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Opinión: ¿Cómo detener a Trump y evitar otro 6 de enero?

Una bandera estadounidense rasgada ondea en Shanksville, Pensilvania, el 30 de agosto de 2021. (Kristian Thacker/The New York Times).
Una bandera estadounidense rasgada ondea en Shanksville, Pensilvania, el 30 de agosto de 2021. (Kristian Thacker/The New York Times).

La mañana del día de Navidad me desperté temprano y sintonicé CNN, donde encontré al presentador alternando entre tres noticias: dos muy deprimentes y una increíblemente inspiradora.

La primera noticia deprimente era la rápida propagación de la variante ómicron. La otra era el inminente aniversario de la insurrección del 6 de enero. Tanto la amenaza del virus como las creencias distorsionadas sobre el ataque al Capitolio estaban siendo alimentadas por descabelladas teorías de conspiración que circulaban por Facebook, Fox News y entre políticos republicanos.

Pero luego, allí —flanqueada entre dos relatos perturbadores— estaba una historia notable de colaboración entre Estados Unidos y el mundo para alcanzar una nueva frontera científica.

Se trataba del lanzamiento, a las 7:20 a. m. del día de Navidad, del Telescopio Espacial James Webb. Según la NASA, “miles de científicos, ingenieros y técnicos” —de 306 universidades, laboratorios y empresas nacionales, principalmente en Estados Unidos, Canadá y Europa— contribuyeron “para diseñar, construir, probar, integrar, lanzar y operar el telescopio Webb”.

¡Gracias, Santa! Qué gran regalo fue recordarnos que todavía existe en el planeta Tierra un nivel de confianza para hacer juntos cosas grandes y difíciles. La revista Smithsonian señaló que, al operar desde lo profundo del espacio, “el telescopio Webb ayudará a los científicos a comprender cómo se formaron y crecieron las primeras galaxias, detectar posibles señales de vida en otros planetas, observar el nacimiento de estrellas, estudiar los agujeros negros desde un ángulo diferente y probablemente descubrir verdades inesperadas”.

Me encanta esa frase: verdades inesperadas. Hemos lanzado un telescopio espacial que puede observar en lo profundo del universo para descubrir —con alegría— verdades inesperadas.

Sin embargo, por desgracia, mi alegría se ve atenuada por esas otras dos noticias, por el hecho de que aquí en la Tierra, en Estados Unidos, uno de nuestros dos partidos políticos nacionales y sus aliados en los medios de comunicación han optado por celebrar y difundir hechos alternativos.

Esta lucha entre quienes buscan verdades inesperadas —lo que nos hizo una gran nación— y aquellos que adoran los hechos alternativos —que nos destruirán como nación— es la historia principal en el aniversario de la insurgencia del 6 de enero y durante todo este nuevo año. Muchas personas, en particular en la comunidad empresarial estadounidense, están subestimando enormemente el peligro que esta lucha podría representar para nuestro orden constitucional si termina mal.

Si la mayoría de los legisladores republicanos continúa fomentando el “hecho alternativo” más políticamente perjudicial —que las elecciones de 2020 fueron un fraude que justifica el empoderamiento de las legislaturas republicanas para anular la voluntad de los votantes y destituir a los supervisores electorales republicanos y demócratas que ayudaron a salvar nuestra democracia la última vez cuando confirmaron que el proceso había sido justo— entonces Estados Unidos no solo estará en problemas, sino que se dirigirá a lo que los científicos denominan “un evento a nivel extinción”.

Solo que no será un cometa pasando velozmente por el telescopio Webb desde el espacio profundo lo que destruya nuestra democracia, como en la nueva película “No miren arriba”.

No. Será un desmoronamiento desde la raíz, en el momento en que nuestro país, por primera vez, sea incapaz de realizar una transferencia pacífica del poder a un presidente electo de manera legítima. Porque si Donald Trump y su rebaño son capaces de ejecutar un golpe procesal en 2024 como el que intentaron concretar el 6 de enero de 2021, los demócratas no se cruzarán de brazos y dirán: “Ah, demonios, nos esforzaremos más la próxima vez”. Saldrán a tomar las calles.

No obstante, en este momento, demasiados republicanos se están diciendo a sí mismos y al resto de nosotros: “¡No miren arriba! No le presten atención a lo que está sucediendo a plena vista con Trump y compañía. Trump no será el candidato republicano en 2024”.

¿Quién nos salvará?

Qué Dios bendiga a Liz Cheney y Adam Kinzinger, los dos miembros republicanos de la Cámara de Representantes que participan en el comité de investigación sobre los eventos del 6 de enero, pero no son suficientes. Kinzinger se va a jubilar, y el liderazgo republicano, siguiendo órdenes de Trump, está tratando de invisibilizar por completo a Cheney.

