Un mar de incertidumbre

Sergio Massa
Sergio Massa

Si la misión primordial de Sergio Massa como ministro de Economía era la generación de confianza y previsibilidad, el resultado de las primeras 24 horas indica que deberá seguir trabajando duro para cumplir con los objetivos. Previsible, pero no tanto.

Los anuncios realizados tras su asunción y el primer día hábil como titular del Palacio de Hacienda no alcanzaron a cumplir aún con una de sus prioridades. También en el rubro de la previsibilidad el déficit apenas se contrajo. Un escenario definido con filosa ironía por un empresario al que le sobraban expectativas por la llegada de Massa: “Son apenas unas gotas de certezas sobre un océano de incertidumbre”.

Una mayoría de inversores, empresarios y dirigentes de la oposición consideran que el mensaje del nuevo ministro dio señales de racionalidad sobre todo en el plano fiscal, exhibió un diagnóstico realista y mostró la decisión de adoptar un rumbo en la dirección correcta para corregir los principales desequilibrios económico-financieros. Sin embargo, la falta de precisión en los anuncios (a excepción dela reducción de los subsidio sala energía) y el sobre dimensionamiento ola discutible viabilidad de algunas soluciones presentadas redujeron expectativas y ahondaron algunas dudas.

“Fueron enunciados de aspiraciones de medidas a las que todavía parece que no solo le falta la letra chica, sino hasta la letra grande”, resumió un inversor, que, sin embargo, confía en que el tigrense logrará su objetivo de mínima: estabilizar un avión que caía en picada. Los de máxima, como reencauzar la economía o resolver algunos problemas estructurales, aparecen mucho más borrosos, cuando no casi descartados.

De todas maneras, el desplazamiento del centro de gravedad de las expectativas, de la deriva procrastinadora de Alberto Fernández a la decisión e hiperactividad del ministro, implica un cambio de escenario sustancial. Casi un golpe (de timón). El capital inicial con el que llegó Massa sigue operando como el mejor soporte para su debut. Su inventiva, su capacidad de trabajo, su audacia, su ambición, sus contactos con el establishment político, económico y financiero, de la Argentina y de Estados Unidos, más su apuesta a todo o nada operan como el gran activo para contrapesar algunos hechos que defraudaron o moderaron ilusiones.

También hicieron su aporte el silencio o el moderado apoyo del cristicamporismo. La puesta de la radicalización en el freezer frente a los anuncios de ajustes mejoró el clima a favor del nuevo ministro.

Empero, el largo tiempo en el que Massa se instaló como aspirante a “superministro de Economía” había generado expectativas sobre la envergadura de los integrantes de su equipo así como sobre las soluciones que podría tener preparadas para cuando le llegara la hora. Las preguntas de la conferencia de prensa tras la jura desnudaron varias precariedades y cierta improvisación. La sostenida dificultad para encontrar un secretario de Política Económica profundizó la sensación de cierta endeblez. La necesidad de contar con un macroeconomista en el rol de viceministro, que compense baches técnicos del político y abogado, adquirió carácter de clamor.

Las decisiones más celebradas, así como las ausencias más destacadas, de las primeras medidas resaltan tanto las cualidades como las falencias del nuevo equipo económico. La combinación de decisión política y expertise específico parece explicar la profundidad del ahorro del gasto en subsidios que se presentó, mucho más duro que el que no pudo llevar a cabo Martín Guzmán.

La contracara de esa moneda es la falta de precisiones de las medidas para angostar la brecha cambiaria o las menciones sin detalles de posibles soluciones para reforzar las reservas y para obtener los recursos que permitan financiar el déficit.

Los especialistas consideran viables de alcanzar las metas inmediatas de ingreso de divisas o los índices de refinanciación de los pasivos que Massa dio, aunque no todo por mérito propio y de sus medidas. En el primer caso consideran que entre las liquidaciones estacionales habituales de los exportadores y el desembolso de fondos de organismos multilaterales ya acordados se podría llegar al monto de alrededor de siete mil millones de dólares que anunció.

En segundo lugar, a nadie sorprende la disposición a aceptar un bono de más largo plazo para la renovación de la deuda en pesos de parte de los tenedores del 60% del monto por vencer, a la que se refirió Massa.

Casi todos esos papeles están en manos estatales. A sus administradores no les quedan más remedios, incluidos los que pertenecen a los sectores más refractarios a las ideas de Massa. En La Cámpora ya empezó el operativo justificación. Habrá que ver qué pasa cuando los recortes lleguen a sus cajas. Por ahora todos confían en la destreza para la gambeta de Massa.

