Murió Pascual Condito, el empresario y “Quijote” del cine independiente en nuestro país

Una de las fotos más icónicas de Pascual Condito, en su mítica oficina de la calle Riobamba
Una de las fotos más icónicas de Pascual Condito, en su mítica oficina de la calle Riobamba

Con el adiós al distribuidor cinematográfico Pascual Condito, fallecido a los 73 años en Buenos Aires luego de sobrellevar durante mucho tiempo un cáncer de colon, desaparece seguramente el último empresario del mundo del cine absolutamente emprendor e intuitivo.

Formado en la propia fragua de la industria a la que entregó toda su pasión y con la que forjó buena parte de la presencia de la cinematografía argentina en el exterior y diversas perlas del cine de autor más exigente en las pantallas de nuestro país, al que adoptó como propio luego de arribar con su familia desde su Catanzaro natal, en Calabria, con sólo cinco años de edad.

Dos años más tarde -aún siendo ese niño que hablaba con marcado acento italiano- comenzaría su amor por el cine, el mismo que en la madurez y ya convertido en todo un personaje de nuestra industria lo llevó a tatuarse en el brazo izquierdo al pequeño Totó mientras mira una tira de celuloide, tal la escena que inmortalizó Giusseppe Tornatore en Cinema Paradiso.

Graciela Borges, con el presidente de la compañía, Pascual Condito
Graciela Borges, con el presidente de la compañía, Pascual Condito


Junto a su gran amiga, Graciela Borges

Era habitual escuchar a Condito decir, al igual que al recientemente fallecido proyectorista Damiano Berlingieri, que: Cinema Paradiso era mi propia vida” , y probablemente así haya sido para ambos en un imaginario rol en ese film amado por los cinéfilos pero que el destino les deparó como real mundo del cine. A fin de cuentas tan chico como Totó era Pascual Condito cuando tomó una tira de celuloide por primera vez en sus manos.

Pero del pequeño Pascual que repartía volantes de los cines de provincia en estaciones de trenes llegó la posibilidad de estrenar o reestrenar aquellas películas que no habían tenido buen desempeño comercial y que su olfato convirtió en sucesos, como El gato con botas o La piel de Satanás , para proseguir con toda la línea de películas eróticas que estrenaba el cine Arizona, aquellas que definieron el perfil del espectador que entraba casi en secreto con un maletín para ver esos títulos al borde de la prohibición y que quedaron en la historia como el “cine de valijeros” y que también nutrían a una calle Lavalle entre sombras y que Condito fomentaba con su flamante distribuidora ItalSur. Un año antes la bandera italiana decoraba el techo de su Fiat 600 cuando jugaba su selección en el Mundial 78.

Pero tiempo más tarde, Pascual recordaría en una cena ofrecida a la prensa en un restaurante del barrio de Belgrano esos años: “Yo me dedicaba al cine casi porno, y un día una de mis hijas me dice: `Papá, no hagas más nada con estas películas`, y me di cuenta que tenía que cambiar de vida y acá estoy”, dijo alzando la copa por Primer Plano Film Group, sello con el que llegó a distribuir títulos que hoy figuran entre lo más importante del cine de autor de los últimos treinta años.

Trainspotting, una de las películas que llegaron al país gracias a su distribuidora
Trainspotting, una de las películas que llegaron al país gracias a su distribuidora


Trainspotting, una de las películas que llegaron al país gracias a su distribuidora

Gracias a él, llegaron a la Argentina películas como Recursos humanos, La lengua de las mariposas, Sostiene Pereira, El juego de las lágrimas, Buena Vista Social Club y dos éxitos de distinto perfil pero largo impacto, El sabor de la cereza (que tuvo un éxito descomunal en el cine Lorca y significó la llegada del cine iraní a la Argentina), y Trainspotting que permitió a su empresa jugar a la par de los grandes sellos internacionales.

Pero la crisis de 2001 lo obligó a dar un nuevo giro en la actividad con costos en dólares para comprar material extranjero imposibles de afrontar, y fue entonces cuando comenzó a distribuir cine argentino consiguiendo un resurgir de su empresa hasta que, con anuencia del Instituto de Cine, las “majors” comenzaron a quedarse con los mayores éxitos del cine nacional.

