Opinión: Israel y Arabia Saudita están intercambiando lugares

RIAD, Arabia Saudita — Arabia Saudita e Israel son los dos aliados más importantes de Estados Unidos en Medio Oriente, y el gobierno de Joe Biden está profundamente involucrado con ambos en la actualidad, tratando de forjar un tratado de defensa mutua con Arabia Saudita y ayudando a Israel en sus conflictos con Hamás e Irán. Pero el equipo de Biden se ha topado con una situación sin precedentes con estos dos socios de larga data que está creando una enorme oportunidad y un enorme peligro para Estados Unidos. Se deriva del contraste en su política interna.

Para decirlo sin rodeos, el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán, ha encarcelado a los peores extremistas religiosos de su país, mientras que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha puesto a los peores extremistas religiosos de su país en su gabinete.

Y ahí reside una historia.

Mohamed bin Salmán (MBS), con su intenso enfoque en el crecimiento económico tras varias décadas en las que describió a Arabia Saudita como “dormida”, ha desatado la revolución social más importante jamás vivida en el reino del desierto, una que está provocando una onda expansiva en todo el mundo árabe. Ha llegado a tal grado que Estados Unidos y Arabia Saudita están dando los toques finales a una alianza formal que podría aislar a Irán, frenar la influencia de China en Medio Oriente e inspirar de forma pacífica cambios más positivos en esta región que los que alguna vez motivaron de forma militar las invasiones estadounidenses de Irak y Afganistán.

El gobierno de Mohamed bin Salmán hizo algo atroz cuando, en Estambul, en 2018, asesinó al periodista saudí Jamal Khashoggi, un crítico liberal que vivía en Estados Unidos. MBS también ha hecho algo que ninguno de sus predecesores se atrevió a hacer: romper el dominio absoluto que los islamistas más conservadores tenían sobre las políticas sociales y religiosas saudíes desde 1979. Este cambio ha demostrado ser tan popular entre tantas mujeres y jóvenes saudíes que la participación de las mujeres en la fuerza laboral saltó del 20 al 35 por ciento entre 2018 y 2022, según un informe del Atlantic Council, y es aún más alta hoy.

Ese es uno de los cambios sociales más rápidos del mundo. En Riad, se ve su impacto en las calles de la ciudad, en sus cafeterías y en las oficinas gubernamentales y comerciales. Las mujeres saudíes no solo están conduciendo automóviles; están conduciendo el cambio: en el cuerpo diplomático, en los bancos más importantes y en la reciente liga premier de fútbol femenino saudí. La nueva visión radical de MBS para su país en ninguna parte es más manifiesta que en su voluntad públicamente declarada de normalizar las relaciones diplomáticas y económicas con el Estado judío como parte de un nuevo pacto de defensa mutua con Estados Unidos.

El príncipe heredero quiere una región lo más pacífica posible y una Arabia Saudita lo más segura posible de Irán, para poder concentrarse en hacer de Arabia Saudita una potencia económica diversificada.

Así también solía ser Israel. Desgraciadamente, la tragedia de Israel bajo el mandato de Netanyahu es que debido a que ha estado tan desesperado por obtener y mantener el poder para evitar una posible pena de cárcel por cargos de corrupción, ha creado una coalición de gobierno que ha otorgado un poder sin precedentes a dos supremacistas judíos de extrema derecha con autoridad en tres ministerios —Defensa, Finanzas y Seguridad Pública— y que priorizó un golpe judicial antes de hacer cualquier otra cosa. Netanyahu también ha hecho concesiones inéditas a los rabinos ultraortodoxos, transfiriendo enormes sumas de dinero a sus escuelas, las cuales a menudo no enseñan matemáticas, inglés ni educación cívica y la mayoría de cuyos hombres en edad de reclutamiento se niegan a servir en el Ejército, y mucho menos junto a mujeres.

Por supuesto, Arabia Saudita es una monarquía absoluta e Israel es una democracia. Mohamed bin Salmán puede ordenar cambios que ningún primer ministro israelí puede hacer. Aun así, los líderes de ambas naciones tienen que evaluar qué les permitirá permanecer en el poder, y esos instintos están impulsando a Netanyahu a hacer que Israel se parezca más a lo peor de la vieja Arabia Saudita y a MBS a hacer que Arabia Saudita se parezca más a lo mejor del viejo Israel.

El resultado de la alianza de Netanyahu con la extrema derecha es que Israel no pueda sacarle provecho al cambio tectónico en Arabia Saudita —con su oferta de normalizar las relaciones con el Estado judío y abrir un camino para Israel con el resto del mundo musulmán— porque hacerlo requeriría que Israel siguiera un plan con los palestinos para crear dos Estados para dos pueblos originarios.

Además, sin ofrecer alguna posibilidad para una solución de dos Estados con los palestinos sin Hamás, Israel no puede forjar una alianza de seguridad permanente con la coalición de Estados árabes moderados que ayudó a frustrar el bombardeo de más de 300 drones y misiles que Irán disparó contra Israel el 13 de abril en respuesta al asesinato por parte de Israel de un alto comandante militar iraní y algunos de sus subordinados en Siria. Esos Estados árabes no pueden darse el lujo de dar la impresión de que están defendiendo a Israel de forma indefinida si Israel no está haciendo esfuerzos para encontrar socios palestinos moderados que remplacen el control que tiene Israel sobre la Franja de Gaza y Cisjordania.

