Cuando hay odio y violencia en nuestras comunidades, nos corresponde a todos alzar la voz

El martes por la noche, después de revisar la tarea de mi hija, la metí en la cama y la abracé un poco más fuerte y un poco más de tiempo.

Lo que ocurrió en Uvalde, Texas, es la peor pesadilla de un padre y una madre. Envías a tu hijo y no regresa.

Como madre de una niña de 9 años, al igual que mucha gente, me horrorizó la pura maldad que entró en esa escuela y arrebató la vida a los niños. Eran niños pequeños, recién salidos del recreo en un lugar que debería ser terreno seguro para ellos.

Esta noche algunos padres no podrán abrazar a sus hijos como yo lo hice. No tendrán la oportunidad de preguntar lo que yo pregunto todos los días: ¿Cómo te fue en la escuela hoy, cariño?

Cuando hablé con mi hija sobre la tragedia, me dijo que el agresor se iba a ir al infierno y luego dijo que no quería hablar más del tema porque no podría dormir.

Como madre de una alumna de primaria y líder comunitaria del sur de la Florida, yo sí quiero hablar de ello.

La tragedia ocurrió 10 días después que nuestra nación se entristeciera por un mortal tiroteo masivo con motivación racista en Buffalo, Nueva York.

Un día después de Buffalo, ocurrió otro trágico tiroteo en una iglesia mientras familias asiáticas del sur de California se reunían para celebrar el regreso de un pastor que viajó de misionero a Taiwan. Este supuestamente tuvo motivación política.

Yo viví en Taiwan cuando era niña, hija de un piloto de la Fuerza Aérea.

Lo de Buffalo fue doloroso. California volvió a sentir dolor.

Texas me golpeó aún más duro. Podía haber sido mi hija de 9 años.

Quiero hablar de ello.

Hay mucho que decir.

Pero hay algo en particular que me pareció un tema desafortunado en estas tragedias más recientes y en otros tiroteos masivos. Hubo señales de advertencia de que algo andaba mal. Alguien sabía algo pero no dijo nada.

Se informó que el agresor de Buffalo publicó comentarios en un chat antes de la masacre.

Se encontraron notas en el auto del agresor que entró en el santuario de California.

En Texas, la agencia de noticias The Associated Press informó que el agresor insinuó en redes sociales que podía ocurrir un ataque, señalando que “los niños deberían tener cuidado”.

Una tienda de comestibles.

Una iglesia.

Una escuela.

Ya he dicho esto antes a los lectores del sur de la Florida y ahora hago un llamado a la acción, rogándoles que se manifiesten. Usen su voz. No dejen que el odio y el mal se apoderen de nuestras comunidades.

Tengan sus opiniones, debatan sus derechos de forma justa, pero simplemente no está bien ver algo y no hacer nada cuando uno sospecha que algo no está bien, es sospechoso o simplemente fuera de lugar.

Usted sabe cuando algo no está bien y cuando lo sepa, haga algo al respecto.

Tenemos que dejar de permitir que la gente se salga con la suya con sus discursos de odio y sus amenazas. No está bien.

Hable de ello.

Exprésese.

Desafíelo.

El odio quizás esté en su casa entre los familiares. Quizás esté en la mesa del comedor durante la cena con los amigos. Quizás esté en la sala de descanso con sus compañeros de trabajo. Quizás esté en su página de Facebook o en su hilo de Twitter. Deje de excusar ese comportamiento. Aquí es donde puede empezar el cambio.

No estoy sugiriendo que esto es todo lo que se habría necesitado para evitar las horribles tragedias de Buffalo y Texas, o cualquiera de las tragedias del pasado en nuestra nación.

Y ciertamente no es el único llamado a la acción, pero es un comienzo.

No corresponde a alguien más, sino a todos nosotros.

La próxima vez que escuche un insulto racial o palabras violentas, desafíelos.

Es tarea de todos crear entornos y comunidades más seguros y compasivos. Corresponde a todos nosotros crear una cultura que desafíe la violencia.

Reconozca las señales, tómelas en serio y actúe de inmediato.

Hablar puede salvar una vida, proteger a un niño.

Monica Richardson es directora ejecutiva del Miami Herald y el Nuevo Herald.