Eso dejó a las dos empresas que operaban esos sucesos locales, Distribution Company de Bernardo Zupnik y la propia de Pascual Condito, sin base de sustentación para afrontar el duro equilibrio de estrenar también las películas de pequeño desempeño en boletería. Con todo, Condito buscó reinventarse una vez más y junto con la mudanza de la histórica sede de la distribuidora de la calle Riobamba -un caserón que había pertenecido al laboratorio Tecnofilm- a Palermo, dirigió los rumbos de su distribuidora a la venta del cine argentino al exterior y construyó un set de filmación en su nueva sede.

“Comprendo que los productores les ofrezcan sus realizaciones, ya que esto les asegura un mejor lanzamiento en cuanto a promoción, y desde ya, con mejores resultados. Lamentablemente, al ser independiente no tengo las mismas herramientas para competir, ya que aunque tenga películas de gran calidad, ganadoras de festivales, y aún contando con una buena salida, al no tener lanzamiento importante los resultados no son como debieran ser”, dijo en 2013 en una carta pública, cuando anunció que dejaba de distribuir cine argentino , dos años antes había recibido una mención especial de la Fundación Konex que depositó en su manos Enrique Braun Estrugamou.

Pero Pascual Condito ya era un personaje ineludible de la industria del cine y gustaba incluso exacerbar su desparpajo y su perfil de “tano gritón” en ambientes donde los negocios se miraban con tablas de excel y posgrados en marketing. También coprodujo títulos como La cruz, El viento se llevó lo qué, Conversaciones con mamá o Las mantenidas sin sueños y, fundamentalmente, cumplió su gran sueño de convertirse en actor.

Luego de estudiar con Norman Briski y en paralelo hacer un bolo en la película La Cruz, de Alejandro Agresti, Pascual Condito comenzó a incursionar de manera recurrente en la actuación consiguiendo papeles pequeños que fueron tomando envergadura hasta que en 2004 fue nominado como actor revelación al Premio Cóndor por su rol en El Perro, de Carlos Sorín. Prosiguió su labor en películas como Lifting del corazón, Sofacama, Cara de queso, El camino de San Diego; y en realizaciones de directores como Eduardo Calcagno, Diego Corsini, Blas Eloy Martínez, Paula de Luque, Rodolfo Durán, Daniel Burman, entre otros, culminado sus apariciones en la pantalla grande con un documental sobre sí mismo titulado Tras la pantalla, dirigido por Marcos Martínez, donde en su histórica oficina de la calle Riobamba discute con diversos referentes del cine argentino sobre el futuro del cine nacional.

“¿Cuál era la ventaja? Que vos ibas al Atlas Santa Fe y eran dos películas, hoy vos vas a una sala y parece una carnicería, una verdulería o parece un bazar donde te ponen quince películas que hoy a través del cable y de la promoción nuestras películas están indefensas pero yo le hago una apuesta a cualquiera, que en un año yo modifico el cine argentino, en espectadores”, decía desafiante en ese documental. Pascual Condito continuó en la pantalla chica con la miniserie Vida de película que en 13 capítulos narró su vida en clave de ficción de la mano de Luis Machín en la piel de Ernesto, el personaje inspirado en su vida. Se lo vio recientemente en la película Inmortal, de Fernando Spiner, como el conserje de un desvencijado hotel del barrio de Constitución.

Para algunos productores del cine argentino fue un distribuidor de condiciones duras al momento de tomar la representación de sus películas y para otros una suerte de Quijote que, pese a todo, buscaba que el cine argentino siempre tuviera su espacio en nuestras pantallas. En los últimos años, de aquel mundo de gritos y excesos, había abrazado el budismo que señalaba que lo había transformado. Pero si algo queda claro es que en la vida de Gioma Pascual Condito, nacido en un pueblo italiano el 18 de Agosto de 1948, sus inclaudicables amores fueron el cine y sus hijos que lo hicieron resistir cuando la enfermedad había minado su cuerpo mucho más allá de lo posible.