Opinión: Japón ya no puede evadir su responsabilidad

CONTRARRESTAR LA AMENAZA DE CHINA EXIGIRÁ QUE JAPÓN SE DESMARQUE Y ASUMA UNA MAYOR CARGA MILITAR.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Japón evade su responsabilidad.

El país nipón, protegido por la alianza de seguridad estadounidense de la posguerra, proporcionó bases a las fuerzas estadounidenses, pero mantuvo su propio gasto militar en un nivel muy bajo para un país de su tamaño y riqueza, y se resistió a la insistencia estadounidense de que compartiera más la carga.

China ha vuelto esto imposible. Sus ambiciones y su creciente influencia mundial amenazan el territorio japonés y un orden internacional (basado en la democracia, el libre comercio y el respeto de los derechos humanos) en el que Japón ocupa un lugar importante.

Se habla mucho de los vínculos culturales e históricos de Estados Unidos con Europa. Pero Japón es el eje de la principal competencia geopolítica actual —la presión china por el dominio regional de Asia Oriental— y es el aliado más importante de Estados Unidos. Esta semana, en la que los líderes de los países del Grupo de los Siete se reúnen en Hiroshima, con China como tema prioritario en la agenda, Japón y sus aliados deben reconocer que Japón es fundamental para gestionar con éxito el desafío chino y que es necesario que participe de manera más activa.

La Guerra Fría se centró en una competencia geopolítica por el dominio de Europa. Estados Unidos y la OTAN movilizaron un enorme poder militar para evitar que la Unión Soviética y sus aliados del Pacto de Varsovia invadieran Alemania Occidental. En cambio, Japón permaneció en un segundo plano. Su Constitución de posguerra —escrita en su mayoría por funcionarios de ocupación estadounidense— prohibía mantener “fuerzas de tierra, mar y aire”. Esto les convino a los dirigentes de Tokio, que pretendían evitar debates políticos divisorios sobre el gasto militar (cuyo límite se estableció en un uno por ciento del PIB durante décadas), y a una ciudadanía japonesa todavía traumatizada por la derrota en la Segunda Guerra Mundial. También les aseguró a las naciones asiáticas que Japón no volvería a embarcarse en una agresión en el extranjero.

Cuando Estados Unidos se dio cuenta del valor de Japón como aliado en la Guerra Fría, animó a Tokio a ser más proactivo. Pero los dirigentes japoneses temían verse arrastrados a lo que consideraban aventuras lejanas estadounidenses o, peor aún, a una guerra entre superpotencias. En 1960, después de que un avión espía U-2 pilotado por el estadounidense Francis Gary Powers fue derribado sobre la Unión Soviética, el líder soviético Nikita Kruschev amenazó con atacar las bases aéreas que albergaran aviones de ese tipo. En Tokio estallaron las protestas, que pedían el fin de la alianza estadounidense. La alianza prevaleció, pero los líderes japoneses siguieron resistiéndose a las peticiones estadounidenses de que su país participara en Vietnam y el golfo Pérsico.

China, Corea el Norte y una Rusia más beligerante han llevado a Japón a replantearse su postura. A lo largo de los años, los gobiernos japoneses reinterpretaron la Constitución pacifista para aumentar la capacidad militar y su participación en la alianza. En la actualidad, las Fuerzas de Autodefensa japonesas disponen de capacidades marítimas muy sofisticadas y, aunque Japón sigue sin participar directamente en operaciones militares en el extranjero, envía fuerzas de mantenimiento de la paz a misiones de la ONU, apoyó a las fuerzas navales estadounidenses en el océano Índico durante la invasión de Afganistán y ha proporcionado ayuda no letal a Ucrania desde la invasión rusa.

En diciembre, el gabinete japonés aprobó planes para duplicar el gasto militar a un dos por ciento del PIB a lo largo de los próximos cinco años, que, de cumplirse, pondría a este país en el tercer lugar de gasto en defensa, después de Estados Unidos y China, y anunció planes para adquirir misiles de crucero estadounidenses Tomahawk. Cada vez más japoneses están a favor del fortalecimiento de las fuerzas militares.

