El Museo Naval, un tesoro poco conocido de Madrid

Me recibe el capitán de navío (CN) Juan Escrigas Rodríguez, subdirector del Museo Naval de Madrid. La institución ocupa un imponente edificio del Paseo del Prado, a escasos metros del Museo que da nombre al Paseo y justo a continuación del emblemático palacio de Cibeles, antigua oficina central de Correos.

El capitán de navío (CN) Juan Escrigas Rodríguez, subdirector del Museo Naval de Madrid.
El capitán de navío (CN) Juan Escrigas Rodríguez, subdirector del Museo Naval de Madrid.

Nacido en El Ferrol (Galicia) en 1962, el capitán de navío Escrigas, doctor en Historia Contemporánea graduado de la Complutense, es también un gran conocedor de la historia de España. Apenas me conduce a la primera sala del Museo constata mi sorpresa. “Le sucede a todos los que vienen por primera vez. Nadie se imagina el esplendor y la magnificencia de este lugar. Lo mejor comienza ahora, en cada una de las estancias en donde se atesoran los fondos”, me advierte.

El Museo Naval nació en 1790 como institución dedicada a la enseñanza para los guardamarinas que se preparaban para convertirse en oficiales de Marina, aunque realmente queda inaugurado en 1843, cuando la reina Isabel inaugura su primera sede en la calle Mayor. El edificio actual, antiguo Ministerio de la Marina, es la cuarta sede desde 1932 y su primer director fue el alicantino Julio Guillén Tato, contralmirante de la Armada Española, de quien el Museo ofrece la reconstitución de su camarote que atesora valiosas piezas y libros personales.

Una de las salas del Museo Naval.
Una de las salas del Museo Naval.

Después de contemplar un óleo de Martín Fernández de Navarrete, director de la Real Academia de Historia, obra de Bernardo López Piquer, el CN Escrigas nos conduce a la sala José Ignacio González-Aller o del Real Patronato, en homenaje a quien dirigió la institución en los años 1890. En una de sus vitrinas se conserva una pieza muy curiosa: la copa de madera con la que se celebró bajo una ceiba, la primera misa en La Habana, el 19 de marzo de 1515.

La vajilla con la que se pretendía inaugurar en 1843 el Museo.
La vajilla con la que se pretendía inaugurar en 1843 el Museo.

En una de las vitrinas de la primera gran sala, el CN Escrigas me indica la vajilla con la que se pretendía inaugurar en 1843 el Museo. “Nunca pudo utilizarse porque se mandó a fabricar a Limoges (Francia) y cometieron un error: las franjas rojigualdas de la bandera española aparecen en posición vertical, como la francesa, y no horizontal como las de nuestra enseña”, me indica, señalando hacia las curiosas piezas.

Alba de América (1856), de Antonio de Brugada Vila.
Alba de América (1856), de Antonio de Brugada Vila.

Decenas de muebles exhiben objetos de extraordinario valor. Hay lienzos imponentes como Alba de América (1856), de Antonio de Brugada Vila; un retrato de Juan Sebastián Elcano; el gran cuadro del Primer Homenaje a Colón (1892), de José Garnelo; un hermosísimo Globo terrestre de 1688 del monje veneciano Vicenzo M. Coronelli y otro celeste del mismo autor, además de instrumentos náuticos antiguos (astrolabios, sextantes, comprases, entre unas 600 piezas), decenas de documentos, tratados originales y cartografías de gran valor como el primer mapa de América, el que dibujara Juan de la Cosa en 1500 “que estuvo desaparecido durante tres siglos hasta que lo compraron en 1832 en una subasta en París y, luego en otra, por el Ministerio de la Marina de España en 1852”, me revela el CN Escrigas.

Globo terrestre de 1688 del italiano Vicenzo M. Coronelli.
Globo terrestre de 1688 del italiano Vicenzo M. Coronelli.

