En un mundo en línea, una nueva generación de manifestantes elige la anonimidad

Manifestantes propalestinos llevan tiendas de campaña de vuelta al “Campamento de solidaridad con Gaza” después de que el presidente de la Universidad de Columbia, Minouche Shafik, ampliara el plazo inicial de medianoche para desalojar el campamento, en el campus de la universidad en Nueva York, el 24 de abril de 2024. (Bing Guan/The New York Times)

Durante la semana pasada, Fabiola, estudiante de segundo año en Columbia, se unió a un campamento en el patio de su universidad, se arriesgó a ser suspendida y perturbó la vida universitaria, todo ello en un esfuerzo por llamar la atención sobre la causa palestina.

Fabiola describe el fin del asedio mortal de Israel a la Franja de Gaza como un deber moral, un imperativo urgente en torno al cual ha reorientado su vida.

Sin embargo, mientras participaba en una de las protestas más visibles del planeta la semana pasada, Fabiola decidió guardarse algo muy importante: su identidad. Pensando en su visado internacional de estudiante, se tapó la cara con un cubrebocas quirúrgico color negro y se negó a compartir su nombre completo.

No fue un caso aislado. En varios campus desde Nueva Inglaterra hasta el sur de California, los estudiantes que lideran uno de los más grandes movimientos de protesta en décadas cada vez más se han puesto cubrebocas y kufiyas palestinos a cuadros en un intento polarizador de proteger su anonimato, incluso cuando exigen que las universidades y los gobiernos rindan cuentas.

Esa decisión representa para muchos de esos estudiantes, aunque no para todos, una brusca ruptura con las generaciones anteriores de activistas universitarios, que adquirieron su fuerza moral, en parte, poniendo sus palabras por escrito y su futuro en peligro por una causa mayor.

No obstante, al invocar de manera activa el legado del movimiento antibelicista de la década de 1960 y sus sucesores, los jóvenes activistas de hoy parecen responder a un conjunto mucho más contemporáneo de riesgos económicos y de reputación a los que sus predecesores simplemente no se enfrentaron.

Manifestantes propalestinos ocupan Hamilton Hall en el campus de la Universidad de Columbia en Nueva York, el 30 de abril de 2024. (Bing Guan/The New York Times)
Manifestantes propalestinos ocupan Hamilton Hall en el campus de la Universidad de Columbia en Nueva York, el 30 de abril de 2024. (Bing Guan/The New York Times)

En las entrevistas, una decena de manifestantes estudiantiles de todo el país citaron el riesgo de ser objeto de “doxeo” por parte de grupos proisraelíes que los acusan de antisemitismo, de aparecer en los medios de comunicación o de ser captados en videos virales. Varios estaban íntimamente familiarizados con el torrente de acoso en línea, ofertas de trabajo rescindidas y amenazas de muerte que pueden darse como resultado. (Un pequeño número también manifiesta su preocupación por la propagación de virus en lugares cerrados).

Muchos estudiantes acumularán grandes cargas de deuda que eran prácticamente inauditas hace medio siglo. Los campus que antes estaban ocupados en su mayoría por hombres blancos acogen ahora a un amplio abanico de minorías étnicas y estudiantes internacionales con visado.

“Si doy mi nombre, pierdo mi futuro”, explicó sin rodeos un estudiante de Northwestern, mientras se manifestaba con una kufiya y pedía el anonimato.

Y, sin embargo, en unos campus de por sí llenos de tensión por la guerra entre Israel y Hamás, la simpatía solo llega hasta cierto punto entre los compañeros y los dirigentes universitarios que intentan restablecer el orden.

La presencia de grandes grupos de manifestantes enmascarados también parece estar contribuyendo a una creciente sensación de malestar en escuelas como Columbia y la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), que durante la noche del martes parecían más zonas de conflicto que instituciones en medio de exámenes finales.

A los rectores y decanos frustrados les preocupa que el enmascaramiento habitual esté facilitando la infiltración de personas ajenas a sus campus, una acusación que Columbia citó a última hora del martes para justificar las detenciones masivas de manifestantes que habían ocupado el edificio Hamilton Hall en su campus del Alto Manhattan.

Y algunos en el campus han llegado a preguntarse si los manifestantes estudiantiles también están tratando de eludir las consecuencias de saltarse las normas, requisar edificios académicos y utilizar en repetidas ocasiones consignas que algunos de sus compañeros judíos han descrito como dolorosas y amenazadoras.

Al menos dos escuelas han rogado a los manifestantes que se desenmascaren, incluyendo la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, donde los administradores dijeron que la práctica “va en contra de las normas de nuestro campus” y de la ley estatal diseñada para perseguir al Ku Klux Klan.

