Melilla, un enclave español en África
Hacía tiempo que deseaba conocer Melilla, uno de los territorios españoles que, junto a Ceuta, el peñón de Vélez de la Gomera y las islas Chafarinas, Alhucemas y del Perejil, se encuentran en el continente africano. Me animé a viajar en avión desde Madrid (mucho más rápido y económico que en ferry) porque me animó Pilar de Medina Sidonia, de la casa ducal de este nombre, quien me contó que sus ancestros con feudos en Andalucía y, en particular, en Sanlúcar de Barrameda, garantizaron desde finales del siglo XV la protección del enclave. De hecho, el escudo melillense es el mismo que el del Ducado de Medina Sidonia.
Desde el avión, antes y después de aterrizar, se ve una valla en toda su extensión. Esta doble frontera de altas alambradas que se ha cobrado muchas vidas es el sueño de miles de emigrantes que intentan entrar de forma ilegal al continente europeo. También ha sido utilizada como instrumento de chantaje por el gobierno marroquí, dejándola desguarnecida, cada vez que busca obtener algo de España.
En Melilla todo queda cerca porque el enclave, rodeado por el mar Mediterráneo y el Rif marroquí, solo tiene algo más de 12 km2. A pesar de su exiguo territorio se compone de varios barrios como Melilla la Vieja, El Real, Concepción Arenal, Héroes de España, el Polígono y lo que se conoce como Ensanche o Triángulo de Oro, que es la ciudad monumental del siglo XX con los principales comercios y edificios concebidos en estilo modernista durante las tres primeras décadas de ese siglo.
Las opciones de hoteles no son muchas, pero sugiero el Parador, centenaria institución estatal española que, aunque sin mucho encanto (su arquitectura es de la década de 1970) sí ofrece las mejores vistas de la ciudad, el puerto, el país vecino y las montañas circundantes. El Parador tiene vista hacia el hermoso parque Cándido Lobera, y colinda con dos de las fortalezas defensivas del cuarto recinto amurallado: los fuertes Victoria Grande y Victoria Chica.
A donde primero va el visitante es a la ciudad amurallada, es decir, al interior de los tres primeros recintos, construidos a partir de 1498. Se penetra por una de las numerosas puertas que dan acceso a los diferentes túneles, galerías, patios de armas, explanadas, torreones, baluartes y baterías. El casco antiguo tiene la particularidad de estar habitado y de poseer una pequeña y encantadora playa en lo que se conoce como la ensenada de Las Galápagos donde el baño está permitido durante la estación estival. Melilla tiene dos playas más; la de las Horcas Coloradas y la de Los Cárabos.
En Melilla la Vieja está la antigua iglesia de la Purísima Concepción (1657), así como las curiosas Cuevas del Conventico, un monasterio tallado en los acantilados por monjes en el siglo XVIII con tres niveles y ventanas abiertas en los farallones que dan al mar. Muy interesante es el Museo de Historia, Arqueología y Etnografía que ofrece un recorrido por las diferentes culturas que están presentes en la ciudad, desde la morisca o rifeña (que nada tiene que ver con la árabe puesto que es amazigh o bereber), la cristiana, la gitana y, finalmente, la hebrea. Sin contar lo que siempre ha sido su vocación principal, es decir, la constante y nutrida presencia militar de la que dan fe cuarteles, guarniciones e, incluso, una iglesia castrense situada a un lado de la Plaza de las Culturas. Tiene también el caso antiguo la llamada Torre del Reloj, que se utiliza para exposiciones temporales, los antiguos aljibes de las Peñuelas, el faro, la Plaza de Armas y algunas capillas y hermandades con sedes en diferentes recintos de las murallas.
Una vez que salimos del casco antiguo atravesamos la Plaza de las Culturas en dirección de la Plaza de España, verdadero centro de la ciudad, ajardinada y circular bordeada por el Casino Militar, el Banco de España, el Palacio de la Asamblea, y los primeros elegantes edificios del modernismo justo donde comienza el Ensanche o Triángulo de Oro. A un costado de la plaza, el Parque Hernández, diseñado en 1902 en forma de trapecio y decorado con rejas, fuentes, pérgolas, kioscos, glorietas y elegantes parterres, posee una exótica vegetación de la que sobresalen las palmas datileras, canarias y washingtonianas, además de enormes araucarias, un drago y varios robustos ficus.
Ya estamos en el Ensanche y lo mejor para no perderse la espléndida arquitectura modernista (Art-Nouveau y Art-decó) de la ciudad, la segunda más importante de España después de Barcelona, es mejor comprar una guía en la librería Mateo e Ino, frente a la plaza Menéndez Pelayo. Es necesario recorrer todas las manzanas para apreciar la original y hermosa arquitectura de Melilla, en parte obra de Enrique Nieto, arquitecto discípulo de Gaudí, aunque también de Emilio Alzugaray, Lorenzo Ros, Fernando Guerrero, Luis García Alix, entre otros arquitectos de renombre.
Sobresalen el Teatro Kursaal (hoy Fernando Arrabal, en honor a este dramaturgo melillense), la hermosa Sinagoga Or Zaruah, la antigua redacción del diario El Telegrama del Rif, el antiguo Economato Militar (edificio inspirado de la secesión vienesa), los grandes almacenes de La Reconquista, la Cámara de Comercio, entre un sinnúmero de edificios repartidos no solo en las manzanas del Ensanche sino también alrededor de la Avenida de la Duquesa Victoria (el barrio de la fabulosa Plaza de Toros) y El Real (que discurre entre alamedas arboladas, el gran Mercado y los jardines del Rey Juan Carlos I.
El barrio moruno por excelencia es El Polígono, en donde se encuentra la Mezquital Central, otra de las edificaciones monumentales, construida en estilo neoárabe en la década de 1940, a partir de un proyecto de Nieto. Quienes deseen probar las especialidades culinarias del Rif pueden almorzar en Aladino, un restaurante rifeño muy cerca de la mezquita, y visitar la excelente dulcería y confitería Montemar, en la avenida de los Reyes Católicos, especializada en dulces árabes. Mar de Alborán es también un restaurante de comida típica española situado en El Ensanche.
La especialidad pastelera de Melilla es el cortadillo (una masa de harina, manteca, azúcar, ralladura de limón y canela molida, que se rellena con cabello de ángel), que prepara la pastelería La Royal (en el Ensanche), además de excelentes pastelas marroquíes, empanadas y otras tartas. Y se suele beber mucho té de menta en vasitos de cristal a la sombra de los almendros del Mantelete, a un costado de la Plaza de las Culturas. Sin olvidar que para los pinchos morunos al carbón todos recomiendan los del Bar Sevilla, detrás del antiguo Mercado, a escasos metros de la ciudad amurallada, que también sirve boquerones, tortilla de patatas, tapas de chorizo picante, pimientos del Padrón y otras especialidades de tapeo.
William Navarrete, escritor establecido en París.