Lo que ocurrió en 2020 tendrá consecuencias después

Las elecciones no están destinadas a ser asuntos sin fin. Pero, ¿las campañas en las que Donald Trump participa están destinadas a durar más allá de su fecha de caducidad? (Yoshi Sodeoka/The New York Times)
Las elecciones no están destinadas a ser asuntos sin fin. Pero, ¿las campañas en las que Donald Trump participa están destinadas a durar más allá de su fecha de caducidad? (Yoshi Sodeoka/The New York Times)

Mucho después de que se hubiera emitido el voto final, mucho después de que el veredicto del electorado estuviera claro, comenzó a suceder recientemente una cosa curiosa dentro de la perplejidad del espacio-tiempo de la política de la era de Trump: por fin, se empezó a sentir como si la elección pudiera haber terminado, de verdad.

Las elecciones de 2016.

Tal cierre nunca se dio por sentado. Durante el resto del mandato del presidente Donald Trump, esa primera contienda se ha cernido, como un fantasma del tamaño de James Comey, sobre cada centímetro de los procedimientos: el titular narraba su triunfo en cualquier oportunidad, los investigadores analizaban la campaña que lo llevó allí, los demócratas organizaban su resistencia (y las constantes disputas internas) en torno a las cuestiones de cómo fue que perdieron en primer lugar.

Esas preguntas se han desvanecido, en su mayor parte, y las han reemplazado nuevas preguntas sombrías.

¿Qué pasa si 2020, el año miserable e interminable, está condenado a convertirse en la nueva temporada electoral que no se rendirá? ¿Qué pasa si la sucesión de revisiones y recriminaciones posteriores a 2016 no es un hecho aislado, sino un precedente?

Por supuesto, cualquier ciclo electoral es importante, pues sus ramificaciones se sienten (y sus particularidades a menudo reexaminadas) en los años venideros. Pero las carreras políticas no están destinadas a ser ilimitadas en una democracia de alto funcionamiento. Por lo general, “cuatro años más” se entiende como una consigna sobre la gobernanza, no sobre un nuevo análisis de las campañas.

Los hitos oficiales de la finalidad, como la afirmación de la victoria del presidente electo Joe Biden esta semana por parte del Colegio Electoral, son a la vez esenciales e insuficientes para hacer avanzar al país.

Muchos indicadores han sido menos que alentadores. Trump ha llevado a gran parte de su partido a un peligroso e infundado callejón sin salida para anular su pérdida, lo cual deja claro que para este presidente hay dos tipos de elecciones: las que gana (y de las que habla constantemente) y las que supuestamente están amañadas en su contra (de las que habla constantemente).

En ese sentido, los cansados de Trump temen que las elecciones de 2020 puedan terminar de una sola manera.

“Terminará cuando Donald Trump decida irse”, sentenció Carly Fiorina, que se presentó contra él en las primarias republicanas de 2016 y que se ha opuesto rotundamente a su esfuerzo por subvertir el voto. “Y no creo que esté planeando irse”.

Otros vestigios de 2020 tampoco se irán.

Las tensiones puestas al descubierto en las primarias demócratas, cuando los progresistas desafiaron a Biden desde la izquierda, parecen destinadas a ensombrecer su tiempo en el cargo, si las quejas sobre algunas de sus designaciones de gabinete nos dicen algo (muchos partidarios del senador Bernie Sanders y la senadora Elizabeth Warren, entre otros, todavía desean que su candidato preferido haya ganado la Casa Blanca en su lugar).

Después de una campaña de otoño llena de acusaciones republicanas contra el hijo de Biden, Hunter, una investigación federal sobre los asuntos fiscales del joven Biden probablemente se avecina por lo menos en los primeros días del nuevo gobierno.

Y, como cuestión práctica, el último gran frente en la votación de 2020 ya ha sido arrojado hasta 2021, con dos elecciones al Senado en Georgia a principios del mes que viene para determinar el control de la cámara.

Incluso los que están del lado ganador en la votación de noviembre han dudado en seguir adelante, pues no están dispuestos a abandonar la urgencia de cinco alarmas con la que se han acercado a cada día de la presidencia de Trump.

“¿Por qué seguimos trabajando?”, se preguntó en voz alta Jess Morales Rocketto, una estratega progresista y asesora de la campaña de Hillary Clinton en 2016, antes de responder. “En un año de elecciones, protestas históricas, una pandemia, para la gente cuyo trabajo es este, se trata de pensar: si dejáramos de trabajar, ¿qué pasaría? ¿Podría empeorar? No puede empeorar. Por favor, que no empeore”.

En campañas pasadas, dijo Morales Rocketto, los profesionales de la política se prepararon para la caída repitiendo un bálsamo emocional común: al menos tendremos un descanso cuando termine.

“En 2020”, dijo, “creo que la gente dejó de decirlo”.

Sin embargo, si parece poco probable que la actual sensación de tambaleo democrático —con muchos millones de votantes preparados para pensar en un resultado en 2020 que consideran ilegítimo— disminuya en un par de semanas, también hay motivos para dudar de que Trump sea capaz de mantener su actual nivel de ubicuidad una vez que deje el cargo.

La pompa y la plataforma del cargo no pueden ser replicadas. El tiempo avanza. Y aunque Trump podría usar los meses venideros para proponer una posible campaña destinada a 2024 mientras se queja de la injusticia fantasmagórica de su derrota en 2020, quizás algunos posibles rivales en las próximas primarias republicanas mostrarán menos deferencia eventualmente si la alternativa es esperar hasta 2028 para tener una oportunidad de llegar a la presidencia.

Muchos en el partido sospechan que habrá una audiencia continua para lo que sea que Trump tenga en mente, incluso si lo que tiene en mente sea sobre todo repetir sus cantaletas de 2020.

“Será el estudiante de primer año de la universidad que pasa el tiempo en el estacionamiento de la preparatoria durante las vacaciones de invierno, queriendo recrear la magia”, dijo Matt Gorman, un estratega republicano que trabajó en la candidatura de Jeb Bush en 2016 y en las elecciones de la Cámara de Representantes de 2018. “Y los estudiantes van a querer venir y pasar el rato con él”.

También parece probable que la persistencia de la pandemia alimente un sentimiento de constante suspensión de los estadounidenses en la esclavitud de la característica más sombría de 2020.

Para los veteranos de esta campaña presidencial, tan definida por el coronavirus, no pasó desapercibido el hecho de que el Colegio Electoral confirmó la victoria de Biden la misma semana en que se iniciaron las vacunaciones en Estados Unidos. Tal vez un retorno a la relativa normalidad será el verdadero epílogo del año, cuando llegue.

Mientras tanto, el siguiente paso del procedimiento llegará el 6 de enero, cuando el Congreso se reúna para ratificar el recuento de los electores. Hace cuatro años, Biden presidió la sesión como vicepresidente, golpeó el mazo con impunidad y eliminó objeciones, en gran parte simbólicas, de un puñado de legisladores demócratas que esperaban negar la realidad de 2016.

“Se acabó”, dijo Biden en un momento dado, lo cual provocó los vítores republicanos.

Se acabó, y a la vez no se acabó. Pero ese momento ahora parece haber sido suplantado, para bien o para mal, por nuevas ansiedades y rencores. ¿Y cuánto tiempo podrían durar en realidad?

“Espero que 2020 termine en algún momento a principios del 2025, dijo Gorman”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company