Se ha reconocido, con justa razón, que este es un cambio notable para Japón. Pero, como ilustra el actual retroceso de Alemania respecto a sus propias promesas de aumentar el gasto militar, no hay garantías de que se materialice. Incluso si estos cambios suceden, puede que no sean suficientes.

Durante la Guerra Fría, la economía de Estados Unidos era mucho más fuerte que la de la Unión Soviética, y Japón creció para convertirse en la segunda economía más grande del mundo. Mientras Estados Unidos y Japón estaban a la vanguardia tecnológica, los soviéticos se quedaron rezagados tras el inicio de la era de la información.

Pero China es hoy mucho más formidable; como segunda economía mundial, aumentó diez veces su gasto militar desde 1995. Ahora cuenta con la mayor Armada del mundo en cuanto a número de buques y la mayor Guardia Costera, además de aumentar de manera considerable su fuerza armamentista. China está usando su guardia militar y costera para amenazar a Taiwán —nación a la cual Japón considera crítica para su propia seguridad— e intimidar a los países vecinos para obtener territorios en disputa, incluidas las islas administradas por Japón en el mar de China Oriental.

Se podría argumentar que la prodigiosa fuerza militar de Estados Unidos es suficiente para hacer frente al desafío chino. Pero una ambiciosa estrategia global ya reclama muchas fuerzas militares estadounidenses. A pesar de las repetidas promesas de “mirar hacia” Asia, la atención de Washington sigue dividida: desde hace más de un año libra una guerra por delegación en Europa y una guerra contra Irán que podría convertirse en una amenaza mayor si Teherán adquiere armas nucleares.

Japón tiene que decidirse. Podría continuar evadiendo su responsabilidad, con la esperanza de que Estados Unidos la asuma. Podría poner fin a su alianza con Estados Unidos para buscar la neutralidad o apaciguar a China. Pero cualquiera de las dos opciones es un riesgo para un país que está en la primera línea de combate. Si los dirigentes japoneses de verdad están decididos a oponerse al dominio chino de Asia, deben considerar a su país como el equivalente de la Alemania Occidental durante la Guerra Fría: muy amenazado, en el centro de la contienda geopolítica y contribuyendo significativamente a su propia defensa. Sin embargo, los nuevos planes de gasto militar de Japón siguen siendo modestos: incluso si duplicara su gasto, Japón seguiría estando por debajo del promedio mundial del 2,2 por ciento del PIB. Sin duda, para disuadir a una superpotencia regional como China se requieren mayores esfuerzos.

Los observadores suelen advertir que un Japón con más fuerza militar provocaría malestar en una región donde persiste el recuerdo de su violencia en tiempos de guerra y donde ya está en marcha una carrera armamentista. Pero además de China y Corea del Norte, muchos países de la región y fuera de ella no temen que Japón aumente su participación en la seguridad; sus socios en materia de seguridad como la India y Australia han alentado que así sea. Muchos países de Asia Oriental ven con buenos ojos a Japón por sus estrechos lazos en comercio, tecnología, turismo y educación; el liderazgo de Tokio en instituciones regionales y desarrollo económico, así como su asistencia en materia del COVID-19. Las encuestas muestran que Japón es la potencia que genera más confianza de entre los países surasiáticos, además de que tiene una mayor cooperación en materia de seguridad con Indonesia, Malasia, Filipinas y Vietnam.

Hasta Corea del Sur, donde persiste un resentimiento histórico hacia Japón, está buscando la cooperación más estrecha que ha tenido con Japón en este rubro en décadas, impulsada por la percepción de amenazas compartidas por parte de China y Corea del Norte.

El equilibrio de poder en Asia se está inclinando hacia China. No se trata de una amenaza lejana que Japón pueda evitar. Esta lucha es de Japón.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2023 The New York Times Company