Opinión: Beyoncé, Amén

Beyoncé es la experiencia religiosa que necesitamos en este momento (Day Brièrre para The New York Times).
Beyoncé es la experiencia religiosa que necesitamos en este momento (Day Brièrre para The New York Times).

La verdad es sencilla, pero escurridiza: Beyoncé Knowles-Carter no es solo la mayor artista del mundo, una feminista y una defensora ejemplar de la cultura negra, sino también una especie de profeta religiosa. Es verdad que su método es poco ortodoxo y no exento de controversia: enseña filosofía en Versace, teología en tacones sobre un escenario. Todas las noches, casi al inicio de cada concierto en su gira Renaissance —y en el documental epónimo que se estrenó el viernes—, Beyoncé declaraba que quería que la gente reunida en su nombre encontrara un espacio seguro para la liberación.

“Después de todo lo que hemos pasado en el mundo, siento que todos queremos un lugar donde estar seguros y conectados con otros seres humanos”, dice en su documental. “Todos tenemos sed de comunidad”.

Como profesor, me encantó escuchar un eco del lenguaje de los intelectuales progresistas en nuestra batalla sobre la raza y nuestro lugar en la academia. Ya he oído resonar su lenguaje tres veces, en tres conciertos en tres ciudades, con cada lugar abarrotado de todo tipo e índole de humanidad, desde heterosexuales y homosexuales hasta trans y de todos los colores del arcoíris.

Las fuerzas conservadoras aliadas contra el pensamiento “concienciado” o “woke” consideran que hablar de liberación y espacios seguros para los grupos minoritarios es un intento de hacerse las víctimas. Sin embargo, el orgullo de Beyoncé por su negritud sale disparado del escenario y la pantalla: es una fuerza animada de su actuación que resuena en la música que canta, sus movimientos de baile, la elección de su banda, su jerga, su contoneo y su sentido del humor. El arte no es lo único que atrae a la gente a sus conciertos; sus lugares seculares han ofrecido alimento espiritual, pues brindan un recinto para una inspiradora alabanza sagrada en agradecimiento por la vibrante variedad de la vida. He sido predicador bautista durante casi 45 años y, a mí, esos conciertos me recordaron la que debería ser la mejor versión de la Iglesia.

Me encanta la Iglesia negra y admiro su noble compromiso con la pasión moral y la justicia social. Sin embargo, con demasiada frecuencia ha descuidado el amor y la compasión por la gente queer. Es una cruel ironía que una Iglesia con un compromiso tan profundo hacia tantas “trans” —la transformación de la vida bajo la gracia, la transmisión de rituales de piedad de una generación a otra, la transición de perdido a salvado— se oponga con tanta firmeza a las identidades transgénero, las cuales enfatizan la fluidez de la raza y subrayan la voluntad que es fundamental para todas las formas de identidad religiosa y negra.

Por lo tanto, para la gente queer negra, el estadio de Beyoncé se ha convertido en un santuario. Su presencia en los conciertos de esta artista es un recordatorio vívido de lo que la Iglesia debería hacer para darles la bienvenida a todos los que comparten el deseo de mejorar, amando de la mejor manera que conocen y amándose unos a otros como si la reputación de Dios estuviera en juego. Las canciones de “Renaissance” tienen sus raíces en la cultura queer house, disco y dance de la gente negra y Beyoncé le dedicó el álbum a su “madrina”, el tío Johnny, un hombre negro y queer que le hizo el vestido de graduación y le presentó la música a la que ahora rinde homenaje.

Los hermanos y hermanas queer siempre han hecho contribuciones monumentales a la comunidad negra y han dejado su huella en la música góspel que alivia las almas queer y heterosexuales por igual. No obstante, la actitud de Beyoncé sugiere un cambio sísmico, pues acepta explícitamente las fuerzas que hasta ahora solo le habían dado forma en secreto a la sensibilidad religiosa negra.

De cierta manera, Beyoncé es lo que llamamos una teóloga del proceso: una teóloga que cree que el devenir tiene prioridad sobre el ser y que los procesos temporales influyen en nuestra comprensión de Dios. “Siento que ves el espectáculo y es muy hermoso”, anuncia Beyoncé en su documental. “Pero me fascina más que la gente vea el proceso. Creo que la belleza está en el proceso”. A su vez, podemos ver que la idea de renacimiento de Beyoncé —un renacimiento profundo por medio de la imaginación— tan solo es una traducción secular de la noción de redención.

Tuve la oportunidad de hablar con ella menos de una hora antes de que empezara su concierto en Charlotte, Carolina del Norte. Engalanada de manera informal con una modesta camiseta de color carbón que rendía tributo a su gira mundial y mientras atendía a sus hijos entre bambalinas, un momento de calma poco habitual en ella, quiso darme las gracias por algunas cosas que había escrito sobre ella y que, según me comentó, le han ayudado a comprender su impacto en la gente. En su película, habla de cómo, cuando se siente abrumada, cierra los ojos en busca de su espacio seguro, pero admite que la corriente es tan poderosa y turbulenta, y las olas tan fuertes, que a veces se siente asfixiada.

“Trato de navegar por la vida y me mantengo a flote, intentando jalar un poco de aire hacia mis pulmones para flotar, pero luego el tiempo me regresa a la misma rutina”, dice en la película. El tiempo es tanto su alivio como su carga; tanto su libertad como su restricción. Robert Frost nos recuerda, como ya lo sabe Beyoncé, que la libertad llega cuando estás “cómodo en tu arnés”.

A Beyoncé casi no se le reconoce como una intelectual de gran sofisticación. Es una percepción que parece perseguir a la mayoría de los artistas negros; eso podría explicar por qué Jann Wenner, cofundador de la revista Rolling Stone, no pudo encontrar a un solo artista negro en su mente que pudiera igualar el ingenio de las figuras masculinas blancas en su reciente libro de entrevistas con lumbreras del rock. Sin embargo, en la intersección del sonido y el sexo, del ritmo y el género, del trabajo y la feminidad, Beyoncé se eleva como pensadora.

En los tres conciertos que inhalé con alegría, no pude evitar levantar el brazo izquierdo y agitar con delicadeza la mano en una muestra de aprobación que es común en los círculos evangélicos. Su gira de conciertos y la película que la documenta demuestran que Beyoncé ofrece una experiencia religiosa para los más necesitados de comunidad. Ella es, como bien alardea: “Una de una / Soy la número uno / Soy la única”.

Lo mejor que podemos hacer la mayoría de nosotros es simplemente decir: “Amén”.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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