La obsesión de la cúpula de poder iraní: proyectar la fortaleza y estabilidad del régimen
PARÍS.-¿Accidente o atentado? El helicóptero que transportaba al presidente de Irán, Ebrahim Raisi, que se estrelló en la frontera entre Irán y Azerbaiyán planteó la duda de una nueva acción terrorista del Estado Islámico (EI), enemigo jurado del régimen chiita. Mientras decenas de grupos de rescate trataban anoche de localizar la aeronave en una zona montañosa, azotada por la lluvia y la bruma, el país se preguntaba quién debería remplazar al jefe del Estado en caso de incapacidad, mientras que el régimen advertía que “no habrá perturbación para el país”. Horas más tarde fue encontrado, y tanto Raisi como el resto de funcionarios que lo acompañaba fueron dados por muertos.
“Los iraníes no deben inquietarse. No habrá ninguna perturbación en el país. El orden reina y seguirá reinando”, se apresuró a declarar el ayatollah Ali Khamanei, guía supremo.
“En otras palabras: el régimen hará reinar el orden y no permitirá ninguna manifestación de alegría por parte de la oposición en caso de que la muerte de Raisi se confirme”, explica la especialista Mahnaz Shirali a LA NACION. A su juicio, el presidente habría fallecido y las autoridades temen anunciarlo, por el momento, para evitar toda expresión pública de beneplácito.
Versiones contradictorias daban cuenta del eventual hallazgo de los restos del helicóptero que transportaba a Ebrahim Raisi y a su ministro de Relaciones Exteriores, Hossein Amir Abdollahian. Mientras los medios estatales afirmaban que un contacto había sido establecido con sus ocupantes, la Media Luna Roja desmentía la información.
En vilo, el país se planteó de inmediato la cuestión de la continuidad del Estado en caso de incapacidad presidencial, con mucha más razón después que un oficial iraní declarara “la vida del presidente de la república y de su ministro están en juego”.
Después de la revolución islámica de 1979, Irán es una teocracia de un tipo particular: tiene dos cabezas. Ya que el poder supremo pertenece al guía de la revolución, que actualmente es Ali Khamanei
El caso está obviamente previsto por la Constitución iraní en su artículo 131, que dispone que “en caso de deceso, revocación, dimisión, ausencia o enfermedad de más de dos meses del presidente de la República (…), el primer vicepresidente –previo acuerdo del guía supremo– asume los poderes y las responsabilidades del presidente. A su vez, un consejo compuesto por el presidente de la Asamblea, el jefe del Poder Judicial y el primer vicepresidente de la república debe tomar las disposiciones necesarias a fin de que el nuevo jefe del Ejecutivo sea electo, como máximo, en un plazo de 50 días”, explica Shirali.
Desde 2021, el primer vicepresidente de la república es Mohammad Mokhber, exdirigente de un banco iraní y exvicegobernador de la provincia de Kuzestan, en el oeste del país. Fue nombrado el mismo año de la elección del ultraconservador Raisi en la presidencia. En caso de incapacidad de este último, Mokhber sería pues presidente interino durante un máximo de 50 días.
Después de la revolución islámica de 1979, Irán es una teocracia de un tipo particular: tiene dos cabezas. Ya que el poder supremo pertenece al guía de la revolución, que actualmente es Ali Khamanei. Elegido por una asamblea de expertos que reúne a 86 religiosos, ellos mismos elegidos por sufragio universal directo. Desde la reforma de la Constitución de 1989 y la supresión del puesto de primer ministro, el presidente está únicamente al frente del Poder Ejecutivo, en calidad de jefe de gobierno, también electo por sufragio universal directo en unos comicios a dos vueltas y por un mandato de cuatro años.
En caso de interinato, semejante elección presidencial debería realizarse 50 días después de la activación del artículo 131 de la Constitución. Pero, en la actual situación de agitación política del país, “la eventual desaparición del actual presidente hundiría aun más a Irán en la inestabilidad”, analiza.
Las dos elecciones que hubo en 2024 marcaron un endurecimiento sin precedente del régimen, ya que la casi totalidad de los candidatos moderados fueron invalidados
En 2024, Irán ya estuvo marcado, en efecto, por dos elecciones: legislativas, para elegir los diputados del Madjles (el Parlamento iraní), y las de la Asamblea de Expertos. Ambas marcaron un endurecimiento sin precedente del régimen, ya que la casi totalidad de los candidatos moderados fueron invalidados.
Los comicios se jugaron pues entre conservadores y ultraconservadores. En un país marcado por rebeliones populares brutalmente reprimidas desde la muerte de la joven Mahsa Amini en 2022, la abstención alcanzó también niveles récord, con una tasa de participación –oficial– históricamente baja de solo 40%.
La otra pregunta que hasta anoche era imposible de contestar era qué sucedió realmente con el helicóptero que transportaba a Raisi y a su canciller cuando regresaban de Azerbaiyán, donde el mandatario fue a inaugurar una represa.
Se sabe que las condiciones meteorológicas eran detestables y que el aparato sobrevolaba la región iraní del Azerbaiyán Oriental, muy montañosa y de difícil acceso. Sin visibilidad suficiente, es posible que un accidente haya ocurrido.
Pero tampoco se puede desechar que se haya tratado de un atentado. Y, en ese caso, dos son las opciones privilegiadas por los especialistas: un ataque organizado por la oposición democrática interna, sometida desde hace dos años a una represión feroz por parte del régimen. O bien una nueva acción terrorista organizada por Estado Islámico (EI).
Esta no sería, en efecto, la primera vez. El 3 de enero de este año, una doble explosión en el cementerio de Kerman, provocó la muerte de 84 personas, cuando una multitud de iraníes asistían a una ceremonia en honor del general Qassim Soleimani, comandante de Operaciones Exteriores de los Guardianes de la Revolución, asesinado por orden del entonces presidente norteamericano Donal Trump en un ataque cuatro años atrás en Bagdad.
Irán es un país 90% de confesión chiita, que combatió a EI en Siria e Irak. Soleimani había estado en primera fila en esa lucha contra la organización islamista radical. Los musulmanes chiitas son considerados apóstatas por los grupos extremistas sunnitas, como el EI.
Pero la deuda “de sangre” entre Irán y EI es antigua. El grupo había reivindicado en 2017 su primer ataque en Irán contra la sede del Parlamento y el mausoleo del ayatollah Ruhollah Khomeini, fundador de la república islámica, provocando 17 muertos. En octubre de 2022, se declaró responsable de un atentado en Chiraz, que dejó unas 15 víctimas fatales.