Los niños de Ucrania podrían enfrentar años de trauma por la guerra

Maryna Ponomariova, cuya pierna izquierda tuvo que ser amputada parcialmente después de un ataque ruso en su casa en Jersón, Ucrania, aprende a caminar nuevamente con la ayuda de su fisioterapeuta, Nazar Borozniuk, en el Hospital Infantil Ohmadyt en Kiev, el 20 de octubre de 2022. (Brendan Hoffman/The New York Times).
Maryna Ponomariova, cuya pierna izquierda tuvo que ser amputada parcialmente después de un ataque ruso en su casa en Jersón, Ucrania, aprende a caminar nuevamente con la ayuda de su fisioterapeuta, Nazar Borozniuk, en el Hospital Infantil Ohmadyt en Kiev, el 20 de octubre de 2022. (Brendan Hoffman/The New York Times).

KIEV, Ucrania — Con la ayuda de sus pequeñas muletas azules, Daniil Avdieienko, de 7 años, hizo un gesto hacia dos manchas de color marrón oscuro en el piso de cemento de la entrada de su edificio de departamentos.

La mancha a la derecha, justo dentro de la puerta, era su sangre, explicó. Luego señaló la otra mancha de sangre: “Esta es de mi madre”.

Daniil y sus padres iban corriendo hacia un refugio subterráneo en el centro de Chernígov, una ciudad del norte donde los combates se intensificaron en los primeros días de la guerra, cuando la metralla lo alcanzó en la espalda. Al final, tuvieron que extirpar 60 centímetros de sus intestinos. Siete meses después, todavía se está recuperando de sus heridas y tal vez necesite varias cirugías más, al igual que sus padres, quienes sufrieron lesiones graves en las piernas.

Pero mientras mejoran sus heridas físicas, Avdieienko sigue lidiando con el trauma psicológico del ataque.

“Me da miedo cuando suena la sirena”, dijo en voz baja mientras se sentaba con sus padres, Nataliia Avdieienko, de 32 años, y Oleksandr Avdieienko, de 33, en referencia a la alarma de ataque aéreo que advierte sobre posibles ofensivas rusas. “Tengo miedo porque los tanques pueden estar en camino”.

El conflicto en Ucrania ha causado dolor y penurias a decenas de miles de civiles, pero entre las consecuencias más desgarradoras está su efecto en una generación de niños como Daniil, quienes enfrentarán dolor físico y psicológico, muchos de ellos por el resto de sus vidas. Para aquellos que han sufrido heridas graves o la pérdida traumática de un padre, el camino a seguir será inmensamente desafiante, dicen los expertos, ya que puede ser complicado el acceso a asistencia psicológica y médica a largo plazo en un país envuelto en conflicto.

Kateryna Iorhu, quien resultó herida en abril en un ataque con misiles rusos que mató a su madre, con cuadros que pintó en el departamento que comparte con familiares en Kiev, Ucrania, el 14 de octubre de 2022. (Brendan Hoffman/The New York Times).
Kateryna Iorhu, quien resultó herida en abril en un ataque con misiles rusos que mató a su madre, con cuadros que pintó en el departamento que comparte con familiares en Kiev, Ucrania, el 14 de octubre de 2022. (Brendan Hoffman/The New York Times).

Los padres de Daniil dicen que su comportamiento ha cambiado de manera notable. Ahora se aferra con fuerza a un osito de peluche al que le realiza una “cirugía”, contaron, un recordatorio de sus numerosos procedimientos médicos.

Ha perdido interés en los autos miniatura que solía amar, dijo su padre. En cambio, juega a la guerra con sus juguetes de peluche, en algunas ocasiones, estos luchan contra tanques rusos y, en otras, matan zombis imaginarios. No le gusta alejarse de su madre. El sonido del trueno lo asusta.

“No era así antes de la guerra”, afirmó Oleksandr Avdieienko.

Aun así, Daniil también ha recorrido un largo camino desde el ataque en marzo, gracias en parte, según su madre, a la atención excepcional del Hospital Infantil Okhmatdyt en la capital, Kiev. Inmediatamente después del ataque, los miembros de la familia fueron trasladados de urgencia a tres hospitales diferentes, pero en abril se reunieron en Okhmatdyt, el principal hospital pediátrico del país. Allí, Daniil pudo ver a médicos especialistas y psicólogos, antes de ser dado de alta y regresar a su hogar en Chernígov al final del verano.

Olena Anopriienko, directora del departamento de psicología del hospital, dijo que el personal está tratando de inculcar una sensación de normalidad y seguridad tanto como sea posible. Los niños que se quedan por períodos más largos asisten a la “Escuela de Superhéroes”, que se encuentra en el lugar, para garantizar que continúen su educación y participen en actividades semanales destinadas a levantarles el ánimo, como conciertos y clases de pintura.