Creo que nuestra última y mejor esperanza es el liderazgo de la comunidad empresarial de Estados Unidos, en específico la Mesa Redonda de Negocios, encabezada por la directora ejecutiva de General Motors Mary Barra, y The Business Council, liderado por Satya Nadella, director ejecutivo de Microsoft. Juntos, esos dos grupos representan las aproximadamente 200 empresas más poderosas de Estados Unidos, con 20 millones de empleados. Aunque de manera formal no son partidistas, se inclinan hacia la centro-derecha, la que creía en el Estado de derecho, los mercados libres, el gobierno de la mayoría, la ciencia y la inviolabilidad de nuestras elecciones y procesos constitucionales.

Colectivamente, son la única fuerza responsable que queda con una influencia real sobre Trump y los legisladores republicanos que lo apoyan. Deben persuadir a sus miembros —ya— de que no donen ni un centavo más a ningún candidato local, estatal o nacional que haya votado para desmantelar la policía o la Constitución.

Sí, esa es una falsa equivalencia. Nada es tan grave como la amenaza que supone el culto de Trump para nuestro orden constitucional. Pero sigue siendo relevante. Para muchos estadounidenses, ver cómo una pandilla destroza y saquea su centro comercial local y aumenta la delincuencia violenta —y luego ver cómo la extrema izquierda intenta deslegitimar, quitarles fondos o desmantelar sus fuerzas policiales— es tan aterrador como aquellos que intentan desmantelar su Constitución en el Capitolio.

Creo que hay muchos estadounidenses de centro-izquierda y centro-derecha que se oponen enérgicamente a ambos, y sienten que es una desgracia cuando los progresistas les dicen que no se preocupen por lo primero o cuando los trumpistas les dicen que no se preocupen por lo segundo.

Cuando tomas ambas situaciones en serio, muchas más personas escucharán lo que tengas que decir sobre ambas posturas. De manera individual, en sus lugares de origen —en mi caso, Mineápolis— los líderes empresariales han rechazado con éxito la idea de desmantelar la policía. Es momento de que los líderes empresariales de Estados Unidos rechacen con la misma fuerza a los republicanos que intentan desmantelar la Constitución.

¿Por qué motivo deberían arriesgarse a alienar a los legisladores pro-Trump, quienes pronto podrían controlar tanto la Cámara Baja como el Senado, además del amor por su país?

Permítanme decirlo de manera burda: las guerras civiles no son buenas para los negocios. Viví dentro de una en el Líbano durante cuatro años. Las empresas estadounidenses no deberían distraerse por las ganancias de 2021, porque una vez que se quebrantan las instituciones, las leyes, las normas y los límites tácitos de un país —y ya no hay más verdad, sino solo versiones, y tampoco hay más confianza, sino solo polarización— recuperarlos es casi imposible.

¿Crees que eso no puede ocurrir aquí? Por supuesto que sí.

Rick Wilson, antiguo estratega republicano opositor a Trump, le describió recientemente a The Washington Post lo que sucederá si la campaña de la representante Marjorie Taylor Greene y otros adoradores de Trump logra que se elijan más promotores de “La gran mentira” en 2022, y el Partido Republicano toma el control de la Cámara de Representantes, o el Senado, o ambos: “Estaremos frente a un infierno nihilista tipo Mad Max. Todo girará en torno a traer a Donald Trump de vuelta al poder en 2024. Enjuiciarán a Biden. Enjuiciarán a Harris. Acabarán con todo”.

Entonces, ¿qué harán las grandes empresas? Desearía ser más optimista.

CNBC informó el lunes que los datos recopilados por el grupo de vigilancia Accountable.US “muestran que los comités de acción política de las principales corporaciones y grupos comerciales —incluida la Asociación de Banqueros Estadounidenses, Boeing, Raytheon Technologies, Lockheed Martin and General Motors— siguen financiando a republicanos impugnadores de las elecciones”.

Kyle Herrig, presidente de Accountable.US, afirmó en un comunicado: “Las grandes corporaciones condenaron rápidamente la insurrección y proclamaron su apoyo a la democracia, y casi con la misma velocidad muchas abandonaron esos supuestos valores al entregarles cheques jugosos a los mismos políticos que ayudaron a instigar el fallido intento de golpe de Estado. El volumen cada vez mayor de donaciones corporativas a los legisladores que intentaron derrocar la voluntad de la población deja en evidencia que estas compañías en realidad nunca estuvieron comprometidas a defender la democracia”.

Los líderes de estas compañías están subestimando por completo las posibilidades de que nuestras instituciones democráticas se desmoronen. Y si la democracia estadounidense se desmorona, el mundo entero se vuelve inestable. Eso tampoco sería bueno para los negocios.

La neutralidad ya no es una opción. Como bien lo dijo Liz Cheney el domingo: “Podemos ser leales a Donald Trump o podemos ser leales a la Constitución, pero no podemos ser ambas cosas”.

Es por eso que mi deseo de Año Nuevo es que el primer punto en la agenda de las próximas reuniones de la Mesa Redonda de Negocios y de The Business Council sea: ¿De qué lado estamos?

© 2022 The New York Times Company