Opinión: Dirigí los CDC y tengo algo importante que decirles

A MI SALIDA DE LA DIRECCIÓN DE LOS CENTROS PARA EL CONTROL Y LA PREVENCIÓN DE ENFERMEDADES DE EE. UU. QUIERO QUE TENGAN ALGO EN CLARO: LA PREGUNTA NO ES SI HABRÁ OTRA AMENAZA DE SALUD PÚBLICA, SINO CUÁNDO SERÁ.

Exactamente un año después de que se identificó el primer caso confirmado en laboratorio de la COVID-19 en Estados Unidos, entré en funciones como la decimonovena directora de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés). En aquel entonces, ya había vacunas disponibles, pero seguían surgiendo nuevas variantes. Consideraba que mi principal responsabilidad era llevar a este país de los días oscuros y trágicos de la pandemia a un lugar más restaurado.

En los dos años y medio que han transcurrido desde ese día, el mundo se ha enfrentado a una densidad incomparable de retos para la salud pública. Vivimos la evolución de la pandemia del coronavirus, así como el primer brote global de viruela símica en la historia. El mayor brote en dos décadas de la cepa sudanesa del virus del Ébola en Uganda amenazó con atravesar fronteras internacionales; se identificó el primer caso en Estados Unidos de poliomielitis paralítica desde 2013; llegaron más de 80.000 inmigrantes de Afganistán, algunos con casos activos de sarampión y otras enfermedades que se contuvieron; por último, el brote más grande y prolongado de influenza aviar de alta patogenicidad sigue prevalente entre parvadas de aves en todo el mundo.

La labor en materia de salud pública seguirá siendo de suma importancia y los retos, igual de complejos. Sin embargo, me temo que la desesperación que provocó la pandemia está desapareciendo con demasiada rapidez de nuestra memoria, quizá porque es muy doloroso recordar una nación devastada, obligada a doblegarse.

Como directora de los CDC, tuve el privilegio de una perspectiva única, la cual me permitió ver tanto los retos como los dones de la salud pública de Estados Unidos. No obstante, la agencia ha quedado marginada, escarmentada por sus tropiezos iniciales respecto a la covid y asolada por un escrutinio incesante. Afrontamos las amenazas que mencioné anteriormente y salimos adelante para incorporar las duras lecciones que aprendimos en el camino. Incluso en vista de estos desafíos, los estadounidenses deben reconocer que es necesario que tengamos un sistema de salud pública sólido y unos CDC firmes.

Creo que el conocimiento científico no debe relegarse en favor de la voluntad partidista. Dicho esto, es inevitable que las recomendaciones científicas y de salud pública se entrelacen con los valores sociales y las políticas públicas. Reconocer esta intersección no equivale a sugerir que los dirigentes electos —independientemente de su partido— deban menospreciar la ciencia o socavar su integridad. Quienes trabajamos en la salud pública debemos reconocer que las recomendaciones no están aisladas, sino que repercuten en otros sectores de la vida estadounidense: educación, economía y seguridad nacional, entre muchos otros.

La misión de la salud pública es encontrar un equilibrio adecuado entre proteger la salud de todos los habitantes de Estados Unidos y minimizar la alteración al funcionamiento normal de la sociedad. El objetivo es ofrecer recomendaciones orientadas por la ciencia que compaginen la protección y la viabilidad en el contexto de la tolerancia al riesgo y el conjunto de valores de cada individuo. Por ejemplo, la pregunta de cuán bajas deben ser las tasas de infección en las escuelas para que estas sigan abiertas tiene mucho que ver con que tengas o no un familiar inmunocomprometido viviendo en tu casa o que puedas o no complementar la educación con tutores personales o que necesites o no los almuerzos escolares para cubrir las necesidades nutricionales de tus hijos.

Todo esto lo facilitan unas instituciones sólidas y una fuerza laboral de la salud pública también sólida. Décadas de inversión insuficiente en el sector derivaron en la falta de preparación de Estados Unidos ante una pandemia mundial. Algunos cálculos sugieren que nos hacen falta 80.000 trabajadores de salud pública en todo Estados Unidos para cubrir las necesidades básicas de la sanidad pública. Hasta la fecha, algunos de nuestros sistemas de datos de salud pública dependen de viejas máquinas de fax. Los laboratorios nacionales carecen tanto de equipo de vanguardia como de científicos especializados en experimentación que trabajen ahí. Durante la pandemia, la respuesta a estos problemas imperantes fue una infusión de dinero abrupta, recursos que al poco tiempo se revocaron.

