‘Los Onetti’: la novela de una familia muy cercana

“Los testamentos son bombas de tiempo”, dijo alguna vez Adolfo Bioy Casares. Los personajes de Los Onetti (SEd ediciones), la primera novela del escritor Javier Lentino (Buenos Aires, 1969), no heredan dinero ni propiedades en South Beach sino una serie de cuadernos de su padre. El hombre cuenta de puño y letra una versión secreta de su vida, de sus amores, de ciertos hechos que prefirió ocultar por vergüenza o temor.

Ante la mirada crédula de sus hijos los incidentes los interpelan, pero otros, los conmueven hasta las lágrimas. Lentino es emotivo sin caer en el sentimentalismo. Una de las claves de su historia es la creación de personajes literarios de carne y hueso, aquellos con los que el lector se siente identificado por la idónea imperfección de sus actos. El esplendor siempre encierra algo de derrota.

A partir de esa marca de estilo, que incluye el tramado de una oralidad narrativa del Río de la Plata, la obra de Lentino se acomoda en los estantes de una biblioteca costumbrista en la que figuran Roberto Fontanarrosa, Eduardo Sacheri y Osvaldo Soriano.

Javier Lentino ha colaborado en Vogue Hombre, El Mundo Américas, Suburbano, entre otros medios. Sus cuentos han sido publicados en las antologías Don’t Cry for me, América (Ars Communis) y Home in Florida: Latinx Writers and the Literature of Uprootedness (UPF). Desde el 2002 reside en los Estados Unidos.

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Publicaste tu primera novela con casi 50 años. ¿Por qué ahora y no antes?

Empecé a escribir cuentos cuando tenía menos de cuarenta. Las historias cortas tienen una ventaja: pueden concentrar el tiempo. Las buenas de verdad, son esas capaces de mostrarte un instante, una ventana. No hace falta ser viejo para escribir un gran cuento. Para mí, los mejores son esos de los cinco minutos en la vida de alguien, lo que le pasó en las dos cuadras que caminó esa mañana, el cuento del sándwich que alguien se comía en el colectivo mientras iba a trabajar. Las historias largas, en cambio, necesitan vida vivida, capas acumuladas, apiladas. Esa experiencia, la observación, en definitiva, que solo se consigue con el vivir mismo, por pasar cien veces por la misma esquina y experimentar su cambio. Por ver cómo crece un edificio, saber que era un videoclub, o entender cómo se destiñe un cartel de chapa, solo porque el sol le daba todo el día. Yo no digo que alguien de veinte años no pueda escribir una gran novela. Pero de algo estoy seguro: la historia larga que ese mismo autor escriba a los cincuenta años, sin duda, será mejor.

En Los Onetti hay una entonación más oral que escrita.

‘Los Onetti’ es una historia de antes para lectores de hoy. No digo con esto que mi novela es moderna, solo que nos acostumbramos a leer de una forma distinta. Son muy pocos los que tienen el privilegio de sentarse dos horas a leer un libro. La vida camina, las obligaciones y los compromisos se acumulan. Antes la gente se compraba tres novelas de cuatrocientas páginas para el verano. Leía todo el día en la playa, andaba siempre con un libro metido en la mochila. Se leía en el almuerzo, en el tren, en el avión. Hoy hay tanta oferta, es tan poco el tiempo que un lector nos puede dispensar que no nos podemos dar el lujo de andar describiendo mucho, contando lo que queremos decir en quinientas páginas. Yo creo en los capítulos cortos, dinámicos; en una historia larga que sea el resultado de muchos cuentos hilvanados. Los diálogos, la oralidad misma, le dan velocidad a la lectura, muestran y cuentan mucho con muy poco, sin inundar la página de letras. Podemos leer un capítulo en diez minutos, marcar la hoja, cerrar el libro y sentarnos a cenar.

¿Qué te interesaba reflejar de esa Argentina lejana en el tiempo que muestras en el libro?

Hace mucho leí que los recuerdos más potentes son esos de la infancia; no puedo estar más de acuerdo. Las cosas que uno vive de chico tienen otra dimensión. Y esa dimensión no es solo teórica, es también física. Para mí, el patio de la casa de mi abuela era enorme. Con mis primos jugábamos a la pelota, nos metíamos en una pileta inflable en el verano, nos acostábamos en las baldosas calientes para secarnos el cuerpo mojado. De grande me di cuenta que tenía veinte metros cuadrados. Todavía me pregunto cómo hacíamos para meter una mesa para 30 personas, un árbol de navidad y correr todos alrededor hasta que llegara Papá Noel. Mis recuerdos de la Argentina son del momento que los viví. Los Onetti es un homenaje a un país que ya no existe. El de ahora no es peor, tampoco mejor; solo distinto, muy distinto al que yo viví. Con el tiempo, después de tantos años en esta ciudad, me di cuenta que la Argentina que yo extraño ya no existe más.

La emoción está muy presente en los personajes.

No se puede escribir sin emoción. Suena categórico, pero si no tenemos la ambición de conmover, de movilizar, de despertar algo en alguien, seguro no estamos contando todo. Escribir sin emoción es como acariciar con guantes. Los personajes sufren, se ríen, se preocupan. Las mentiras les duelen, las cosas buenas los hacen llorar. Tienen la obligación de ser auténticos, verdaderos. Puede que sea una falencia mía, pero yo no sé cómo se hace para escribir sin emoción.

¿La escritura ha modificado algún aspecto de tu vida?

Sin duda. Escribir me sana todos los días, me hace dormir de noche, me alienta a despertarme todos los días. Me ayudó a pasar momentos difíciles, a curarme. Mis personajes crecen a medida que mis historias avanzan. Cambian. A veces desarrollan características que yo no conocía. Esos personajes que me invento, su convicción, sus dudas, me ayudaron a ponerme en el lugar del otro en la vida real, a ver desde sus ojos, a ver la vida desde un lugar que yo antes no conocía. Es bueno tener algo que contar. A mi escribir me completa, me da propósito, siento que, al menos, es algo lo que dejo. Dicen que este es un trabajo solitario; no estoy muy de acuerdo con eso. Escribir me dio amigos nuevos y siento que formo parte de una comunidad de contadores de historias. Decir que soy escritor, me suena presuntuoso.

¿Qué crees que te dio a nivel literario vivir fuera de tu país?

—Perspectiva. Siempre fui un fanático de los Estados Unidos. De chico soñaba con vivir en este país, me esforzaba por aprender inglés, por pronunciar lo mejor posible, me daba orgullo ir al cine y no leer los subtítulos. Estando acá me di cuenta que escribía solo cosas de Argentina. Mis cuentos son de Buenos Aires, del colegio, de una novia que tuve, del barrio, de la cancha, del olor a asado. Es lo que llevo adentro. Puedo vivir en cualquier lado, pero siempre voy a ser una voz argentina.

Luego de Los Onetti, ¿qué viene?

Estoy terminando ‘El pupilo’, una comedia romántica. Es una novela que empecé en la pandemia, que quedó parada un tiempo y que volvió con todos estos últimos meses. Está quedando linda y seguro sale en este 2024. Sigo siempre escribiendo cuentos, los publico gratis en la web que tengo (javierlentino.com) y trabajo en la segunda temporada de Estoriteler; el podcast de cuentos donde leo en voz alta. Lo produce Monosonico y lo auspicia Suburbano. También es gratis. La temporada Uno está en Spotify, en Apple podcasts o donde escuches tus podcasts.

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