Opinión: Alza la voz el Día de Acción de Gracias; tu salud depende de ello

Alza la voz el Día de Acción de Gracias; tu salud depende de ello. (Anna Haifisch para The New York Times)
Alza la voz el Día de Acción de Gracias; tu salud depende de ello. (Anna Haifisch para The New York Times)

CALLAR TUS OPINIONES Y EMOCIONES PARA MANTENER LA PAZ PODRÍA COSTARTE EL BIENESTAR FÍSICO Y MENTAL.

El murmullo de la conversación, el aroma del pavo asado, el tintineo de los cubiertos sobre la porcelana: así es como recuerdo el Día de Acción de Gracias del año pasado, que pasé en casa de una querida amiga. Disfruté del acogedor ambiente hasta que una conversación sobre la comida que se cocinó ese día derivó de manera inesperada en el tema de los roles de género. Fue entonces cuando el padre de mi amiga, un venerado patriarca de unos 70 años, mencionó con nostalgia cómo echaba de menos los “viejos tiempos”, cuando las cosas eran más sencillas y “la gente sabía cuál era su lugar”.

El lugar, lleno de caras nuevas y conocidas, quedó en silencio. Como invitada atrapada en ese cambio repentino, me enfrenté a un dilema: ¿debía rebatir su afirmación u optar por la armonía frente a la discordia?

Para muchos de nosotros, sobre todo en nuestro entorno político actual, hablar en esos contextos parece arriesgado. Sin embargo, elegir el silencio puede afectarnos más de lo que pensamos, en detrimento de nuestro bienestar emocional e incluso físico. Lejos de preservar la paz, retener nuestros pensamientos puede dejarnos más intranquilos e infelices. Con el tiempo, esto aumenta el estrés y la tensión, no solo en nosotros mismos, sino también precisamente en las relaciones que intentamos preservar.

Soy psicóloga organizacional y en mis investigaciones ha surgido un tema recurrente: la gente se muestra reacia a desafiar o contradecir a los demás por miedo a insinuar desconfianza o desaprobación de la otra persona.

Esta tensión, denominada “ansiedad de insinuación”, puede disuadirnos de decir lo que pensamos, desde una cena hasta una situación de vida o muerte. Por eso con tanta frecuencia tomamos malos consejos, por eso las enfermeras vacilan al expresar su preocupación con los cirujanos que cometen errores médicos y por eso nos resulta difícil decirles a nuestros peluqueros que no nos gustó el nuevo corte que nos hicieron. La ansiedad de insinuación también puede explicar por qué los copilotos quizá callen sus observaciones críticas de sus capitanes, incluso cuando hay vidas en peligro, y por esa razón los comentarios despectivos como los insultos raciales podrían mantenerse sin ser cuestionados en las reuniones sociales.

En el Día de Acción de Gracias, la ansiedad de insinuación puede impedirte rebatir la declaración de un familiar beligerante, expresar una opinión contradictoria con conocimiento de causa o criticar un comentario intolerante. El meollo de esta ansiedad no reside en el hecho de estar en desacuerdo. Más bien, es la implicación de que estás evaluando de manera negativa al interlocutor y transmitiendo un mensaje tácito: “Creo que estás equivocado”. O incluso: “Creo que tienes prejuicios”.

Aunque no todos los comentarios merecen una respuesta y no todos los contextos son apropiados para el debate, cuando algo afecta el pilar de tus valores, vale la pena considerar la dinámica que puede estar impidiéndote hablar. Expresar lo que pensamos y lo que nos preocupa tiene su valor, aunque nos encontremos con oposición.

Suprimir continuamente nuestras opiniones y emociones, sobre todo si surgen de una preocupación genuina o de puntos de vista morales, puede tener profundas consecuencias. Desde el punto de vista psicológico, la represión emocional puede aumentar el riesgo de sufrir depresión. Fisiológicamente, reprimir nuestros sentimientos está relacionado con una serie de problemas de salud, como la disfunción inmune, la hipertensión y el cáncer. El estrés de guardarnos nuestros pensamientos constantemente y el posible resentimiento hacia nuestros seres queridos también pueden tensar los lazos familiares con el tiempo.

