Los niños robados de Ucrania

Dmytro Klymenko, de 14 años, con su madre, Yana, y su hermano, Volodymyr, de 8, en Nicolaiev, Ucrania, el 5 de octubre de 2023. (Daniel Berehulak/The New York Times)
Dmytro Klymenko, de 14 años, con su madre, Yana, y su hermano, Volodymyr, de 8, en Nicolaiev, Ucrania, el 5 de octubre de 2023. (Daniel Berehulak/The New York Times)

Herido en un ojo por una explosión, Oleksandr Radchuk, un niño ucraniano de 11 años de la destruida ciudad de Mariúpol, esperaba en una tienda mientras los soldados rusos interrogaban a su madre.

Los habían tomado prisioneros después de que su ciudad portuaria sufriera un prolongado ataque de las fuerzas rusas en la primavera de 2022. Su madre, Snizhana Kozlova, estuvo fuera 90 minutos. Cuando los guardias rusos la trajeron de vuelta, lo abrazó sin decir palabra. Entonces llegaron los funcionarios de los servicios sociales y se hicieron cargo de él.

“Llorábamos; no podía creer que me estaban llevando”, relató el niño, que ahora tiene 13 años y se hace llamar Sasha, en una entrevista en presencia de su abuela, Lyudmyla Siryk. Su madre fue detenida y no ha sabido nada de ella en los veinte meses transcurridos desde entonces.

Sasha es uno de los miles de niños ucranianos separados a la fuerza de sus padres por las autoridades rusas en las primeras fases de la guerra en Ucrania, que ahora tiene casi dos años.

Algunos resultaron heridos o quedaron huérfanos en bombardeos sobre ciudades ucranianas. Algunos se quedaron solos y sin hogar tras la detención de sus padres. A otros los separaron de familias que creían que enviaban a sus hijos a un campamento de verano.

Ucrania afirma haber verificado los nombres de más de 19.000 niños que fueron trasladados a Rusia o a territorio controlado por Rusia. En los últimos meses, 387 niños como Sasha han sido localizados por sus familiares y devueltos a casa con la ayuda de la organización benéfica SOS Children’s Villages Ucrania, entre otras.

Kseniia Honcharova, de 12 años, izquierda, y su hermana, Anastasiia, de 13, en Vovchansk, Ucrania, el 5 de junio de 2023. (Daniel Berehulak/The New York Times)
Kseniia Honcharova, de 12 años, izquierda, y su hermana, Anastasiia, de 13, en Vovchansk, Ucrania, el 5 de junio de 2023. (Daniel Berehulak/The New York Times)

Sus relatos han ayudado a funcionarios e investigadores a hacerse una idea del empeño ruso por sacar a los niños de Ucrania —a menudo con el pretexto de rescatarlos de la zona de guerra— para ponerlos en contra de su patria y convertirlos en leales súbditos rusos.

La estrategia rusa fue deliberada, premeditada y sistemática, según los relatos de decenas de niños y sus familias, así como las pruebas recogidas por organizaciones ucranianas e internacionales de derechos humanos y de crímenes de guerra.

Las autoridades rusas trasladaron en masa a niños de orfanatos ucranianos y de algunas escuelas, según documentos rusos recopilados por Lyudmyla Denisova, ex alta funcionaria de derechos humanos de Ucrania, que compartió con The New York Times. Soldados y policías rusos escoltaron a los niños en autobuses. Las autoridades regionales alojaron a los niños ucranianos y los colocaron con familias de acogida rusas. Un decreto del presidente ruso Vladimir Putin abrió el camino para que familias rusas adoptaran niños ucranianos.

La excepcional escala y duración de la operación no tiene parangón en la guerra moderna, y el traslado forzoso de niños, señalan los investigadores de crímenes de guerra, puede constituir un acto de genocidio según los Convenios de Ginebra.

