Las mujeres trans torturadas y violadas por la policía durante el régimen militar en Argentina (que solo pudieron dar su testimonio 40 años después del regreso de la democracia)
“En los años de la dictadura, las mujeres trans no teníamos leyes. Para el Estado, simplemente no existíamos”.
Julieta González enciende el tercer cigarrillo desde que comenzó la conversación. Pide permiso para hacerlo, aunque estamos hablando por teléfono.
En la pausa cuenta que es una tarde gris pero sin lluvia en los alrededores de su casa ubicada en el municipio de Tigre, unos 30 kilómetros al norte de Buenos Aires, la capital argentina.
González dice que le encanta fumar. Se le nota en la voz, gruesa, ronca, pedregosa de tanto humo que ha pasado hasta sus pulmones. Esa misma voz le sirvió para narrar este año ante un tribunal de justicia argentino -en un hecho inédito- cómo durante el último régimen militar que gobernó Argentina desde 1976 hasta 1983 había sido violada y sometida a torturas en uno de sus centros clandestinos de reclusión.
Ella -junto a Carla Fabiana Gutiérrez, Paola Leonor Alagastino, Analía Mártires Velázquez y Marcela Daniela Viegas Pedro- se convirtió en la primera mujer trans en declarar en un juicio donde se retrataron los crímenes que se cometieron contra este colectivo durante el gobierno militar.
Aunque por más de 45 años ya se conocían las violaciones cometidas contra el colectivo travesti/trans, fue recién hace unos cuatro años que comenzaron los procesos para que sus testimonios fueran incluidos en los distintos juicios que se siguen contra los antiguos represores.
"(En el pasado) las mujeres trans no teníamos leyes, como ahora. Básicamente no existíamos, por lo que nuestro testimonio tampoco valía”, explica González.
Los testimonios de las sobrevivientes han servido para demostrar la persecución sistemática en contra de las mujeres trans.
Distintos organismos de derechos humanos señalan que cerca de 400 personas de la comunidad LGTBQ+ fueron víctimas de la represión militar.
Pero al ser detenidas, no todas sabían que eran víctimas del aparato represivo de los militares, muchas pensaron que se trataba de una redada más a las que las tenía acostumbrada la policía.
“A mí me subieron a un carro a la fuerza y me llevaron a este lugar, que solo pude reconocer muchos años después, cuando lo vi en una de las transmisiones del Juicio de las Juntas”, relata González, en referencia al proceso judicial iniciado en 1985 por orden del presidente Raúl Alfonsín contra los integrantes de tres primeras Juntas Militares.
Después de apagar el enésimo cigarrillo de esta conversación, González vuelve a mencionar un recuerdo que ha repetido a lo largo de su relato:
“La imagen que más me queda es que cuando llegué había una chica sola, como si la hubieran apaleado, en una esquina. Tenía una expresión como si la hubieran abandonado allí”.
“No teníamos otra opción que la prostitución” .
“A nosotras nos perseguían para disciplinarnos por nuestra identidad. Éramos una plaga que debían exterminar", le dijo a BBC Mundo Carla Fabiana Gutiérrez, detenida en el pozo de Banfiel en 1978.
Gutiérrez me habla en italiano. Piensa que la contacté de un medio local de Milán donde vive hace ya varios años, pero luego descubre que es en español.
Le pido hablar de lo que pasó en el Pozo de Banfield y accede de inmediato. En el idioma que sea.
“Por supuesto. Quiero hablar por todas esas personas que gritaban ‘¡Basta, por favor, no lo hagan más!’ y que se sepa lo que hicieron los torturadores que vivieron impunemente todos estos años”, relata.
Gutiérrez había nacido en el barrio de Mataderos, en el suroeste de la capital argentina. Siempre se sintió mujer.
“Tenía 15 años cuando conocí a una mujer trans y supe que quería ser como ella”.
Aquí el relato de las sobrevivientes se une: todas debieron dedicarse a la prostitución “Porque no teníamos otra opción para conseguir dinero”.
Carla comenzó a trabajar en las noches, al igual que Julieta.
“Yo quería hacer lo que hacían las mujeres trans, que eran muy pocas y no las llamábamos así. En ese momento solo existían hombres y mujeres. Y hombres gays, pero yo no quería ser gay. Yo quería ser mujer”, relata Gutiérrez.