“España cambia de dinastía en el siglo XVIII y debe sentar las bases, desde 1717, para dotarse de una gran Marina. Al replantearse su Armada debe tener en cuenta las dotaciones con una formación teórica fuerte para oficiales son también ingenieros mecánicos, los buques y los arsenales o astilleros, de modo que, se convierte en la segunda potencia marítima del orbe, algo que el Museo consigue mostrar”, añade.

El Museo rinde homenaje a grandes almirantes como Antonio Barceló o Don Blas de Lezo, quien venciera a la armada inglesa del almirante Edward Vernon en Cartagena de Indias, en 1741, siendo la fuerza militar que dirigía muy inferior a la británica.

Otra sala admirable es la que exhibe los restos arqueológicos del pedio de la nao San Diego, hundido en 1600 en Filipinas, y figuran decenas de objetos de loza de Manila, jarras de Siam y porcelanas chinas, codiciada por los europeos, y otros tantos de plata, muy apreciados por los chinos. En esa misma sala cuelga el célebre pendón o estandarte de los Oquendo, del siglo XVI, una familia muy vinculada a la marina del Reino.

La copa de madera con la que se celebró en 1515 la primera misa en La Habana.
La copa de madera con la que se celebró en 1515 la primera misa en La Habana.

Hay también segmentos dedicados a la marina ilustrada y en especial a las expediciones científicas de los oficiales Alejandro Malespina y José Bustamante (1789-1794) quienes recorrieron el río de La Plata, la Patagonia, las Malvinas, Chile, Perú, Centroamérica, California y Alaska hasta las islas Marianas y el continente australiano. La colección sobre estas expediciones es realmente abrumadora en cuanto a su riqueza y muestras.

De unos cajones protegidos por láminas de vidrio el CN Escrigas extrae mapas habaneros de los siglos XVIII y XIX. En otra vitrina me muestra el primer metro que se utilizó en España después de que el sistema métrico se adoptara en París a finales del XVIII. La sala siguiente ha sido dedicada al desastre de Trafalgar (1805) con especial hincapié el Santísima Trinidad, llamado “el Escorial de los mares”, el mayor navío del mundo de entonces, construido en La Habana con cedro y caoba en 1766, y hundido durante el conflicto.

Hay también salas dedicadas a la medallística y numismática, a los astilleros españoles con sorprendentes herramientas y maquetas, la guerra hispano-cubana-americana de 1898, a la pérdida de los últimos territorios de Ultramar, a las comisiones hidrográficas en Asia (en que se exhibe incluso un mapa pirata de 1825 anotado en lengua malaya), piezas curiosas (como un trozo del árbol que cobijó a Hernán Cortés durante La Noche Triste) y unas mil obras de pintura, esculturas y gráfica, de las que el Museo solo muestra una tercera parte de sus reservas.

El CN Escrigas me conduce a la exposición temporal, esta vez dedicada a la contribución de España en la independencia norteamericana. Además del aporte sustancial en el plano militar me muestra el uniforme de los dragones de cuera, protectores de las fronteras, de los que se inspiraron los vaqueros del Oeste americano para vestirse, así como el origen de los ranchos de esta región que no es otro que el cortijo andaluz propiamente dicho. “Todo el trabajo del cuero del Far West viene de la marquetería y repujado arabo-español”, afirma. Sobresale un curioso retrato de Luis de Córdoba, cuyos estudios han arrojado la manera en que el lienzo fue cambiando con añadidos a medida que este célebre marino ascendía en grados gracias a sus méritos y hazañas. El Museo cambia con regularidad sus exposiciones temporales.

Puedo afirmar que mi visita al Museo Naval, un sitio que a pesar de mis numerosas estancias en Madrid había descuidado, ha sido una de las más instructivas, inesperadas y asombrosas de los últimos tiempo. Debo el privilegio de haber sido recibido y guiado por el subdirector de la institución al historiador Guillermo Gonzalo Calleja-Leal quien obró para que este encuentro y artículo fueran posibles.

William Navarrete es escritor franco-cubano establecido en París