Opinión: Por favor, no digan que mi trabajo es una vocación

Por favor, no digan que mi trabajo es una vocación (Álvaro Bernis for The New York Times).
Por favor, no digan que mi trabajo es una vocación (Álvaro Bernis for The New York Times).

LA IDEA DE QUE UN TRABAJO ES UNA PASIÓN OFUSCA LA REALIDAD DE QUE UN TRABAJO ES UN CONTRATO ECONÓMICO Y GENERA LAS CONDICIONES PARA LA EXPLOTACIÓN.

El mes pasado, en una entrevista sobre las ganancias de 50 millones de dólares de Warner Bros. Discovery por emisiones en continuo en el primer trimestre de 2023, el director ejecutivo de la compañía, David Zaslav, dijo a CNBC que creía que la huelga del Sindicato de Guionistas de Estados Unidos (WGA, por su sigla en inglés) terminaría en última instancia debido a “un amor por el negocio y un amor por el trabajo”.

Ahora que comienza la sexta semana de huelga, la perseverancia de los escritores revela una verdad más certera: el amor, por desgracia, no paga las facturas.

La insinuación de que el amor es un sustituto adecuado para la seguridad laboral, las protecciones en el lugar de trabajo o un salario justo es una creencia muy extendida, en particular en los llamados trabajos de ensueño como escribir, cocinar y trabajar en las artes, donde el privilegio de hacer el trabajo se considera una forma de compensación en sí mismo.

Pero la retórica de que un trabajo es una pasión o una “labor de amor” oculta la realidad de que un trabajo es un contrato económico. La suposición de que no lo es crea las condiciones para la explotación.

De hecho, los trabajos creativos, impulsados por una misión y prestigiosos suelen aprovecharse del amor que sienten los empleados por lo que hacen. Según un estudio de 2020, los empleadores consideran que el maltrato a los trabajadores (por ejemplo, exigirles que hagan horas extra sin cobrar o pedirles que realicen tareas degradantes que no forman parte de la descripción de su trabajo) es más aceptable si se piensa que los trabajadores sienten pasión por lo que hacen. Esto se deriva de la suposición tácita de los jefes de que sus empleados harían el trabajo aunque no les pagaran.

Ese parece ser el mensaje que han recibido algunos miembros del WGA. ”Escribir es una vocación noble”, afirmó Charles Rogers, guionista, autor y productor que está en huelga en Los Ángeles. “Pero la industria está estructurada para hacer sentir a los escritores que deberían estar agradecidos tan solo por estar ahí”. Entonces, los empresarios se valen de esta gratitud de los trabajadores y de la omnipresente fila de gente que estaría encantada de ocupar sus puestos para justificar que se les pague menos de lo que merecen.

La idea de que los empleados trabajan por algo más que por dinero también está muy extendida en sectores orientados a ayudar a la gente, como la educación. “La enseñanza es una vocación”, tuiteó el alcalde de la ciudad de Nueva York Eric Adams hace unas semanas. “No lo haces por dinero, sino porque crees en los niños que entran a tu salón de clases”.

Puede sonar a pleitesía, pero el contrato del sindicato de profesores de la ciudad de Nueva York expiró el pasado septiembre y Adams se ha resistido a aumentar los sueldos al ritmo de la inflación. Los maestros necesitan una mejor remuneración, no frases trilladas que celebren la semana de agradecimiento a los maestros.

En un artículo de 2018, Fobazi Ettarh, que en ese momento era bibliotecaria, acuñó un término para describir cómo la rectitud percibida de su industria oscurecía los problemas que existían dentro de ella. Ettarh denominó a este fenómeno asombro vocacional, que definió como la creencia de que, como lugar de trabajo, las bibliotecas eran inherentemente buenas y, por lo tanto, estaban por encima de cualquier crítica. Cuando un lugar de trabajo se considera virtuoso, afirmó, es más fácil explotar a los trabajadores. “Comparado con las grandes misiones de alfabetización y libertad, abogar por poderte tomar tu hora de comida completa parece mezquino”, escribió.

Ettarh supo que quería ser bibliotecaria desde su adolescencia. Cuando estudiaba Biblioteconomía, a sus profesores les encantaba hacer declamaciones poéticas de que ser bibliotecario es una vocación y que las bibliotecas son la última institución verdaderamente democrática.

Pero una vez del otro lado del mostrador, vio cómo los ideales del sector ocultaban sus bajos salarios. En su primer trabajo tras finalizar sus estudios de posgrado, el supervisor de Ettarh le dijo: “Nadie se hace bibliotecario para ganar un salario digno” (Ettarh percibía 48.000 dólares por aquel entonces.) Acabó abandonando el sector.

Durante la pandemia, el asombro vocacional estuvo a flor de piel, desde los educadores a quienes se les decía que su trabajo era obra de Dios, pero que también debían arreglárselas con lo que tenían, hasta los profesionales de la salud a los que se consideraba “esenciales”, pero que a menudo no recibían una remuneración ni protección acorde con la gravedad de su trabajo. La honradez percibida de las industrias honorables encubría las malas condiciones como el glaseado de un pastel quemado.

Aunque el asombro vocacional es habitual en las profesiones que hacen el bien, puede existir en cualquier campo que se base en la fuerza de su marca para distraer la atención de la realidad de las experiencias de sus trabajadores. Por ejemplo, los cuidadores de zoológicos, una profesión en la que el sueldo promedio es de 16,51 dólares la hora, según Indeed. Trabajar en un zoológico se romantiza —¡puedes pasar tiempo con los animales!— pero también se caracteriza por horarios prolongados, trabajo arduo y limpiar excrementos.

En un estudio, los investigadores de comportamiento organizacional Jeffery A. Thompson y J. Stuart Bunderson descubrieron que para poder seguir la vocación de ser cuidador de zoológico había que hacer concesiones, “para fomentar un sentido de identificación ocupacional, significado trascendente e importancia ocupacional por un lado”, escriben, “y un deber inquebrantable, sacrificio personal y mayor vigilancia por otro”. Los investigadores llegaron a la conclusión de que los salarios bajos, las prestaciones desfavorables y las malas condiciones de trabajo suelen ser los sacrificios que hacen los trabajadores por el privilegio de hacer lo que les gusta.

Este sentido del deber y del sacrificio personal puede confundir el rendimiento de los trabajadores con su autoestima, como cuento en mi nuevo libro, pero también puede tener un efecto disuasorio sobre su voluntad de sacar a la luz las irregularidades. Cuando uno tiene un buen trabajo, uno que se siente afortunado de tener, el miedo a perderlo puede dificultar la denuncia.

Pero, por suerte, los trabajadores están reconociendo su fuerza colectiva. Aquí y allá, los empleados se han organizado y luchan por mejorar sus condiciones laborales.

En Hollywood, los guionistas exigen más seguridad laboral y una mejor tajada de los ingresos residuales. En Ann Arbor, Míchigan, los estudiantes de posgrado de la Universidad de Míchigan también están en huelga, exigen un aumento del salario mínimo anual de unos 24.000 a 38.500 dólares. En Oregón, las enfermeras exigen que haya más personal para atender mejor a los pacientes.

Y tienen mucho apoyo. El 71 por ciento de los estadounidenses está a favor de los sindicatos, según una encuesta de Gallup del año pasado, lo que supone su mayor índice de aprobación en Estados Unidos desde 1965.

Como me dijo Ettarh: “Los trabajadores estamos viendo que salvo que trabajemos juntos para defendernos, las instituciones nos harán pedazos”. Para empezar, los empresarios pueden reconocer que trabajamos por algo más que amor.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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