¿Es 'My Fair Lady' la historia de la vida de Audrey Hepburn (y de millones de mujeres)?
En la mitología griega, Pigmalión era un rey de Chipre que abandonó la idea de casarse para dedicarse a la escultura, sin imaginar que terminaría enamorándose de una de sus creaciones, una que representaba a la mujer ideal. Tanto amor y cuidado le profesaba a aquella escultura que la diosa Afrodita, conmovida, terminó concediéndole la vida.
Esta historia mitológica inspiró la obra de teatro de 1913 de George Bernard Shaw Pigmalión, cuya moraleja insiste en la importancia de la buena educación y de tratar con dignidad a todo el mundo, independientemente de su clase y su género. Posteriormente, la obra se adaptó al cine en 1938 y, de nuevo, en forma de musical en 1964, protagonizada por Audrey Hepburn y bajo el título de My Fair Lady.
La reivindicación de los derechos de las mujeres
Aunque es cierto que el Pigmalión mitológico presenta a la mujer ideal literalmente como un objeto, hecho de mármol, del que el protagonista se enamora por su belleza física, las tres obras que le siguen coinciden en su reivindicación de los derechos de la mujer, cada una desde su época.
Aunque en la obra de 1913 el protagonista masculino trata con violencia verbal y física a su protagonista femenina, el autor se encarga de dejar bien claro que esto es, precisamente, lo que le hace perder cualquier posibilidad de ser amado por ella. Y es, en el fondo, lo que la obra trata de denunciar.
La misma premisa se mantiene, sin excesiva actualización, en la película de 1938. Sin embargo, es en la versión de 1964 donde la historia alcanza su culmen en lo que respecta a la reivindicación de los derechos de las mujeres.
Lo hace a través de un brillante uso de la ironía y la exageración, así como de un libreto de canciones que corrige –o actualiza– algunas de los aspectos que renqueaban en las obras anteriores. Entre estas últimas destaca especialmente la escena de la canción You did it en la que un elenco coral de personajes secundarios felicita al protagonista masculino, el profesor Higgins, por un supuesto logro que se ha conseguido gracias al incansable esfuerzo del personaje interpretado por Hepburn, al que, por supuesto, nadie da crédito.
La protagonista femenina se da cuenta aquí de que su compañero masculino se ha llevado la gloria por sus esfuerzos y de que ella, como mujer, nunca tendrá valor, importancia, ni un futuro profesional más allá del matrimonio.
Un proyecto de envergadura
Este arriesgado planteamiento fílmico resulta especialmente sorprendente si se tiene en cuenta que el proyecto cinematográfico nació más bien como inversión económica que como proyecto artístico.
My Fair Lady fue impulsada por el estudio Warner Brothers, que se encontraba en una situación delicada y necesitaba un proyecto con garantía de convertirse en un éxito de masas. Por eso decidió apostar por relanzar una obra de éxito consolidado.
En la dirección colocaron a George Cukor, que había dirigido anteriormente multitud de títulos destinados al público femenino. Dada la importancia del proyecto, el estudio decidió que el papel del profesor Higgins sería para Rex Harrison, que ya había interpretado el rol en el teatro junto a Julie Andrews. Sin embargo, Andrews fue apartada del proyecto por no ser lo suficientemente famosa como para liderar lo que debía ser un perfecto éxito de taquilla en la era del Hollywood star system.
La decisión fue controvertida, pues el talento de Andrews no pasaba desapercibido. En un ejercicio de clase y sororidad, el papel fue rechazado por una lista considerable de actrices, encabezada por Hepburn, que decidieron declinar el rol con la esperanza de que llegase de vuelta a Andrews, a quien consideraban la verdadera merecedora del mismo. Sin embargo, en cierto momento, llegó a oídos de Hepburn que Elizabeth Taylor iba a romper el pacto y a terminar interpretando el rol.
En ese momento, Hepburn, que estaba antes en la lista de opciones, decidió aceptar el papel. La decisión no fue bien recibida y la actriz se enfrentó a una dura situación, plagada de injustas comparaciones y juicios sobre su persona.
El doble rasero
Al firmar el papel de Eliza, Hepburn acordó con el estudio que cantaría todas sus canciones y trabajó duro para conseguirlo, pero su talento vocal no estaba a la altura de las expectativas del estudio. Tras mucho pelear, tuvo que aceptar que la cantante Marnie Nixon le doblase en posproducción, algo que el estudio decidió a espaldas de Hepburn.
Sin embargo, Rex Harrison se indignó al conocer la noticia, que recibió desde la convicción de que Hepburn carecía de talento interpretativo. Enseguida lanzó duras declaraciones sobre su compañera, mostrando un abierto rechazo a compartir pantalla con una actriz que no podía cantar las canciones.
Harrison se mostró reacio a trabajar con Hepburn, a quien no tenía en buena consideración como actriz. Paradójicamente, él mismo tampoco destacaba por su talento vocal y, de hecho, sus canciones tuvieron que plantearse para ser recitadas, en vez de cantadas.
Para acomodar que pudiese recitarlas él mismo y en vivo, el equipo de sonido de la película se vio obligado a recurrir a un micrófono especial, que se utilizó por primera vez en la historia en esta película. Esto complicó notoriamente el rodaje, porque el audio de dos personajes que estaban interactuando en una misma escena iba a grabarse en distintas condiciones. Una decisión llamativa, si se considera que el motivo residía en que ninguno de los dos cantaba bien.
En general, podría decirse que Harrison tenía una actitud similar a la de su personaje, el cual, como se ha explicado, había sido creado para evidenciar el machismo. Hasta tal punto llegaban las similitudes entre Harrison y Higgins, que el actor solicitó un cambio en el título de la película, que iba a llamarse inicialmente “Lady Eliza”, porque dicho título sugería que el personaje femenino era el protagonista. Sustituirlo por My Fair Lady devolvía la importancia y el control al personaje masculino, lo que, a ojos del actor, resultaba mucho más adecuado.
Un final agridulce
Sin embargo, finalizado el rodaje, Harrison terminó reconociendo que Hepburn había aportado algo al papel que eleva toda la obra. Incluso llegó a declarar que Hepburn era la mejor actriz con la que había trabajado nunca.
Poco después comenzó la carrera por los Óscar, y Harrison resultó premiado. Al recoger su galardón, dedicó el discurso a sus dos compañeras de reparto, Andrews y Hepburn. Así pues, parece que de la misma forma que en la película Higgins y Eliza aprenden a convivir, también Harrison terminó “acostumbrándose a la cara” de Hepburn.
Por supuesto, resulta posible que todo esto fuese solo una estrategia de marketing destinada a llamar la atención, replicando en la vida real la historia de la película. Pero no estaría demasiado bien orquestado de ser así dado que Hepburn no recibió ni siquiera una nominación al Óscar por su trabajo en la película.
Lo que parece más bien es que, ante un musical con dos actores que no sabían cantar nos encontramos con uno, masculino, al que el mundo se adapta y posteriormente premia. Frente a una protagonista femenina, de gran carisma, talento y dedicación, que resulta duramente juzgada y penalizada. Forzada a demostrar que es merecedora de valor, respeto y un futuro profesional.
Cabe preguntarse pues si esta maravillosa película que denuncia cómo los hombres se aprovechan del trabajo de las mujeres llevándose todos los méritos, estuvo destinada, justamente, a repetir en la vida real las injusticias que denunciaba desde lo artístico.