Opinión: ¿Qué harías si planearas ir al espacio por 8 días y te quedaras 6 meses?
La mayoría de nosotros entraríamos en pánico si nos quedáramos varados en el espacio sin una fecha firme de regreso. Pero Sunita Williams y Butch Wilmore no son como la mayoría de nosotros.
Williams y Wilmore, dos astronautas de la NASA, partieron hacia la Estación Espacial Internacional el 5 de junio para lo que debía ser una misión de ocho días. Llevan ya seis meses y contando en el espacio. Los problemas técnicos de su nave espacial, que incluían fallos en los propulsores y fugas de helio en el sistema de propulsión, hicieron que su viaje de regreso fuera demasiado arriesgado para un vuelo tripulado. La semana pasada, la NASA anunció que la misión de recuperación —fijada inicialmente para febrero— vuelve a estar en el aire.
Sin embargo, sospecho que Williams y Wilmore no van a perder la calma, ni siquiera con este último giro en los planes. Cuando hablé con ellos en una rueda de prensa en septiembre, parecían notablemente tranquilos con la situación. Estas pruebas “te hacen más fuerte”, dijo él, incluso mientras describía que se perdería el último año de secundaria de su hija menor.
Durante décadas, la NASA ha trabajado duro para identificar y mitigar los innumerables peligros que podrían surgir durante las misiones tripuladas al espacio profundo. Pero a medida que las misiones espaciales se alargan, los protagonistas de estos viajes son algo que no puede evaluarse con precisión. Sus vulnerabilidades, sus necesidades terrestres y su capacidad para convivir en espacios reducidos durante años son solo algunas de las consideraciones que conforman lo que la agencia denomina el factor humano de los vuelos espaciales.
La situación de Williams y Wilmore, por desafortunada y preocupante que sea, constituye una prueba importante para los esfuerzos de la agencia espacial. La capacidad de ambos para adaptarse a sus cambiantes circunstancias reflejará no solo su propio temple, sino también la capacidad de la NASA para seleccionar astronautas que puedan hacer frente a este tipo de contratiempos inesperados. El futuro de la exploración espacial interplanetaria —por parte de la NASA, otros países y empresas privadas como SpaceX— dependerá de que los astronautas se adapten a circunstancias tan impredecibles como estas.
Durante mucho tiempo, la sólida cultura de ingeniería de la NASA no tuvo en cuenta los retos psicológicos a los que se enfrentaban los seres humanos en el interior de sus naves espaciales, diseñadas con precisión. (“Estos humanos suaves y blandengues son completamente insondables para los ingenieros”, me dijo una vez Jack Stuster, un antropólogo que estudió la vida en la Estación Espacial Internacional). El lanzamiento por la Unión Soviética en 1986 de la Mir, la primera estación espacial modular de órbita terrestre baja, transformó esa mentalidad. De repente, los astronautas no solo volaron al espacio, sino que tuvieron que vivir en él durante largos periodos. En 1995, un astronauta estacionado en la Mir describió su aislamiento extremo, advirtiendo que podría no “sobrevivir” si su misión se prolongaba a seis meses.
Por esa misma época, un pequeño grupo de psicólogos conocido como la unidad de salud conductual y de rendimiento se conformaba silenciosamente en las entrañas del Centro Espacial Johnson de la NASA en Houston. Enfocada en las misiones de larga duración a la Estación Espacial Internacional, que pronto se desplegaría, la unidad se encargó de mantener la estabilidad mental de los astronautas durante la separación de sus vidas terrestres.
Los psicólogos se dieron cuenta enseguida de lo difícil que sería persuadir a los astronautas para que se abrieran a ellos. Se trataba de alumnos de alto rendimiento, graduados en escuelas de élite, que llegaron a ser oficiales de combate y de la Marina condecorados. ¿Por qué iban a arriesgar su oportunidad de ir al espacio admitiendo sus miedos?
Pero las personas deben estar preparadas para los innumerables acontecimientos que tendrán lugar mientras estén lejos de la Tierra. Nacimientos, graduaciones, rupturas. A veces estos acontecimientos son inesperados, incluso devastadores. Tomemos como ejemplo los seis meses en la estación espacial que examiné para un proyecto de película documental. Durante ese tiempo, de diciembre de 2010 a mayo de 2011, la madre de un astronauta murió inesperadamente; le dispararon a la representante Gabrielle Giffords, cuñada de Scott Kelly, comandante de una misión, y un tsunami devastó Japón mientras los miembros de la tripulación observaban.
Para ayudar a los astronautas a gestionar el estrés causado por la intensa separación durante estos momentos trascendentales, los psicólogos de la NASA han hecho grandes esfuerzos por ganarse su confianza e incluso empezaron a asumir un papel extraordinariamente familiar en sus vidas. La NASA grabó a la esposa de un astronauta cuando dio a luz mientras él estaba en el espacio. La agencia organizó una boda entre un astronauta estacionado en órbita y su prometida en Houston.
A medida que la NASA se prepara para misiones espaciales más largas y profundas, a la Luna y finalmente a Marte, la comunicación en tiempo real ya no será posible. El riesgo de fallos técnicos y la duración de estas misiones —un viaje de ida y vuelta a Marte duraría unos tres años— podrían amplificar la sensación de desconexión de los astronautas con sus seres queridos. Durante una misión a Marte, podría producirse una pérdida total de comunicación, me dijo Al Holland, psicólogo de la NASA, y añadió: “Hay que prepararse para el peor de los casos”.
En un intento de predecir los escollos psicológicos, el Centro Espacial Johnson se ha transformado en el mayor laboratorio de aislamiento del mundo. Ha colocado a astronautas simulados en hábitats similares a Marte durante todo un año, ha estudiado diarios de marineros varados cerca del Polo Sur a principios del siglo XX y ha desplegado compañeros de inteligencia artificial para hacer compañía a los astronautas solitarios. Y lo que es más importante, ha empezado a buscar candidatos a astronautas que puedan soportar la tensión mental de un aislamiento prolongado.
Aparte de un deseo innato de explorar, las cualidades que busca ahora la NASA presentan un retrato muy distinto del de los temerarios de años pasados. Atrás han quedado los exuberantes pilotos de pruebas que estaban perfectamente adaptados a las misiones cortas y peligrosas; ahora se les sustituye por un grupo humilde y ecuánime de jugadores de equipo de quienes se espera que se comuniquen bien y tengan buen juicio. Los psicólogos de la NASA realizan largas entrevistas a los candidatos finales a astronauta y observan cómo interactúan con otros candidatos. Seleccionan a quien parece más motivado por querer aprender sobre los demás, el mundo y sobre sí mismo. Es la búsqueda del astronauta imperfecto, quien comprende que cuando los astronautas fracasan en el espacio —lo que ocurre a menudo— pueden y deben pedir ayuda.
En una misión de tres años a Marte, los miembros de la tripulación se convertirán en la nueva familia de los astronautas; la nave espacial y el hábitat, en su nuevo hogar. La capacidad de evolucionar de este modo, de asumir una nueva vida temporal, hace que este nuevo tipo de astronautas parezca mucho más humano. Como muchos de nosotros, los migrantes, pasan por las mismas pautas de desarraigo y aprendizaje de la adaptación. Como nos demuestran Williams y Wilmore, prosperarán. Ella lo dijo mejor en la rueda de prensa de septiembre, mientras él giraba alegremente a su lado: “Este es mi lugar feliz”.
Ido Mizrahy es cineasta residente en Nueva York y director del documental Marte. El adiós más largo.
Foto de la fuente Francisco Martin/NASA.
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