También relató que muchos de los jóvenes sufren de ansiedad severa o trastorno de estrés postraumático.

“Si se trata de un trauma de guerra, es muy difícil proporcionar una sensación de seguridad para ese niño”, explicó. “Porque el niño entiende que la guerra no ha terminado”.

A pesar de su terrible experiencia, muchos niños siguen adelante con determinación e incluso con presteza. Maryna Ponomariova, de 6 años, ha estado trabajando de cerca con psicólogos, fisioterapeutas y maestros desde que llegó al hospital de Okhmatdyt este verano, semanas después de un devastador ataque ocurrido el 2 de mayo en su casa, ubicada en la región sur de Jersón.

A Ponomariova le tuvieron que amputar la pierna izquierda por debajo de la rodilla a causa de las heridas de metralla, y ahora está aprendiendo a caminar de nuevo.

Con una sonrisa enorme, Maryna empuja su lengua contra el espacio que solían ocupar sus dos dientes delanteros, mientras camina por el pasillo con una pequeña prótesis colocada en su pierna izquierda. Camina con determinación y con la ayuda de su médico rehabilitador favorito, Nazar Borozniuk, quien la hace reír incluso mientras completa ejercicios difíciles.

Su positividad constante es lo que la ha llevado a ella y a su familia hasta aquí, afirmó su madre, Nataliia Ponomariova.

Aun así, en semanas recientes, una serie de huelgas en el centro de Kiev, suficientemente cercanas como para escucharse desde su vivienda temporal, dejaron a Maryna conmocionada, narró su madre.

“Cuando vio esto, la afectó de nuevo”, dijo Ponomariova sobre el bombardeo. “La psicóloga ha estado trabajando con ella, pero luego todo volvió a estar como al principio. Ella estuvo gritando esa mañana”.

Aunque la angustia ha llegado a los niños de todo el país, los que viven más cerca de los frentes de batalla en el sur y el este han experimentado lo peor de la guerra.

Kateryna Iorhu, de 13 años, se sentó en el sofá del apartamento recién alquilado que comparte con su tía, su abuela y su hermana menor en Kiev, y levantó una de las piernas de sus pantalones de chándal color lila para mostrar dónde una explosión le arrancó grandes trozos de carne.

Unos fragmentos de metralla se asoman bajo su piel como pequeños guijarros. Esa herida la tiene desde abril, cuando Kateryna, que es de un pueblo de la región de Donetsk, fue alcanzada por los ataques cuando intentaba huir con su familia.

Pero Kateryna y su hermana menor Yuliia, de 9 años, soportan una carga aún más dolorosa. En abril, las niñas estaban en una estación de tren en Kramatorsk con su madre, Maryna Lialko, y su tía, esperando para viajar al oeste del país donde era más seguro, cuando un misil cayó sobre la multitud que estaba afuera.

Yuliia y su tía estaban dentro de la estación. Un extraño protegió a Kateryna con su cuerpo, lo que probablemente le salvó la vida incluso cuando el hombre perdió la suya. Al día siguiente, la familia encontró el cuerpo de su madre en la morgue de la ciudad.

Maryna Lialko había criado sola a las niñas después de que su padre dejó a la familia, contó su abuela, Nina Lialko.

“Ella estaba dedicada a estas dos niñas”, sostuvo.

Kateryna fue dada de alta este otoño del hospital Okhmatdyt, donde recibió terapia física y psiquiátrica, y las niñas ahora están en Kiev viviendo con su abuela y su tía.

La tía, Olha Lialko, dijo que ha visto un cambio en sus personalidades. Kateryna se hace cada vez más introvertida; habla muy poco y le cuesta trabajo mantener el contacto visual. Yuliia todavía no comprende la pérdida completamente.

“Katya es muy cerrada; se lo guarda todo para ella”, expresó Olha Lialko. “Yuliia extraña mucho a su mamá. Ella necesita atención; le gusta abrazar”.

La familia está tratando de ayudar a las niñas a procesar su pérdida. Y en ocasiones ven destellos de las chicas que conocieron antes de la guerra.

Se tiñen el cabello con colores salvajes y juegan a maquillarse. Se pelean como solo pueden hacerlo las hermanas y se aferran estrechamente la una a la otra para hacerse compañía.

Pero nadie sabe qué vendrá después para ellas. Sus vidas están en espera. Asisten a la escuela en línea y tienen pocos amigos en la nueva ciudad. La familia no puede regresar a su hogar en Donetsk, pero tampoco quiere comprometerse a quedarse en Kiev.

“Será muy difícil para ellas vivir sin su madre”, dijo su abuela. “Esta vida no tiene ningún sentido en absoluto”.

c.2022 The New York Times Company