Además, si decidimos no compartir puntos de vista divergentes, podemos validar sin querer información errónea o impedir el crecimiento que se deriva de considerar múltiples perspectivas. Es fácil subestimar el efecto dominó de una sola voz. Cuestionar una opinión no tiene por qué ser agresivo o definitivo. Puede ser un puente hacia el entendimiento, fomentar un espacio compartido para la introspección y el cambio.

Sin duda, no todos los intentos de diálogo serán acogidos con apertura. Puede haber ocasiones en que esos esfuerzos provoquen más tensiones o conflictos y puede ser más eficaz dialogar con otros miembros uno a uno en lugar de hacerlo en grandes reuniones sociales. Pero también existe la posibilidad de que un acercamiento conduzca a un entendimiento más profundo y a conexiones significativas. Cada conversación, incluso las que nos desafían, tiene la oportunidad de elevar nuestra empatía y conexión mutua.

Expresar nuestros pensamientos contribuye a una sensación de autenticidad, que mejora nuestra satisfacción con la vida. Expresar nuestros puntos de vista también indica nuestros valores a los demás comensales. En un entorno familiar, compartir de manera abierta tus ideas puede servir de modelo de pensamiento crítico y diálogo honesto para los niños, lo cual sienta las bases para que expresen sus pensamientos y sentimientos de forma constructiva. Rompiendo el silencio, aunque al principio resulte incómodo, se puede allanar el camino para que haya más comunicación entre familiares y amigos.

En lugar de levantarte de la mesa o enfrentarte directamente al tío Steve, considera la posibilidad de acercarte con curiosidad. Tal vez puedes preguntar: “¿Qué quieres decir con eso?”. O puedes decir: “Yo he tenido una experiencia diferente. ¿Es un buen momento para discutirlo?”. Durante el Día de Acción de Gracias del año pasado, mi amiga decidió romper el ominoso silencio que se apoderó de nuestra cena preguntándole a su padre: “¿Qué extrañas exactamente de aquellos tiempos?”.

Fue una respuesta sencilla pero incisiva de su parte. Hacer preguntas puede disminuir la tensión y reducir la actitud defensiva, y las investigaciones demuestran que las personas que hacen más preguntas suelen resultarle a la gente más agradables y ser vistas como personas más receptivas. Las preguntas también fomentan la exploración colaborativa de un tema que, con suerte, no acabará con un pastel de calabaza que alguien arrojó desde el otro lado del comedor.

Riéndose ante su pregunta, el padre de mi amiga contestó: “¿A quién no le gusta volver a casa cada noche para disfrutar de comida caliente?”. Eso desencadenó una perspicaz conversación sobre las expectativas en los matrimonios antes de que la conversación pasara naturalmente a otro tema. Mi amiga y muchos de sus invitados agradecieron que se abordaran las preocupaciones tácitas que rondaban la mesa y que se sorteara con gracia una situación tan delicada.

Las reuniones navideñas suelen unir a personas que, de otro modo, rara vez se encontrarían y que abarcan generaciones, vocaciones, ideologías políticas, clases y, a veces, culturas, religiones y razas. Ofrecen la oportunidad de conectar, comprender y educar a nuestros allegados, lo que repercute positivamente en el bienestar físico, mental y emocional de todos los miembros de la familia. Involucrarse en estos diálogos con curiosidad, tanto si se tocan temas globales (por ejemplo, el cambio climático) como nuestras creencias personales sobre los movimientos sociales, puede hacer que la conversación sea más acogedora e íntima, lo cual lleva a la gente a sentirse más cerca de las personas con las que interactúan. Los vínculos sociales sólidos nos ayudan a ser más felices y a estar más sanos, lo cual nos recuerda los profundos beneficios de sentirnos conectados y comprendidos en nuestros círculos sociales.

Así que la próxima vez que dudes en rebatir un comentario fuera de lugar o una afirmación cuestionable en la mesa, recuerda el impacto que puede tener tu voz. Al hablar y hacer preguntas, no solo defiendes tus valores, sino que también fomentas un espacio en el que se celebran las perspectivas diferentes y el discurso abierto.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2023 The New York Times Company