Entonces ocurrió el golpe de Estado de marzo de 1976.
“La policía nos perseguía todo el tiempo. Pero cuando nos agarraron en ese tiempo que (los militares) llegaron al poder fue distinto”, relata González.
“Tenía 14 o 15 años. Me sacaron los zapatos que llevaba, me dejaron media desnuda, para comer tenía que pedirle si tenían alguna sobra y para eso había que pagar. El pagar de ellos era con sexo”, recuerda Gutiérrez.
“Yo no entendía nada. Era la primera vez que alguien me pegaba. Me humillaron todo el tiempo que estuve allí y yo no sabía por qué”.
Limpiar charcos de sangre
Todas estas declaraciones ante la justicia se dieron en el pasado mes de abril.
Estas mujeres pudieron declarar en el marco del juicio de las llamadas “brigadas”, que eran los comandos de policía que manejaban los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio conocidos como el Infierno (ubicado en Lanús, en el sur de la zona del conurbano de de Buenos Aires), Pozo de Quilmes y Pozo de Banfield (en las localidades del mismo nombre, también en el sur) – en este último estuvieron Julieta y Carla.
Los centros clandestinos de detención fueron usados por los comandos militares y de policía argentinos para retener, torturar y “desaparecer” a decenas de miles de personas (se estima que hasta unas 30.000, según las organizaciones de derechos humanos) en medio de una feroz represión.
Lo que se conoció como el Pozo de Banfield era un edificio ubicado dentro de la Brigada de Investigación de la Policía, que funcionaba en la localidad de Banfield.
González recuerda el lugar por las ventanas:
“Tenía unos ventanales enormes que nos hacían limpiar casi todos los días. No los olvido más, también porque yo veía llegar a los autos que traían personas al centro y los militares dentro de ellos”.
En conversación con BBC Mundo recuerda el infierno a la que la sometieron: “Me violaron varias veces. Escuché gente gritar, limpié charcos de sangre en los vehículos que llevaban a estos centros. Escuché bebés nacer”.
Gutiérrez recuerda que cuando se iban los altos mandos y solo quedaban los oficiales de rango medios, la sacaban de su calabozo y la obligaban a tener relaciones sexuales.
“Es horrible cuando alguien te obliga a hacer algo que no quieres. Pero no era eso. Eran los gritos, constantes. Nos dimos cuenta pronto que le estaban haciendo cosas horribles a las personas que estaban allí. Hasta hoy sigo escuchando esos gritos”.
Pudo más tarde corroborar que en ese lugar no solo se torturaba gente sino que algo más grave pasaba, cuando le ordenaron limpiar un auto que habían llevado los militares.
“Lo que me tocó limpiar fueron charcos de sangre que estaban en el suelo del auto. No eran manchas secas, la sangre era abundante y estaba fresca”, relata
Construir memoria
Tanto González como Gutiérrez no duraron más de un mes en el centro clandestino de Banfield, pero nunca entendieron por qué las habían llevado a ese lugar.
En diciembre de 1983, Raúl Alfonsín se posesionó como presidente electo de Argentina, lo que marcó el final del régimen militar.
Además de todos los procesos de reparación y memoria que comenzaron a partir de ese momento, el colectivo travesti/trans comenzó uno en particular: crear un archivo donde se consignaran las actividades que las mujeres trans habían desarrollado a lo largo de la historia para el reconocimiento de su identidad.
Muchas lideresas históricas comenzaron a aportar documentos, fotos, testimonios de lo que habían sufrido, tanto en los gobiernos de facto y militares como en democracia.
“Hace algunos años, en medio de ese proceso, yo había contado lo que había ocurrido en el Pozo de Banfield y alguien que me había escuchado me llamó para declarar en el juicio que se hacía contra los que habían dirigido estos lugares”, señala Gutiérrez.
El testimonio ayudó a reafirmar la identidad de los perpetradores y a establecer que en el lugar nacieron varios niños o niñas de los cuales no se volvió a saber más.
Se espera que pronto se determine una condena para los responsables.
“Pasaron muchas cosas en ese lugar y se necesita hablar de eso como lo que fue: una violación, un ataque directo a nuestra dignidad y a la de las personas que ya no están”, concluye.
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