Sin embargo, Putin y su comisaria para los derechos de la infancia, Maria Lvova-Belova, anunciaron en público el traslado de niños desde Ucrania, presentándolo como ayuda humanitaria rusa a familias ucranianas. Sus declaraciones públicas son ahora el núcleo de una orden de detención contra ellos por crímenes de guerra, emitida en marzo por la Corte Penal Internacional.

En junio, Lvova-Belova escribió sobre los niños y publicó fotografías de ellos en las redes sociales. “Estos chicos, que hasta hace poco se escondían de los bombardeos en los sótanos de Mariúpol, están ahora de verdaderas vacaciones de verano”, señaló.

El Times viajó por Ucrania para entrevistar a más de 30 niños que lograron regresar de Rusia. Muchos de ellos siguen traumatizados por los acontecimientos.

Despojados

Desde las primeras semanas de la guerra, las autoridades ucranianas advirtieron que Rusia estaba expulsando niños a propósito. Mientras millones de personas huían de los combates, las autoridades rusas crearon los llamados campos de filtración, donde examinaban a los ucranianos que salían de la zona de combate hacia territorio controlado por Rusia.

Los sospechosos de ser combatientes eran detenidos. Los civiles, incluidos los niños, fueron incorporados en un programa de reasentamiento que los ubicó en pueblos y ciudades de la Ucrania ocupada por Rusia o en Rusia.

Fue en uno de esos campos donde Sasha y su madre fueron separados. Se habían refugiado durante dos semanas en un hospital de campaña militar ucraniano, en el sótano de la acería Ilyich de Mariúpol, después de que Sasha resultara herido en una explosión y fuera capturado junto con los soldados ucranianos cuando la planta fue rodeada por las fuerzas rusas.

La abuela de Sasha lo localizó en un hospital de una zona de Ucrania controlada por Rusia solo porque médicos simpatizantes dieron a conocer su caso en las redes sociales. Cuando ella lo llamó, él le suplicó: “Abuela, sácame de aquí”.

Su abuela tardó más de dos meses en reunir los documentos necesarios y atravesar Rusia para recogerlo.

Las ‘vacaciones’

El 6 de octubre de 2022, las escuelas de Jersón, Ucrania, anunciaron de manera repentina viajes para todos los escolares a los campamentos de Crimea, anexionada de Ucrania a Rusia en 2014.

Grupos de niños habían estado haciendo viajes de dos semanas a los campamentos durante todo el verano. En las condiciones bélicas de la ocupación rusa, pocos en Jersón sabían que ya se estaba impidiendo a los niños regresar a la región de Járkov.

Alla Yatsentiuk dijo que sus hijos, Ivan, que entonces tenía 9 años, y Danylo, de 13, habían querido ir. Durante varios días de octubre, multitudes de niños se reunieron en el puerto fluvial de Jersón para tomar una barcaza hasta la orilla oriental, donde los esperaban los autobuses.

“Casi todo el puerto fluvial estaba lleno de niños”, recordaba Yurii Verbovytskyi cuando regresó a su casa en Jersón en septiembre. Yurii, que entonces tenía 16 años, se apuntó porque iban sus amigos, comentó.

A Denys Berezhnyi, que entonces tenía 17 años, el director de su escuela le dijo que tenía que ir y aceptó para no causar problemas a sus padres. El 7 de octubre de 2022, cientos de personas partieron.

“Los niños que se llevaron ilegalmente recordarán muy bien esa fecha”, aseguró.

Aquella mañana, Yatsentiuk se despertó con una sensación de presentimiento. Ivan decidió no ir. Pero Danylo recibía mensajes de texto de sus amigos que ya estaban en Crimea y estaba entusiasmado. Al día siguiente bajaron al puerto fluvial y encontraron a una multitud de niños en grupos con supervisores.

