Opinión: Por qué Irán no quiere una guerra

IRÁN ESTÁ AFIRMANDO SU FORTALEZA MILITAR EN MEDIO DE LA CRECIENTE INESTABILIDAD REGIONAL EN MEDIO ORIENTE. ESO NO SIGNIFICA QUE SUS LÍDERES QUIERAN VERSE ARRASTRADOS A UNA GUERRA MÁS GRANDE.

La guerra en Gaza ya ha llegado a donde muchos temían: se ha expandido a conflictos en el Líbano, Siria, Irak y el mar Rojo. Con los repetidos ataques de Estados Unidos contra los hutíes en Yemen este mes, los temores de una conflagración regional mayor crecen cada vez más.

En cada uno de esos escenarios está presente Irán, y la pregunta de si Teherán y su poderoso Ejército entrarán a una guerra más amplia.

Durante años, Irán ha proporcionado financiación, armas o entrenamiento a Hamás y Hezbolá, que luchan contra Israel, y a los hutíes, que han estado atacando barcos en el mar Rojo. Irán también ha lanzado sus propios ataques en los últimos días en represalia por un ataque mortal a principios de este mes, que supuestamente tenía como objetivo a los cuarteles generales de espionaje israelí en Irak y el Estado Islámico en Siria. También ha intercambiado ataques con Pakistán a través de su frontera compartida.

Si bien Irán está afirmando claramente su fuerza militar en medio de la creciente inestabilidad regional, eso no significa que sus líderes quieran verse arrastrados a una guerra más amplia. Ya lo han dicho públicamente, y quizás lo más importante es que han evitado meticulosamente emprender acciones militares directas contra Israel o Estados Unidos. El régimen pareciera estar por el momento contento con apoyarse en su vieja estrategia de guerra a través de fuerzas representantes: los grupos que respalda están luchando contra los enemigos de Irán y, hasta ahora, ni Israel ni Estados Unidos han manifestado interés alguno en tomar represalias directas.

En el centro de la aversión de Irán a un conflicto más grande están los problemas internos que abruman al régimen. El anciano líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, está tratando de asegurar su legado —superando obstáculos políticos para instalar un sucesor con ideas afines, buscando un arma nuclear y garantizando la supervivencia del régimen como un paladín islamista que domina el Medio Oriente— y para lograrlo no debe dejarse arrastrar a una guerra más amplia.

El gobierno del ayatolá Jamenei ha estado tratando de mantener bajo control a su oposición política desde 2022, cuando la república islámica enfrentó quizás la insurrección más grave desde la revolución. La muerte de Mahsa Amini bajo custodia de la policía de la moral potenció la frustración generalizada con los líderes del país y desencadenó un movimiento nacional con la intención explícita de derrocar la teocracia. Con métodos brutales, las fuerzas de seguridad de los mulás recuperaron el control de las calles y las escuelas, muy conscientes de que incluso las protestas no organizadas pueden convertirse en una amenaza para el régimen. Irán también enfrenta una crisis económica debido a la corrupción, la mala gestión fiscal crónica y las sanciones impuestas por sus infracciones nucleares.

Incluso en circunstancias menos tensas, la sucesión sería una tarea delicada en Irán. La única otra vez que la república islámica ha tenido que elegir un nuevo líder supremo desde su fundación en 1979 fue en 1989, cuando murió el ayatolá Ruhollah Jomeini, el padre de la revolución. En ese momento, al ayatolá Jamenei le preocupaba que, a menos que el régimen hiciera bien el proceso, sus enemigos occidentales e internos aprovecharan el vacío en la cima para derrocar a la joven teocracia.

Hoy, la Asamblea de Expertos de Irán, un cuerpo de 88 clérigos ancianos, está constitucionalmente facultada para seleccionar al próximo líder supremo. Gran parte de ese proceso está velado en secreto, pero informes recientes en los medios iraníes indican que una comisión de tres miembros que incluye al presidente Ebrahim Raisi y los representantes de la Asamblea el ayatolá Ahmad Khatami y el ayatolá Rahim Tavakol está examinando candidatos bajo la supervisión del ayatolá Jamenei. Si bien el proceso quizá pretendía parecer una búsqueda abierta en el ambiente político fracturado, es casi seguro que no es más que una fachada para la instalación de otro conservador revolucionario en el puesto.