Algunos estudiantes judíos temen que el anonimato esté dando una nueva y peligrosa licencia a protestas que ya se han visto salpicadas por el antisemitismo. Otros han comparado el aspecto de algunos manifestantes varones, que se cubren la cabeza con kufiyas u otros pañuelos de modo que solo quedan al descubierto sus ojos, con miembros de Hamás o del Ku Klux Klan.

“Si te presentas en una manifestación vestido como un atracador de bancos, no es descabellado concluir que puedes estar allí para hacer algo que no sea expresar tus derechos constitucionales”, comentó Jonathan Greenblatt, director general de la Liga Antidifamación, que hace un seguimiento de los incidentes de antisemitismo. “Tiene el efecto de intimidar a sus oponentes, de amenazar al otro bando”.

Dijo que los contramanifestantes pro-Israel han renunciado en gran medida a cubrirse la cara. Y, sin embargo, en las primeras horas del miércoles, un grupo de manifestantes pro-Israel se pusieron máscaras mientras se enfrentaban violentamente a manifestantes pro-Palestina en UCLA y lanzaron fuegos artificiales en su campamento.

Incluso algunas personas predispuestas a apoyar a los manifestantes han planteado dudas sobre el mensaje que transmite el enmascaramiento.

“Por un lado, puedo sentir empatía”, aseguró Michael Kazin, historiador de los movimientos sociales y la política en la Universidad de Georgetown, que fue golpeado con una porra de la policía como líder de una protesta en Harvard contra la guerra en 1969. Otros manifestantes universitarios de su generación fueron abatidos por la Guardia Nacional o perdieron el permiso para luchar en Vietnam a causa de su activismo.

“Por otro lado, creo que si vas a manifestarte, y es algo que sientes profundamente, debes estar dispuesto a dar la cara”, continuó Kazin.

Sin duda, no todos los estudiantes universitarios y de posgrado que encabezan las manifestaciones de este año van enmascarados. Muchos han dado voluntariamente un paso al frente para identificarse. Y las máscaras han servido poco para proteger a los estudiantes de suspensiones o detenciones.

El viernes pasado, en Columbia, un miembro del profesorado recorrió el perímetro del campamento disuadiendo a los camarógrafos de los medios de comunicación de que filmaran a quienes se encontraban dentro, mientras los estudiantes sostenían grandes mantas para ocultar aún más a las personas que se arrodillaban para rezar. Los organizadores estudiantiles también habían designado a un puñado de portavoces capacitados para dirigirse a los periodistas.

En el centro, en la New School, un folleto colocado en un lugar destacado ordenaba a los manifestantes “BORRAR IMÁGENES, LLEVAR MÁSCARAS, CUBRIR ARTÍCULOS/RASGOS NOTABLES”.

“Sé concienzudo; no quieras arriesgarte a herir a tus compañeros y a ti mismo”, se leía.

Al otro lado del país, en la UCLA, organizadores con megáfonos advirtieron a los estudiantes que no hablaran con los periodistas a menos que estuvieran “capacitados para dirigirse a los medios”.

Dylan Kupsh, de 25 años, estudiante de doctorado en Informática de la UCLA, dijo que los organizadores esperaban crear un espacio seguro, sobre todo para los estudiantes más jóvenes que tal vez no entiendan los riesgos asociados a protestar en público.

Se ha publicado la información personal de Kupsh en línea dos veces. La primera vez, en 2019, su nombre apareció en Canary Mission, un sitio web que se describe como la documentación de “personas y grupos que promueven el odio a Estados Unidos, Israel y los judíos en los campus universitarios de América del Norte” y que señaló sus vínculos con Estudiantes por la Justicia en Palestina.

“Fue terrible”, dijo. “Mis padres estaban muy frustrados, y fue una ruptura enorme”.

Dijo que la gente empezó a crear cuentas falsas en las redes sociales utilizando su identidad y enviando mensajes racistas a sus profesores. Luego, este año, dijo, se filtró su número de teléfono en internet.

“En la primera hora, recibí amenazas de muerte”, aseguró Kupsh.

En Columbia, Fabiola, estudiante de Ciencias Políticas, dijo que estaba tomando medidas para ocultar su identidad y evitar un desenlace similar. Pero era difícil no ver las consecuencias para otros estudiantes: en octubre vio cómo un camión pagado por un grupo de defensa conservador se estacionaba cerca del campus con los nombres y las imágenes de “los principales antisemitas de Columbia”.

En los meses transcurridos desde entonces, Fabiola ha luchado con su propia posición en el conflicto y con su grado de visibilidad en las protestas del campus. La semana pasada aún no estaba segura.

“Espero ser líder algún día”, dijo. “¿Hasta qué punto quiero que se imponga mi propio interés y hasta qué punto hago lo que es correcto?”

c.2024 The New York Times Company