Para migrantes, el Tapón del Darién es un infierno; para turistas de aventura, un imán

(Reenvía por errata en nombre de comunidad Embera)

Por Laura Gottesdiener y Daina Beth Solomon

CIUDAD DE MÉXICO, 25 jul (Reuters) -En lo más profundo de la selva panameña, Franca Ramírez, un inmigrante venezolano, se esforzaba por llegar a un terreno más elevado cuando un caudaloso río se desbordó, según cuenta, y algo llamó su atención: un grupo de hombres jóvenes que hacían fotos del paisaje.

El expolicía, quien dice haber estado en prisión y haber escapado de la tortura en Venezuela, se sorprendió.

Llevaban más de un día de viaje adentrándose en el Tapón del Darién. Este famoso tramo de selva en Panamá se ha convertido en una traicionera parte del viaje de decenas de miles de personas que atraviesan el continente americano con la esperanza de llegar a Estados Unidos.

"Les pregunté si eran migrantes", dijo Ramírez el mes pasado después de llegar a México. "Me dijeron que no, que estaban creando contenido y haciendo turismo en la selva", añadió.

El encuentro fue un raro momento de colisión de dos mundos diferentes en uno de los lugares más salvajes del planeta.

La selva atrae desde hace tiempo a aventureros intrépidos. Se la conoce como la "el tapón" del istmo panameño del Darién porque es el único tramo que falta, de unos 100 kilómetros, en la carretera panamericana que se extiende desde Alaska hasta Argentina.

Durante décadas, sólo los viajeros más osados se adentraban en esta selva antaño impenetrable, esquivando guerrillas y delincuentes, en búsqueda de orquídeas raras o la gran guacamaya verde con la emoción de ser uno de los pocos valientes que se adentraban en la naturaleza salvaje donde acaba la carretera.

A medida que el turismo de aventura ha ido ganando popularidad en todo el mundo -desde escalar el Everest hasta montar en submarino para ver el Titanic-, las agencias de viajes también han organizado excursiones en grupo a la remota selva.

"El turismo ha estado en un segundo plano durante décadas en el Darién", afirma Rick Morales, guía turístico panameño desde hace muchos años. "La selva es especial porque es poderosa y nos hace sentir humildes", estimó.

En los últimos años, algunas zonas de esta selva se han convertido en escenario de catástrofes humanitarias. Cientos de miles de emigrantes de todo el mundo, incluso de lugares tan lejanos como Afganistán y partes de África, cruzan el peligroso terreno en su camino a la frontera con Estados Unidos.

El año pasado, un cuarto de millón de personas atravesaron esta región sin ley, bloqueados por las restricciones de visado para entrar en los países más cercanos a Estados Unidos.

Al menos 137 migrantes murieron o desaparecieron, entre ellos 13 menores el año pasado, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de Naciones Unidas.

Además de su falta de infraestructura, el Darién plantea problemas de seguridad: las rutas de los emigrantes, en particular, están controladas por grupos delictivos.

"El número real de personas migrantes fallecidas y desparecidas en dicha selva es muchísimo más alto", afirmó la OIM en declaraciones a Reuters.

Turistas y migrantes rara vez se encuentran cara a cara; las rutas están casi siempre separadas por decenas de kilómetros. Las rutas migratorias abrazan la costa norte del Darién, en el mar Caribe, que ofrece el camino más directo para atravesar la selva sin caminos. La mayor parte del turismo se produce más cerca del océano Pacífico.

La publicidad de los viajes no menciona la crisis humanitaria. Según el tipo de viaje, los paquetes turísticos pueden oscilar entre unos cientos y unos miles de dólares por persona para un paquete que puede incluir atención médica, teléfonos vía satélite, equipo adecuado y un cocinero.

Marco Wanske, un alemán de 31 años que hizo en enero una excursión de 12 días por la selva, dijo que todos los de su grupo sufrieron heridas leves, como con la "podredumbre de la selva", un hongo que afecta a los pies, y que una persona tuvo que ser sacada en brazos por el grupo el último día porque no podía caminar.

Los migrantes, a merced de las bandas de contrabandistas, suelen recibir mucho menos por su dinero.

Kisbel García, una inmigrante de Venezuela, dijo que pagó más de 4,000 dólares a un guía que le prometió llevarla a ella, a sus cuatro hijos y a su suegra a través de la selva. Pero en lugar de la protección propia de un turista, el guía los abandonó a los dos días de camino.

La familia deambuló seis días por las montañas, cruzándose con cadáveres, dijo, y confiando en trozos de tela azul atados a los árboles por los emigrantes para ayudar a marcar el camino a los que les seguían.

Sobrevivieron.

"Los migrantes tenemos que batallar con todos los riesgos sin ningún tipo de ayuda", dijo. "El Darién es un infierno", enfatizó.

OBJETIVOS EN CONFLICTO

El mercado mundial del turismo de aventura está en auge, según expertos, con un gasto superior a 680,000 millones de dólares, según un informe de 2021 la Adventure Travel Trade Association.

Las redes sociales han contribuido a avivar el interés por visitar algunos de los lugares más remotos e inaccesibles del mundo al mostrar los viajeros cada vez con más frecuencia el riesgo y la exclusividad de sus viajes a través de selfis y vídeos en la red social TikTok.

El gobierno panameño espera convertir el Parque Nacional del Darién en "el principal destino ecoturístico de Centroamérica", según el plan maestro de turismo sostenible 2020-2025 del país.

