Opinión: Este año en Janucá, enciendan las velas

A MUCHOS DE MIS AMIGOS JUDÍOS PROGRESISTAS LES CUESTA CELEBRARLO. PERO EN UN AÑO OSCURO, DEBERÍAMOS ACOGER UN FESTIVAL DE LUZ.

En Montreal, dirijo un salón de debate, frecuentado por judíos buscadores como yo. Inicié estos salones hace varios años con un objetivo bastante básico: reunir a la gente, de forma significativa y a veces estridente, en torno a una fogata de ideas y debate. Nuestro último salón tuvo lugar justo antes del 7 de octubre. El próximo se celebrará el jueves, la primera noche de Janucá. Cuando envié la invitación, muchas personas me dijeron que les parecía bien la fecha, pero que, dada la guerra y lo que está ocurriendo en el Medio Oriente, se sentían menos cómodas con la celebración.

“Desearía que estas fiestas fueran menos de darse golpes en el pecho, menos militaristas”, me dijo una amistad, en referencia a los macabeos, los héroes guerreros judíos que protagonizan la historia de Janucá. Otro asistente habitual del salón dijo que, dado que es la primera celebración de la fiesta desde el comienzo de la guerra, “este año debería ser una fiesta más privada”. Otro más preguntó si se colocaría una menorá fuera del lugar de reunión y, en caso afirmativo, si habría seguridad y, de ser así, cuánta seguridad.

En todos los años que llevo pensando y organizándome con la comunidad judía más progresista, luchando y hablando sobre cuestiones de identidad judía y sobre lo que significa ser judío, la Janucá, con su consumismo kitsch y su enfoque centrado en los niños, nunca me había parecido una fiesta especialmente polémica. No es una fiesta a la que uno deba renunciar por razones morales o éticas.

Este año es distinto. En Israel, hay informes de grupos de extrema derecha que aceptan las interpretaciones nacionalistas de la Janucá, con una “marcha macabea” para reivindicar el derecho al pleno control judío sobre el Monte del Templo. Y confieso que, en este momento de horror global, me he preguntado si una celebración de cualquier tipo puede parecer apropiada. Pero también sé que la Janucá, una verdadera fiesta de la luz, es la mejor festividad que un judío de cualquier tipo podría desear celebrar en estos momentos.

Dejando a un lado las historias apócrifas sobre el aceite y los ocho días, el verdadero milagro de la Janucá siempre ha sido su adaptabilidad. Es la más moderna de las fiestas judías, pues siempre cambia para responder a las necesidades, esperanzas o deseos más apremiantes de la comunidad en un momento determinado. Y durante mucho tiempo ha tenido un enorme valor comunitario, en especial para aquellos de nosotros que podríamos describirnos sobre todo como judíos seculares o culturales.

Para Janucá en 2023, hay ciudades frías de Canadá y barrios húmedos de Londres que decidieron eliminar las menorás de los jardines de sus ayuntamientos. Lo que significa que, para los judíos, esta fiesta es una oportunidad importante. Suele pasar que la cultura judía en Estados Unidos parece obsesionada en exceso con el acto de recordar, pero ha llegado el momento, acuciante, de que los judíos examinemos nuestra cultura en el contexto del momento actual y nos preguntemos si lo que anima el núcleo de nuestro judaísmo personal es lo bastante nutritivo, lo bastante resistente, como para equiparnos para resistir tanto lo que está ocurriendo como lo que se avecina. Este es el tipo de cosas que es mejor hacer juntos.

A principios del siglo XX, cuando los judíos de Europa del este llegaron a ciudades como Nueva York y adoptaron la celebración de la Navidad para probar su aceptación de la cultura estadounidense, las sinagogas y los grupos judíos se esforzaron por transformar la fiesta menor de Janucá en un acontecimiento importante de diciembre. Después del Holocausto, la Janucá, que en su versión más clásica conmemora la revuelta macabea contra la helenización de Judea en el siglo II a.C., se relacionó cada vez más con la fundación del Estado judío: una forma de presentarle a la diáspora la idea de un Israel contemporáneo y de que la nueva nación se mitificara a sí misma.