Para el ayatolá Jamenei, un colega religioso de línea dura sería el único candidato apto para continuar la búsqueda de dominio regional de Irán, o para asegurar otra parte clave de su legado: la búsqueda de un arma nuclear. Mientras el mundo se concentra en las guerras en Ucrania y Gaza, Teherán se ha acercado cada vez más a la bomba: ha enriquecido uranio a niveles más altos, construido centrifugadoras más avanzadas y mejorado el alcance y la carga útil de los misiles balísticos. En un momento en que la bomba pareciera estar tentadoramente cerca, es poco probable que el ayatolá Jamenei ponga en peligro ese progreso con una conducta que pueda incitar a un ataque contra esas instalaciones.

Mientras supervisa la búsqueda de sucesor y las ambiciones nucleares de Irán, el ayatolá Jamenei parece contentarse, por ahora, con dejar que las milicias árabes de todo Medio Oriente hagan aquello para lo que Teherán les ha estado pagando y entrenando. El llamado “eje de resistencia” de Irán, que incluye a Hamás, Hezbolá y los hutíes, está en el centro de la gran estrategia de la república islámica contra Israel, Estados Unidos y los líderes árabes sunitas, pues le permite al régimen atacar a sus adversarios sin utilizar sus propias fuerzas ni poner en peligro su territorio. Las diversas milicias y grupos terroristas que alimenta Teherán le han permitido expulsar indirectamente a Estados Unidos de Irak, sostener a la familia Asad en Siria y, el 7 de octubre, ayudar a infligir un ataque profundamente traumatizante contra el Estado judío.

Mientras sus combatientes aliados inflaman el frente norte de Israel mediante ataques esporádicos con misiles de Hezbolá, instigan ataques contra bases estadounidenses en Irak e impiden el transporte marítimo en el mar Rojo y el golfo de Adén, es probable que Irán espere presionar a la comunidad internacional para que restrinja a Israel. Y el imperativo de no ampliar la guerra entre Israel y Gaza, que hasta ahora ha guiado la política estadounidense e israelí, se traduce en que es probable que ninguno de ellos tome represalias contra la república islámica, sino solo contra sus fuerzas representantes.

Por supuesto que Hamás, organización que Israel ha prometido eliminar, es valioso para Irán. El régimen ha invertido tiempo y dinero en el grupo y, a diferencia de la mayoría de los representantes y aliados de la república islámica, Hamás es sunita, lo que ayuda a la teocracia chiita a trascender el sectarismo en la región. La liberación de los palestinos, a quienes los revolucionarios iraníes han apoyado desde que la Organización para la Liberación de Palestina los ayudó contra el sah en 1979, también está en el centro de la misión islamista antiimperialista del régimen clerical.

Pero para el ayatolá Jamenei, los problemas en casa siempre prevalecerán sobre los de los vecinos. Al final, en caso de que Israel tenga éxito en su objetivo de eliminar a Hamás, lo más probable es que el Estado clerical acepte la desaparición del grupo, aunque sea a regañadientes.

Por supuesto, en cuantos más conflictos participe Irán —directa o indirectamente—, también aumentará la posibilidad de que un ataque improvisado o mal calculado pueda hacer que la violencia se salga de control, en una dirección que no favorezca a Irán. La historia está plagada de errores de cálculo y existe una posibilidad real de que Irán se vea arrastrado al conflicto más amplio que ha tratado de evitar.

Pero el líder supremo de Irán es el gobernante que más tiempo ha estado en el poder en Medio Oriente precisamente por su asombrosa habilidad para combinar militancia con cautela. Entiende las debilidades y fortalezas de su patria cuando busca hacer avanzar la revolución islámica más allá de sus fronteras.

En otras palabras, el ayatolá Jamenei conoce sus límites y entiende el legado que necesita asegurar para que la revolución sobreviva a su muerte.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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