Las medicinas y la esperanza llegan a los pueblos de Ucrania en una camioneta

Madres ucranianas y sus bebés esperan en Levkivka, Ucrania, para que las revise un equipo que presta servicios a los habitantes del pueblo que, en su mayoría, no han tenido acceso a médicos desde que comenzó la invasión a gran escala de Rusia hace casi un año, 31 de enero de 2023. (Lynsey Addario/The New York Times)
Madres ucranianas y sus bebés esperan en Levkivka, Ucrania, para que las revise un equipo que presta servicios a los habitantes del pueblo que, en su mayoría, no han tenido acceso a médicos desde que comenzó la invasión a gran escala de Rusia hace casi un año, 31 de enero de 2023. (Lynsey Addario/The New York Times)

LEVKIVKA, Ucrania — Las madres jóvenes llevan sus carriolas y se reúnen en el frío de la mañana para chismear mientras esperan para que las atiendan en una camioneta que hace las veces de clínica. La llegada del vehículo es un gran acontecimiento.

Durante ocho meses, el pueblo de Levkivka, en el este de Ucrania, estuvo bajo ocupación de tropas rusas que aislaron a 300 residentes del mundo exterior. No había agua corriente ni electricidad, y los soldados rusos muchas veces les arrebataban a los habitantes sus teléfonos y los pisoteaban, pues temían que fueran a revelar sus ubicaciones, según cuentan los residentes. La única atención sanitaria que había eran dos enfermeras del pueblo, que arrostraban los ataques constantes para ir a atender a los pacientes con medicamentos y recursos limitados.

Aunque las fuerzas ucranianas volvieron a tomar Levkivka en septiembre, conectar otra vez al pueblo con los servicios básicos ha sido un proceso lento. La electricidad y el agua ya regresaron, pero la atención sanitaria sigue siendo escasa. La camioneta médica, proporcionada por el Fondo de Población de las Naciones Unidas y atendida por doctores de la ciudad de Járkov, a 120 kilómetros al norte, viaja por toda la región como parte de una iniciativa del gobierno ucraniano por llevar algo de normalidad a los pueblos del este que estuvieron bajo ocupación.

Dado que las tropas rusas están atrincheradas a solo 80 kilómetros de distancia y el estruendo ocasional de artillería se puede escuchar, el sentido de urgencia es palpable. Si bien el Ejército de Ucrania despejó la zona inmediata de fuerzas rusas, para controlar realmente el territorio no basta con plantar una bandera. Y en los pueblos del este de Ucrania, donde muchos lugareños hablan una mezcla de ucraniano y ruso llamada súrzhik, la lealtad a Kiev no está garantizada.

Viktor Putyetin, de 62 años, quien llegó a la clínica móvil para que lo revisaran, dijo en voz baja que en Levkivka había mucho apoyo hacia las tropas rusas, aunque él se oponía fuertemente a los designios del Kremlin sobre Ucrania. Contó que durante la ocupación se acercó a un soldado ruso de 22 años que operaba una batería de defensa antiaérea y llevaba un parche en el brazo con la hoz y el martillo soviéticos.

“Le pregunté: ‘Hijo, ¿sabes cómo es la Unión Soviética?’”, contó Putyetin. “‘En la Unión Soviética tenías que limpiarte el trasero con periódico porque no había papel de baño. Pregúntale a tu papá’”.

Halina Cherednichenko, que tiene casi 80 años y dijo que recibe pastillas gratis en el centro médico, espera para ver a un médico en Levkivka, Ucrania, 31 de enero de 2023. (Lynsey Addario/The New York Times)
Halina Cherednichenko, que tiene casi 80 años y dijo que recibe pastillas gratis en el centro médico, espera para ver a un médico en Levkivka, Ucrania, 31 de enero de 2023. (Lynsey Addario/The New York Times)

Aunque la guerra está presente en la mente de las personas, a casi todos en el pueblo les preocupan más los problemas cotidianos como conseguir sus medicamentos y controlar su diabetes e hipertensión. Muchos de quienes llegaban para revisiones médicas eran mujeres: de avanzada edad o madres jóvenes con bebés.

Halina Romashenko, de 26 años, dio a luz a un hijo, Sasha, justo cuando las fuerzas ucranianas expulsaban a las tropas rusas de la zona. Durante siete meses no recibió atención prenatal y tuvo que esconderse en su sótano mientras los misiles caían en los campos alrededor de su casa. Su familia no tenía dinero para mudarse ni un lugar adónde ir.

