México debe aprender a vivir sin el PRI... y a vivir con Morena y AMLO

EFE
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Las consecuencias del triunfo electoral de AMLO serán diversas. Empezaron las que afectan la vida interna de los partidos, en particular los tres más añejos PRI, PAN y PRD. En estos dos últimos la disputa por su control ya inició y es consecuencia de las determinaciones y ambición de poder de los que fueron sus candidatos a la presidencia, Ricardo Anaya y, a la jefatura de
Gobierno de la Ciudad de México, Alejandra Barrales. En ellos los grupos internos regionales y estatales y las tribus, respectivamente, ya arrancaron el proceso de reclamo a los perdedores que los llevaron a la crisis que tendrán que remontar.

El caso del PRI es diferente, porque responde a la vigencia del presidencialismo y por ello, mientras Peña Nieto esté en el ejercicio del poder, es el “primer priista”, aunque ya algunos militantes demandan reformas que tienen como objetivo expulsar al “grupo Atlacomulco”, al que pertenece el presidente Peña, que se apoderó del gobierno y del partido con sentido patrimonialista, lo que llevó al PRI a una crisis interna sin precedente, expresada en la humillación que representó para su militancia, haber llevado como candidato a la presidencia a un incondicional del presidente que no militaba en el partido.

En la disputa por la presidencia, el PRI quedó en tercer lugar, no ganó ninguna de las nueve gubernaturas en juego y en el Congreso de la Unión posiblemente va a ser una fuerza disminuida, de estas consecuencias, más su descrédito por los escándalos de corrupción atribuidos al gobierno federal, los viejos militantes del PRI tendrán que sacar el saldo para, como hace 18 años, iniciar el trabajo de su reconstrucción, que podría pasar por una reestructuración interna que evalúe la eficacia, pero sobre todo la lealtad de sus sectores.

La realidad actual del PRI dice que como partido dio un gran paso atrás, no es la primera ocasión que le sucede, en 2000 y 2006 perdió las elecciones federales y el poder, que lo dejó fuera de la presidencia por 12 años, hasta que Peña Nieto lo regeneró para utilizarlo como un taxi que lo llevó a su destino y ya en él, lo despidió.

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El PRI es un partido histórico, y si sus militantes “distinguidos” desean que se mantenga con vida, tendrán que actuar en consecuencia, lo que implica llevar a cabo una profunda reforma interna que le lleve nuevas ideas, acordes con el siglo 21, reestructurando sus sectores y procurando que los jóvenes encuentren oportunidades de movilidad política por la vía de los méritos, para hacer la
diferencia con los partidos que utilizan las cuotas y el nepotismo para ocupar los puestos de elección popular.

El riesgo de que desaparezca el PRI es real, no va a existir como lo vivimos por décadas. Ahora será un organismo político disminuido y en proceso de regresión si no lo rescatan los militantes que se beneficiaron con él, exgobernadores, exsenadores, exdiputados y demás fauna que a su sombra hizo carrera política y fortuna personal.

Para el sistema político mexicano, en proceso de cambio por la vía de la inacabada reforma política, es importante contar con un partido dominante en el Poder Legislativo porque este es el medio para que el Poder Ejecutivo lleve a cabo los cambios legales que le permitirán gobernar, dentro de un marco normativo aceptado por la mayoría. Esta es la realidad que impone la vigencia del presidencialismo que, con la llegada de López Obrador, parece regenerarse, lo mismo que regresaría el partido dominante en la figura de Morena.

En el futuro inmediato tendremos un presidente con gran poder y un partido que legitimará sus políticas y determinaciones. Para que se entienda que habrá un mando único, todos los días empezará López Obrador a dictar instrucciones a sus colaboradores y el Congreso de la Unión estará integrado por una “leal oposición” que tiene su origen en los políticos “Chapulines” que brincaron de todos los partidos a los brazos seductores de Morena.

El proceso electoral que llevó a López Obrador al poder dejó como saldo la crisis de los partidos añejos, pero como dicen los sabios, la crisis es también oportunidad y en consecuencia, es posible que los mexicanos aspiremos a tener un verdadero sistema de partidos, que no sean parásitos del presupuesto federal, y trabajen para madurar la democracia en México. El combate a la corrupción
también debe pasar por los partidos, si no se toma esta determinación, en el largo plazo regresaremos a la situación que hoy parece que abandonamos. Soñar se vale.