En otras palabras, Israel no puede convocar hoy las coaliciones que necesita para prosperar como nación, porque conduciría a la ruptura de la coalición de gobierno que Netanyahu necesita para sobrevivir como político.

Todo esto está creando un enorme dolor de cabeza para el presidente Joe Biden, quien ha hecho más para salvar al pueblo israelí de Hamás e Irán que cualquier otro presidente estadounidense, pero se ha sentido frustrado por un primer ministro israelí que está más interesado en salvar su propio pellejo. Actualmente, el apoyo de Biden a Netanyahu le está costando políticamente y está limitando su capacidad para aprovechar de forma plena los cambios en la península arábiga. También podría costarle la reelección.

Desde que Mohamed bin Salmán comenzó a dominar la toma de decisiones saudí en 2016, en nombre de su padre enfermo, el rey Salmán, Arabia Saudita básicamente ha pasado de ser una incubadora de AQ (Al Qaeda) a una incubadora de IA (inteligencia artificial).

Ciertamente, por estos días hay muchos problemas entre los dos líderes más reformistas del mundo árabe: MBS y MBZ, Mohamed bin Zayed, el gobernante de los Emiratos Árabes Unidos. Pero son buenos problemas. Es una intensa competencia para ver quién puede asociarse más rápido y de forma más profunda con las empresas globales más importantes que impulsan la inteligencia artificial.

Como bien señaló el martes el periódico más importante de Emiratos Árabes Unidos, The National: “A raíz de la inversión de 1500 millones de dólares de Microsoft en G42, la empresa de tecnología en la nube e inteligencia artificial de Abu Dabi, la atención se centra ahora en la creciente estatura del Medio Oriente como líder regional en tecnología global. La ofensiva, encabezada por Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, ha atraído la atención de empresas como Oracle, Google y Amazon y ha destacado la confianza cada vez mayor de los inversores en la región, con un creciente respaldo financiero —y relaciones— con Occidente”.

La pregunta clave para el gobierno de Biden y los saudíes hoy es la siguiente: ¿Qué se debe hacer a continuación? La buena noticia es que ya han terminado un 90 por ciento del tratado de defensa mutua que han esbozado, según me informan ambas partes. Pero todavía necesitan concretar algunos puntos clave. Entre ellos, las formas precisas en que Estados Unidos controlará el programa de energía nuclear civil que Arabia Saudita obtendrá en virtud del acuerdo; si el componente de defensa mutua será explícito, como el que existe entre Estados Unidos y Japón, o menos formal, como el entendimiento entre Estados Unidos y Taiwán; y un compromiso a largo plazo para que Arabia Saudita continúe fijando el precio del petróleo en dólares estadounidenses, y no se cambie a la moneda china.

Pero la otra parte del acuerdo, que se considera fundamental para ganar apoyo en el Congreso, es que Arabia Saudita normalice sus relaciones con Israel. Eso sucederá solo si Israel acepta los términos de Riad: salir de Gaza, suspender la construcción de asentamientos en Cisjordania y embarcarse en una “ruta” de 3 a 5 años para establecer un Estado palestino en los territorios ocupados. Ese Estado también estaría condicionado a que la Autoridad Palestina emprenda reformas para convertirse en un órgano de gobierno en el que los palestinos confíen y consideren legítimo, y que los israelíes consideren eficiente.

Existen muchos condicionantes en esta ecuación que actualmente parecen ser muy improbables. Podrían parecerlo menos cuando termine la guerra en Gaza y tanto israelíes como palestinos analicen los terribles costos de no tener una solución pacífica permanente y contemplen si quieren más de lo mismo o hacer un cambio radical.

Para los funcionarios estadounidenses y saudíes está claro que, dado que Netanyahu se ha unido a la extrema derecha para permanecer en el poder, es muy poco probable que acepte cualquier tipo de Estado palestino que lleve a sus socios a derrocarlo, a menos que su supervivencia política le indique lo contrario. Como resultado, Estados Unidos y los saudíes están considerando finalizar el acuerdo y llevarlo al Congreso con la condición declarada de que Arabia Saudita normalizará las relaciones con Israel en el momento en que Israel tenga un gobierno listo para cumplir con los términos del acuerdo entre Arabia Saudita y Estados Unidos.

Pero no se ha tomado ninguna decisión. Las autoridades estadounidenses saben que Israel se encuentra hoy en una crisis tan grande, en la que el mundo entero pareciera caerle encima, que es imposible realmente lograr que los israelíes consideren los profundos beneficios políticos y económicos a largo plazo de unas relaciones normalizadas con Arabia Saudita, la nación musulmana y árabe más influyente del mundo.

Sin embargo, es de esperar que, si se logra un fin permanente de los combates y el regreso de todos los israelíes tomados como rehenes, Israel celebre nuevas elecciones. Y entonces —tal vez, solo tal vez— la elección sobre la mesa para los israelíes no será “Bibi” o alguna versión un poco más potable, sino “Bibi” o un camino creíble hacia la paz con Arabia Saudita y los palestinos.

c.2024 The New York Times Company