Muchos naturalistas y observadores de aves se sienten atraídos por el parque, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1981 por su biodiversidad, su espectacular paisaje y sus comunidades indígenas.

Incluso algunos emigrantes reconocen la paradoja de los atractivos de la selva. "Venía con mi corazón sufriendo, pero mis ojos deleitándose", dijo Alejandra Peña, de Venezuela, quien atravesó la selva con sus tres hijos, su pareja y sus padres ancianos el año pasado mientras se dirigía a la frontera con Estados Unidos.

Pero algunos grupos de ayuda humanitaria han criticado el turismo de aventura en el Darién, diciendo que comercializar los viajes como si fueran una prueba de habilidades de supervivencia es de mal gusto y distrae del sufrimiento de los migrantes.

"Darién es una zona de crisis humanitaria no un lugar para ir de vacaciones", afirma Luis Eguiluz, responsable de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Colombia y Panamá.

La intersección de estos mundos ha suscitado preguntas en torno a la responsabilidad ética, dicen expertos.

"Para la gente que quiere ir a lugares más salvajes ¿cuál es nuestra obligación?", afirma Lorri Krebs, experta en turismo y sostenibilidad de la Universidad Estatal de Salem, Massachusetts. "Necesitamos normas, necesitamos componentes éticos o morales en nuestros proyectos turísticos", consideró.

En respuestas escritas a preguntas de Reuters sobre la ética de tales excursiones, el Ministerio de Turismo defendió sus esfuerzos para impulsar los viajes internacionales a la región, diciendo que Panamá "está bendecida con extensas selvas, poderosos ríos, picos montañosos, costas interminables y diversas culturas".

Al mismo tiempo, reconoció una "catastrófica crisis humanitaria" en otra parte del Darién debido a la migración.

Bajo la presión del gobierno estadounidense, Panamá dice haber intensificado sus esfuerzos para impedir que los migrantes crucen la selva, incluida una campaña anunciada con Estados Unidos en abril. Aun así, el número de migrantes en el Darién ha seguido aumentando.

El Departamento de Estado estadounidense recomienda a los viajeros que no entren en una amplia franja de la selva que, según dice, es utilizada habitualmente por delincuentes y narcotraficantes y donde escasean los servicios de emergencia.

GRAN INTERROGANTE

Algunos turistas ya se plantean este tipo de preguntas.

"La crisis migratoria en esta región era un gran interrogante para mí antes del viaje", dijo el turista alemán Mark Fischer, a quien inicialmente le preocupaba que la travesía de 100 kilómetros fuera como "cruzar el Mediterráneo en un bote de goma por diversión", en alusión a otra parte del mundo que vive una crisis migratoria.

Su inquietud se disipó cuando le dijeron que la ruta no se cruzaría con la de los inmigrantes.

Desde las playas de Grecia hasta el parque nacional Big Bend, en Texas, colindante con la frontera entre Estados Unidos y México, es frecuente tomar el sol y hacer senderismo en zonas donde otras personas arriesgan la vida, explica Morales, el guía turístico.

Pero en los casi 25 años que tiene llevando gente al Darién, nunca se ha topado con migrantes y afirma que planifica sus rutas para mantener separados esos dos mundos.

"Personalmente no podría llevarme la comida a la boca ni tumbarme en mi hamaca protegido de los elementos sabiendo que a sólo unos cientos de metros por el sendero hay una madre hambrienta y un niño que pasan la noche sentados en el suelo desnudo sin cobijo de la lluvia y los insectos", dijo.

Añade que los excursionistas preguntan a menudo cómo pueden ayudar a las comunidades locales.

GANANCIA DE COMUNIDADES

Algunos indígenas del Darién -cuyo nombre, según algunos expertos, deriva de la pronunciación española del nombre indígena original de un río local- confían en el turismo para impulsar la economía de sus comunidades locales.

Travel Darién Panamá es un operador turístico de propiedad indígena que en su sitio en internet afirma que su objetivo es ayudar a financiar escuelas y mejorar las condiciones de vida en sus aldeas. "Llevamos décadas viviendo aquí y estos bosques son literalmente nuestro hogar", afirma.

La cofundadora de la empresa, Carmelita Cansari, de la comunidad Embera de Darién, afirma que parte del objetivo de la empresa es compartir su forma de vida.

"Ofrecemos lo que tenemos en nuestra comunidad", afirma. "Cuidar la naturaleza, nuestra cultura, la danza", añadió.

Nina Van Maris, luxemburguesa de 32 años aficionada a las actividades al aire libre, dice que desconocía la situación migratoria en el Darién cuando se apuntó a una excursión del operador turístico alemán Wandermut.

Había visto un anuncio en Instagram mientras se recuperaba de una enfermedad rara debilitante que la había dejado temporalmente incapacitada para caminar. El viaje se convirtió en una motivación para recuperarse por completo.

"Me dije a mí misma: 'cuando pueda hacer esto, podré hacerlo todo'", dijo Van Maris.

En 2021, recorrió la selva 10 días, desde una aldea del río Balsas, en el corazón del Darién, antes de terminar en el océano Pacífico.

"Cuando vi la playa, pensé: 'Lo he conseguido'. Estaba llorando, fue muy emocionante para mí", dijo. "La selva me devolvió la vida".

(Reporte de Daina Beth Solomon en Ciudad de México y Laura Gottesdiener en Monterrey; Reporte adicional de Elida Moreno en Ciudad de Panamá y María Laguna en Ciudad de México; Editado por Stephen Eisenhammer y Claudia Parsons; Escrito por Adriana Barrera)