamó al 911 mientras el fuego crecía, al otro lado de la calle de su casa. La policía tardó seis minutos en llegar, relató, y los bomberos otros seis; un camión cisterna y dos cargadoras frontales llegaron para crear un cortafuegos.
Los funcionarios del condado informaron que el incendio estaba “contenido al cien por ciento” a las 9 de la mañana.
Treu dijo que reanudó sus reparaciones y luego pidió a su hijo que lo llevara a uno de sus dos trabajos. En su mente, se preguntaba si el fuego podría reavivarse.
Y así fue.
Las autoridades de Maui emitieron un comunicado de prensa en el que afirmaban que se había producido un “aparente recrudecimiento” del incendio de Lahaina y que la carretera de circunvalación de Lahaina —la vía construida en 2013 después de que los residentes se quejaron durante años de que podrían quedar atrapados en la única carretera de entrada y salida de la ciudad— estaba cerrada en torno a las 15:30 horas.
Stefl y su esposa, Michele Numbers-Stefl, ya habían avistado el fuego una hora antes a casi 457 metros de su casa, a poco más de 800 metros de la residencia de los Treu.
“¡Dios mío! Recojan a los perros, hay un incendio ahí”, gritó Numbers-Stefl a su marido. Las llamas se acercaban a lo largo de Lahainaluna Road, dijo, a casi 91 metros, luego a casi 27, “un tren de carga bajando por la montaña”, en palabras de su marido.
“Cuando me di la vuelta, estaba justo ahí, así de rápido”, afirmó Stefl, de 67 años, residente desde hace mucho que reconstruyó su casa después de que fuera destruida en el mismo terreno en un incendio forestal en 2018. Dijo que él y su esposa “literalmente corrieron por las escaleras, agarraron gatos y perros y retrocedieron por el camino a través del humo negro, el fuego, el calor, que volaba a su alrededor”.
¿Las autoridades les habían enviado alguna alerta o aviso?
“Por supuesto que no”.
Desde tierra y mar, la gente se quedó atónita mientras el incendio forestal, antes vacilante, cerca de Lahainaluna Road parecía hincharse hasta convertirse en un monstruo. En la oficina del piso superior de su almacén de café en el centro de Lahaina, junto a una fábrica de chocolate y una tienda de licores, J. D. Sheveland, de 58 años, observaba la tormenta de fuego a través de su ventana mientras pagaba facturas y hacía papeleo.
El viento envió palés de madera volando por los estacionamientos, dijo, y arrancó trozos del nuevo complejo de viviendas asequibles. Miró hacia el noreste a las 3 de la tarde y, al igual que Denton Fuqua, vio volutas de humo que se elevaban.
A las 3:25 p. m., Sheveland captó imágenes del humo gris que empezaba a fluir sobre las calles residenciales. Al cabo de veinte minutos, sus videos mostraban un humo cada vez más oscuro. En un video grabado a las 3:49 p. m. y publicado en el sitio web para compartir fotografías Imgur días después, se podían ver autos que circulaban entre nubes de humo por la autopista Honoapiilani en dirección al centro de Lahaina.
A las 4:14 p. m., Sheveland, que seguía en su oficina, podía ver cómo las llamas saltaban por encima de los tejados de las casas a medida que el fuego arrasaba el barrio y se acercaba al paseo marítimo.
Mientras Denton Fuqua y su marido huían de su casa, los agentes de policía los dirigieron lejos de las principales arterias de salida de la ciudad y hacia la calle Front, la histórica calle comercial que bordea el océano. Los autos estaban a centímetros uno del otro y se movían a vuelta de rueda. Los cables eléctricos se agitaban sobre sus cabezas y el humo era asfixiante.
Finalmente, decidieron dejar sus autos en una cochera y corrieron hacia el océano, con la esperanza de que el aire fuera más limpio. Pero volaban escombros y surgían pequeños incendios a su alrededor, así que se subieron al auto de un desconocido para descansar un poco del humo. Volvieron a quedarse atascados en el tráfico y volvieron a salir.
A las 5:15 p. m., estaban escondidos entre una tienda de magia y una pizzería de la calle Front, con un voraz incendio y un muro de humo a sus espaldas. Delante de ellos había una larga fila de autos, atascados, luego un pequeño muro de piedra y después el océano. Intentaron respirar a través de sus camisas para filtrar el humo.
Cerca de allí, los bomberos llegaron para hacer frente al incendio cerca del almacén de café de Sheveland. En cuanto se fueron, las llamas volvieron a avivarse en un campo al otro lado de la calle. Sheveland tomó un extintor y salió corriendo. “Estaba ahí fuera intentando apagar el pequeño incendio y empecé a oír algo, como un motor a reacción”, recordó. “El fuego aspiraba el viento. Se convirtió en una tormenta de fuego en ese mismo momento”.
Alrededor de las 5:30 p. m., salió corriendo. Subió a su camioneta Dodge y, en una caravana de tres vehículos con siete empleados y familiares, se lanzó por la calle Keawe, justo al lado de la carretera de circunvalación, hacia la autopista principal. Pero la autopista estaba cerrada, aseguró, cubierta de cables de alta tensión. Atascado, giró hacia el océano, saltó el bordillo, rodó por una zona de hierba y entró en un estacionamiento de Safeway.
Pronto se dio cuenta de que la única salida de la ciudad era la calle Front, pero casi nadie salía por allí. El tráfico se movía un poco y se detenía, se movía y se detenía.
En su espejo retrovisor, podía ver la tormenta de fuego que barría Lahaina. De algún modo, hacia las 6 de la tarde, los autos empezaron a moverse. Escapó.
Para entonces, decenas de personas, que apenas podían ver a través del humo a lo largo de la calle Front, estaban encaramadas al borde del dique, luchando por respirar.
“No podíamos ver a la gente, pero oí a gente que vomitaba, que gritaba”, afirmó Ydriss Nouara, director de ventas de un hotel local, que huía en una moto con un vecino. Dijo que vio cómo un pit bull se arrojaba al agua. Llamó al 911 y el operador les instó a que se metieran también en el agua.
Observó desde un embarcadero cómo los barcos del puerto se incendiaban y giraban en círculos, con sus mástiles en llamas.
Denton Fuqua y su marido también se habían lanzado al mar. “Estábamos con un montón de gente que rezaba; los niños lloraban”, recordó. “La gente soltaba a sus mascotas porque no podían cargarlas y taparse la boca”.
Estaba tan oscuro que, a veces, no podía ver a su marido, justo a su lado. Decenas de desconocidos flotaban a su alrededor, algunos sujetándose a tablas para mantenerse a flote. Las brasas les caían en el pelo y sumergían la cabeza bajo el agua para evitar prenderse fuego.
“Era como un lanzallamas en la ciudad”, explicó. “Era como si una persona o un ser mítico tuviera un soplete y se lo estuviera llevando por delante a todo el pueblo”.
Finalmente, nadaron hacia el noroeste por la orilla hasta Baby Beach, un punto de referencia local, y consiguieron ponerse a salvo.
Para entonces, una embarcación de casi 14 metros de la Guardia Costera se había acercado al rompeolas de Lahaina, poco después de las 6 de la tarde: el humo era tan denso que el timonel no podía ver la proa del barco.
A medida que se acercaban, tratando de evitar encallar con el viento y las olas, la tripulación empezó a lanzar cabos de cuerda a través del humo, sintiendo cómo algunos se tensaban cuando la gente los agarraba por el otro extremo. Tiraron de ellos. Siete personas se salvaron.
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