“Así que tuvimos que quedarnos aquí”, relató Romashenko.

Valentina Kalashnikova, de 66 años, su abuela, la acompañó a la clínica, y para el gran evento se maquilló con un labial rosa brillante. El estrés de la ocupación hizo que empeorara su presión arterial alta. Un proyectil destruyó su cocina y murieron dos de sus vacas. Hizo un esfuerzo por sonreír con alegría, pero hubo momentos en que no pudo contener las lágrimas.

“Estoy asustada, desde luego, sobre todo por ellos”, dijo señalando a su nieta y bisnieto. “Soy una abuelita de guerra”.

Levkivka, un pueblo de casas ordenadas junto al río Siverski Donets, se encuentra en una región devastada por cruentos combates. Los despojos de tanques y vehículos blindados, con sus carcasas metálicas perforadas por los obuses, invaden los prados extensos. Pueblos enteros han sido arrasados, y ahora solo quedan montones de ladrillos y madera carbonizada donde antes había casas.

Las tropas rusas no sometieron a los habitantes de Levkivka a los horrores sufridos en lugares como los suburbios kievitas de Bucha o Irpin, donde murieron cientos de civiles. Pero su presencia fue traumática de todos modos, según los habitantes. Tatyana Budyanska, una de las dos enfermeras de la ciudad, contó que se dirigía a una visita domiciliaria, con su nieto de 3 años a cuestas, cuando las tropas rusas la detuvieron y la acusaron de pasar información a las fuerzas ucranianas. Apuntaron al niño con un rifle automático en la cabeza, pero al final los dejaron irse.

En comparación con muchos pueblos vecinos, Levkivka parece no haber sufrido tantos daños, una suerte que los lugareños atribuyen a la decisión del Ejército ruso de retirarse antes de la llegada de las tropas ucranianas. Una mañana, los residentes se despertaron y las fuerzas rusas ya no estaban.

Esto ha convertido a Levkivka en un refugio para personas cuyos hogares estaban en una situación mucho peor. Halina Cherednichenko, que tiene casi 80 años y camina con una joroba pronunciada, recuerda cuando corrió en busca de agua porque la casa de su hija, que se encuentra en su pueblo cerca de Levkivka, se incendiaba debido a un ataque. Ahora vive en Levkivka, donde los voluntarios le proporcionan alimentos y semillas para un pequeño huerto. En el centro médico, dice, le dan pastillas gratis.

“Soy una abuela anciana”, dijo. “Mucha gente como yo se murió hace mucho tiempo, pero yo sigo activa”.

Alina Okunyeva, especialista en ultrasonidos de la unidad médica móvil, comentó que había realizado un amplio estudio de los pueblos del noreste de Ucrania que estuvieron bajo ocupación. Algunos pueblos siguen sin electricidad ni agua, y las comunicaciones telefónicas son irregulares. Los habitantes están aislados y sufren los efectos del estrés. La hipertensión es un problema grave, pero, en general, la gente ha resistido bien.

“Pensé que las cosas serían mucho peor”, confesó Okunyeva, de 27 años. “Jamás vencerán a nuestra gente”.

Mientras revisaban a los hijos de las mamás en el camión sanitario, un cardiólogo del grupo se hizo cargo de un consultorio en la clínica de la ciudad, atendiendo sobre todo a pacientes de edad avanzada. Fuera del consultorio, los lugareños se enfrascaron en una discusión acalorada sobre si los rusos algún día se levantarían para derrocar a su presidente, Vladimir Putin, así como los ucranianos expulsaron alguna vez a un presidente, respaldado por el Kremlin, en un levantamiento popular en 2014.

Halina Kapran, de 66 años, que iba vestida con un gorro de piel gris, dijo que creía que el apoyo a Putin era escaso entre los rusos y que un día se liberarían. Putyetin rechazó la idea, argumentando que la propaganda había convertido a los rusos en obedientes animales de corral.

“Halina, si yo te dijera todos los días que eres una vaca, lo creerías”, repuso él.

Dentro del consultorio, el médico estaba ocupado revisando electrocardiogramas y la presión arterial. También dispensaba recetas de ansiolíticos.

c.2023 The New York Times Company