No basta con apoyar a la salud pública solo cuando hay una emergencia. El influjo vertiginoso de recursos durante una crisis, seguido de un déficit de financiamiento una vez resuelta la amenaza, devela un sistema defectuoso y pone vidas futuras en riesgo. Se requieren inversiones sostenibles a largo plazo en todo el sector de salud pública, que perduren a través de los años y los gobiernos, para posicionar a Estados Unidos de modo que esté más preparado para el próximo brote a gran escala de una enfermedad infecciosa u otra amenaza sanitaria.

La responsabilidad de la comunidad de salud pública y sus dirigentes de articular estrategias y comunicarse con frecuencia con la población también es más evidente que nunca. Hace cuatro años, la mayoría de las personas estaban mucho menos familiarizadas con los CDC. Sentíamos que nuestra audiencia principal eran, en gran medida, científicos sanitarios, investigadores y profesionales de la salud pública, y nuestros primeros mensajes sobre la pandemia a menudo se dirigieron a los miembros de la comunidad científica. Hoy en día, nuestra audiencia son todos los habitantes de este país, desde quienes viven en el Bronx y en las zonas rurales de Montana hasta la nación chickasaw en Oklahoma e incluso el territorio de Guam.

En el transcurso del año pasado, inicié un proyecto, llamado CDC Moving Forward, para atender las descomposturas de la pandemia y restaurar la confianza deteriorada. La meta es hacer de los CDC la agencia de salud pública que el pueblo estadounidense exige y merece. Esto conlleva muchos cambios, entre ellos, una comunicación más constante con los ciudadanos, los políticos y otros líderes del sector salud. Me beneficié bastante de mis reuniones regulares con miembros del Congreso, así como de mis visitas a departamentos de salud de todo el país y a oficinas de los CDC en todo el mundo para aprender más sobre las necesidades en el terreno, así como conversar sobre nuestras prioridades compartidas. Dar seguimiento a esta clase de labor puede ser de mucha ayuda para generar confianza y dejar claros los objetivos de los CDC.

Compartir información, tanto en jerga científica como en lenguaje cotidiano, puede ser todo un reto, sobre todo cuando los mensajes se topan con intentos para comprometer nuestra labor con malas intenciones. Como sociedad, debemos ser más críticos de la retórica sospechosa. La gente merece recibir información veraz para tomar las mejores decisiones de salud —tomando en cuenta sus propias vulnerabilidades e ideales— para sí mismos y sus familias.

Veo con esperanza el futuro de la salud pública en Estados Unidos, gracias a las personas que conocí durante mi tiempo en el cargo que, pese a todos los retos, están profundamente comprometidas con su trabajo. Uno de los mayores obsequios que obtuve en mi periodo como directora de los CDC fue conocer a las personas dentro de la agencia que se preocupan por la salud pública día y noche para que tú no tengas que hacerlo. Durante la pandemia, muchos de ellos pasaron bastante tiempo lejos de sus familias, ya que su labor era muy importante para el bien común.

Es probable que la mayoría de las personas nunca conozcan el nombre de la persona que descendió en rapel de un helicóptero para dejar unos kits de pruebas para la COVID-19 en un crucero ni el miedo que sintió un funcionario de salud pública enviado a una comunidad ugandesa plagada de ébola para realizar una evaluación de riesgos para las familias. Tal vez no hayas considerado las horas agotadoras que se requirieron para llevar a cabo las evaluaciones de exposición de puerta en puerta tras el descarrilamiento del tren en Ohio y lo más probable es que no sepas la tenacidad que demostró el equipo de expertos de los CDC que, tras meses de investigación, aislaron bacterias mortales que por lo general se encuentran al otro lado del mundo, de un desodorante ambiental de venta común (el lote contaminado ya se retiró del mercado). Y así debe ser. Las personas que hacen este trabajo por ti —que a menudo ponen su vida en peligro— te sirven a ti y a la nación sin descanso, con pericia y altruismo.

Quiero recordarle algo a Estados Unidos: la pregunta no es si habrá otra amenaza de salud pública, sino cuándo será. Los CDC necesitan el apoyo de la sociedad y del Congreso si queremos que estén preparados para protegerte de futuras amenazas. Les deseo buena suerte al vigésimo director, o directora, y a mis increíbles amigos en los CDC.

c.2023 The New York Times Company