En las últimas décadas, en las que algunas sinagogas tuvieron dificultades para aceptar en su totalidad la realidad de las familias interconfesionales (una reticencia frustrante y contraproducente, dado que el 40 por ciento de los judíos estadounidenses están casados con personas que no son judías) la Janucá ha servido como un sencillo y conveniente agente de unión dentro de las familias y entre judíos y no judíos. Como fiesta solsticial centrada en ideas universales de luz en la oscuridad, surgió y se impuso una versión más anodina de la Janucá. La noción de la “Chrismukkah” se originó en el siglo XIX entre judíos alemanes y austriacos (el término que utilizaban era “Weihnukka”, basado en ‘Weihnachten’, la palabra alemana para Navidad), pero la Chrismukkah, como celebración de la familia unida, cobró importancia en Estados Unidos cuando la frase apareció en una trama secundaria de la serie de televisión “The O.C.”. Y la verdad es que llegó para quedarse, quizá porque la Chrismukkah subraya algo de la generosidad abierta inherente a la Janucá. Todo el mundo puede participar. En el judaísmo, es raro poder decir eso.

Sin duda, en mi propia vida, la Janucá ha sido la festividad a la que he recurrido como distracción y bálsamo en tiempos difíciles. ¿Estás pasando por un divorcio? Planea una fiesta de Janucá para los niños. ¿La muerte reciente de uno de los padres? La Janucá puede ser un acto de conmemoración. Si bien otras fiestas judías están muy ligadas a antiguas prácticas tradicionales, y a no poca responsabilidad espiritual, la Janucá puede funcionar como una mera celebración del placer de tener rituales, aunque algunos de ellos sean relativamente modernos. Durante mucho tiempo, la Janucá ha sido un símbolo poderoso de resistencia, como en el cuento de Isaac Bashevis Singer, “The Power of Light”, en el cual se enciende una menorá en el gueto de Varsovia: “Aquel destello de luz, en medio de tanta penumbra, parecía decir sin palabras: El mal aún no se ha apoderado de todo. Todavía queda una chispa de esperanza”. El calendario judío tradicional ya está repleto de penurias y tiene su buena dosis de temas lúgubres. La ligereza de la Janucá es su mérito. Es una manera de validar la dicha judía.

Como muchos otros judíos, nunca he pertenecido a una sinagoga, por lo que Janucá siempre ha sido un momento importante para encontrarme con mi comunidad. En lugar de fijarme este año en las menorás que no se colocaron en las plazas públicas, me centraré en iniciativas como una campaña estadounidense llamada Proyecto Menorá en la que se anima a los no judíos a encender menorás en sus ventanas para que los judíos que temen tener la única menorá de su calle se sientan más seguros. O los sitios web como Hey Alma que comparten oraciones por la liberación de los rehenes en Israel, un añadido que vale la pena hacer en nuestras ceremonias de Janucá. O los grupos, como uno dentro de la sinagoga progresista neoyorquina Lab/Shul, que encienden velas yahrzheit —las velas por el alma de los muertos— por los rehenes y todas las víctimas inocentes de la violencia, junto con sus velas de Janucá.

Todas estas son ideas creativas que consideran en su totalidad el momento en el que vivimos y convierten esa consideración en un elemento de construcción. Porque el futuro judío necesita construirse sobre algo, y no puede ser solo el miedo y la conmemoración. Debe haber, como mínimo, consuelo comunitario y voluntad de reunirse.

Así que esta noche nos reuniremos para la Janucá.

La celebraremos como una necesidad y como un recurso contra el aislacionismo. Nos reuniremos como almas en conflicto y también como una fuerza que contrarresta el odio. ¿Habrá seguridad? Sí, la del uniforme y también la de los brazos abiertos. Como me dijo una amiga del salón (quien por cierto se especializa en enseñar a la gente sobre el duelo): “La Janucá es alegría y milagros. ¿Por qué tirar la toalla ahora?”.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2023 The New York Times Company