Danylo se marchó, y una semana después Yatsentiuk recibió una llamada de una de sus supervisoras ucranianas advirtiéndole sin explicaciones que lo trajera a casa lo antes posible. Ese mismo día, los soldados rusos iniciaron una evacuación general de soldados y civiles de Jersón.

“Engañaron a los padres diciendo que eran vacaciones”, explicó Yatsentiuk sobre las autoridades rusas. “Era mentira. Fue una deportación con el pretexto del recreo de los niños”.

Las cosas se desenvolvieron rápidamente. El director de la escuela abandonó su puesto. Los profesores fueron enviados de vuelta a Jersón, obligados a abandonar a sus pupilos en Crimea, mientras que a los niños les dijeron que no podían volver a casa debido a la guerra. En Jersón, les dijeron a las familias que recogieran a los niños ellas mismas. Muchos lo hicieron y se convirtieron en refugiados en Rusia.

“Faltaban dos días para que hubiera transcurrido medio año, la siguiente vez que vi a Danya”, dijo Yatsentiuk, usando el apodo de Danylo. Tuvo que solicitar un pasaporte y viajar por Polonia, Bielorrusia y Rusia para llegar a Crimea y traerlo a casa.

Finalmente, lo encontró en un sanatorio el 6 de abril. Para entonces, la mayoría de sus compañeros se habían dispersado; sus padres los llevaron a Rusia o de vuelta a casa, a las zonas ocupadas de Ucrania.

El adoctrinamiento

Desde el inicio de su anexión de Crimea, Rusia impuso una campaña de rusificación y adoctrinamiento de los niños ucranianos en las zonas ocupadas, según organizaciones de investigación ucranianas e independientes.

El adoctrinamiento y patriotismo de la educación rusa ha incluido durante mucho tiempo un elemento de entrenamiento militar. Pero hace poco han proliferado los campamentos militares en Rusia y en la Ucrania oriental ocupada como parte de lo que, según los analistas, es una militarización sigilosa de la sociedad rusa bajo Putin.

En los campamentos, los niños ucranianos visten uniformes y reciben entrenamiento semimilitar, lo que hace temer que Rusia esté planeando utilizarlos como soldados de infantería en Ucrania.

Artem Hutorov, que entonces tenía 15 años, y una decena de compañeros de clase fueron sacados de su escuela en Kupiansk por soldados rusos cuando los soldados ucranianos cercaron la ciudad oriental el año pasado. Los soldados los trasladaron del frente de batalla a una escuela en Perevalsk, más al interior de la Ucrania ocupada por Rusia.

En esa escuela vestían ropa militar, camuflaje verde o uniformes blancos de cadete naval. Artem apareció en una fotografía en el sitio web de la escuela, con el símbolo “Z” de la fuerza de ocupación rusa en Ucrania, estampado en su manga.

Nina Nastasiuk, de Jersón, fue enviada dos veces por semana a entrenamiento militar durante los meses que pasó en un campamento de Crimea. Tenía 15 años. “No había muchas opciones”, relató.

El trauma duradero

Una vez reunidos con sus familias, algunos niños han mostrado señales de trauma duradero tras haber estado separados, a veces hasta un año, de sus hogares. Según un psicólogo de Save Ukraine, entre esos síntomas se encuentran la depresión y las autolesiones.

A menudo, el trauma era demasiado fuerte para que lo verbalizaran.

Marharyta Matiunina tenía 8 años cuando las autoridades locales la enviaron a un campo ruso en el momento del traslado masivo a Crimea, mientras estaba con su padre. Su madre, Veronika Tsymbolar, no supo dónde estaba durante cuatro meses.

Marharyta jugaba alegre con su hermana y su hermano en su departamento de la región ucraniana de Nicolaiev mientras su madre hablaba, pero enterró la cabeza en el sofá cuando le preguntaron cómo había sido su estancia en el campo.

“Quiere olvidarlo, como si fuera una pesadilla”, dijo su madre.

c.2023 The New York Times Company