En cambio, asoman más improbables las supuestas ofertas de financiamiento externo. “En Wall Street no quieren oír hablar de la Argentina al menos por seis meses. Mucho más después de que muchos dueños o ejecutivos de fondos interrumpieron sus vacaciones para escuchar a una ministra (por Silvina Batakis) que estaba renunciada antes de volver a su país”, explica un argentino que opera en esa plaza y que pasó por esa circunstancia sin poder explicarles a sus pares norteamericanos la tragicomedia puesta en escena por el Gobierno, que los tuvo de espectadores. “Veníamos demasiado mal y terminaron de arruinarla”, explica el inversor.

Igual de improbables son vistas las operaciones conocidas como RIPO a las que se refirió el ministro, que consisten en la venta de activos a cambio de dinero con el compromiso de recomprarlos posteriormente. Los especialistas en la materia aducen que dada la situación de la Argentina sería muy complicada, lenta y muy cara, ante el escaso valor de los bonos soberanos o de los activos argentinos en manos del Estado que se necesitarían entregar para obtener un monto significativo de los tan deseados dólares. Mucho para muy poco.

La excepción para destrabar más rápido y con menos costo un RIPO serían, según los especialistas, algunos activos que podrían tener cierto atractivo para algunos fondos. La contraindicación es que para el cristicamporismo resultarían equiparables a las joyas de la abuela. Como las acciones (aunque devaluadas) en poder del Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS) de la Anses y, sobre todo, las reservas en oro.

Nadie imagina que el giro pragmático de Cristina Kirchner y los suyos pueda llegar a tanto. Aunque a Massa, otra vez, no le temblará el pulso. Podría encontrar argumentos en sus orígenes políticos en el liberalismo de Álvaro Alsogaray y en el menemismo privatista. No sería el momento para esgrimir esos antecedentes frente a los ahora silentes ultrakirchneristas. No hay tolerancia a la sobredosis de sapos. De a uno por vez, mientras dura el pánico.

De todas maneras, los observadores no descartan que la inventiva de Massa pueda guardar más jugadas temerarias. Su sola asunción es vista como un acto de audacia y no solo como su última jugada posible. Algunos inversores y empresarios cercanos lo celebran y otros más lejanos admiran su arrojo tanto como son muy cautos respecto de sus resultados finales.

Un rezo por Massa

“Lo de Massa es un auténtico Hail Mary, como se llama en el fútbol americano a un pase desesperado, de muy larga distancia y en última instancia, con bajas probabilidades de terminar en una anotación. Es la última chance y es probable que para durar y llegar a puerto le alcance. Aunque parece difícil que le sirva para ganar el partido”, sostiene un fanático del deporte estadounidense con fuertes intereses en el país.

Hail Mary es para los católicos de habla inglesa el Ave María, rezo católico a la madre de Jesús para que interceda por las almas de los orantes “ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”. Última instancia. Aunque nadie espera un milagro. Todos se contentan con evitar el infierno. De allí la tolerancia a esta medicina amarga que para la grey cristinista significan algunos anuncios.

El explícito aval que dio Massa en su presentación a las auditorías a los movimientos sociales que había lanzado sin demasiados apoyos el ministro de Desarrollo Social, Juan Zabaleta, suena como un leading case que celebran los que claman por un manejo transparente y eficiente de los recursos públicos y recelan o directamente rechazan las organizaciones propias y ajenas.

Las inspecciones, cuyos primeros resultados se esperan para fines de este mes, pueden tener efectos colaterales. Un sector de los movimientos es uno de los pocos soportes que le quedan al degradado Presidente. Todo un desafío. Fernández aún conserva el principal atributo presidencial: la lapicera. Tanto para usarla como para no usarla, que es lo que mejor ha sabido hacer. La viralización por parte de allegados al ministro de la foto en la que Fernández se va cabizbajo y solitario del acto de entronización de Massa no pareció un gesto de prudencia.

Frente a tantas incógnitas, el pronunciamiento con algunas críticas moderadas de la oposición cambiemita a los primeros anuncios tuvo ecos disímiles, incluso puertas adentro de esa alianza. Algunas dirigentes preferían el silencio hasta contar con más elementos y resultados para opinar. La expectativa de éxito es baja en el mediano plazo, pero un poco mejor en el corto. Al menos hasta el Mundial, como quiere el nuevo ministro.

Esos cambiemitas moderados quieren evitar darle la razón a un hombre de negocios que sostiene que “la grieta es como la brecha cambiaria: paraliza todas las operaciones”.

Esperar y ver es para muchos la consigna. Tiene lógica. La tenue llovizna de certezas sobre el océano de incertidumbre obliga a la cautela. Si lo que necesitaba Massa era tiempo, lo está logrando. Aunque no sea por las mejores razones.