Mantén cerrada la tapa del inodoro: cuentos de ratas de la nueva zarina de las ratas

Una rata hurga en la basura en Brooklyn, el 1 de mayo de 2019. (Stephen Speranza/The New York Times)
Una rata hurga en la basura en Brooklyn, el 1 de mayo de 2019. (Stephen Speranza/The New York Times)

NUEVA YORK — La ciudad de Nueva York tiene una nueva zarina de las ratas y es imposible exagerar la urgencia de su misión. Las ratas están por todas partes.

Todo el que vive en Nueva York tiene historias de ratas que contar. Para la mayoría de nosotros, los encuentros con las ratas son constantes, pero fugaces. Un susto por la noche, cuando los roedores cruzan la acera. El sonido de las ratas en la estación de metro al volver a casa, esquivando hábilmente el tercer riel. El motor de un coche lleno de ratas.

Sin embargo, algunos neoyorquinos han sido protagonistas de auténticas historias de terror: sucesos personales que les han cambiado la vida. Ellos se han cruzado con el enemigo e incluso han establecido contacto.

El alcalde Eric Adams ha depositado su confianza en Kathleen Corradi, la nueva directora de mitigación de roedores de la ciudad de Nueva York, para supervisar los esfuerzos de reducción de ratas... y no es demasiado pronto. Estamos experimentando cifras sin precedentes de avistamientos de ratas y no hay indicios de que la tendencia vaya a invertirse.

Si le preguntan a los neoyorquinos sus historias más espeluznantes verán que el alcance de la misión de Corradi resulta incómodamente claro.

Una madre del Upper West Side denuncia que su hija “pasó sobre una rata casi muerta con su mochila de camino al colegio”.

En un segundo piso de la calle Pacific, en Brooklyn, una diseñadora gráfica levantó la bolsa de la basura de la cocina cuando, según dijo, una rata saltó, “se impulsó con ayuda de mi pierna” y desapareció detrás del horno.

Una mujer que ahora trabaja como analista de salud pública vivía en la calle 112 de Manhattan cuando presenció cómo una rata “daba un giro mientras estaba pegada a una trampa de pegamento, hacía palanca y se liberaba”.

Y, por supuesto, la peor pesadilla de todo neoyorquino: el hombre que cayó en un orificio de desagüe repleto de ratas (“No quería gritar porque temía que se le fueran a meter las ratas en la boca”, dijo su hermano).

Y hay mucho más.

Un invitado sorpresa en el tocador

Una noche ya tarde, Ben Regenspan, de 37 años, se convirtió en uno de los desafortunados neoyorquinos en ver a una rata salir de su inodoro, una noche, ya tarde, cuando vivía en un apartamento ubicado en un sótano.

Regenspan, ingeniero de software, escuchó el sonido de agua que salpicaba mientras se lavaba los dientes. “Grité, jalé la palanca de descarga y la rata nadó de regreso por el desagüe. Vertí un montón de productos de limpieza y volví a jalar la palanca”, comentó.

No volvió a ver a la rata, pero estaba traumatizado e hizo todo lo posible por no volver a sentarse en ese inodoro, en ese caso, prefería usar el baño del trabajo si había que sentarse. No se quedó en ese apartamento mucho tiempo más. “Después de mudarme, se me quitó el miedo agudo”, comentó Regenspan. “Pero sigo dejando la tapa del inodoro abajo. Siempre”.

Spencer Morin, editor y director de 34 años, también recibió la visita de una rata de inodoro, hace unos años, cuando vivía en Astoria, Queens. “Cogí el objeto más pesado que encontré, un ejemplar de la autobiografía de George Orwell, y lo puse encima del retrete para asegurarme de que el ‘pequeño chef’ no se escapara”, cuenta Morin. Pasó 30 minutos rociando cloro en el retrete y tirando de la cadena, rociando y tirando de la cadena, y al final “la rata se echó una siesta y nadó de vuelta al inframundo”.

Mira cómo se cierran las puertas… y qué se cuela en ellas

Hace unos años, la “rata de la pizza”, un ingenioso roedor que bajó un gran trozo de pizza neoyorquina por las mugrientas escaleras de una estación de metro, divirtió a humanos de todas partes, actuando como embajador no oficial de las ratas del servicio de transporte público de Nueva York. Pero el encuentro de Kirsten Schofield dentro de un vagón de metro de la ruta Uptown 2 una noche alrededor de las 10 p. m. fue menos encantador.

“Estaba en el tren pensando en mis asuntos”, cuenta Schofield, “cuando una rata me pasó por los pies. Y no tenía ninguna prisa”. Su reacción fue sonora: “Chillé porque, ya sabes. Hay una rata paseándose por mis pies”. Para empeorar las cosas, Schofield, escritora, estaba sentada frente a un grupo de “adolescentes que se creen lo máximo”, dice, que se rieron de ella. “Era una situación horrenda por partida doble: adolescentes riéndose de ti y una rata en tus pies”. Se bajó en la siguiente parada.

Una mordida

A pesar de nuestros constantes ataques a las ratas (con cebos, venenos, trampas de todo tipo), es bastante inusual oír hablar de ratas que se defienden. Poco frecuente, pero no inaudito. Andrew MacMillan, director de producto de 34 años, una vez fue víctima de la temida mordedura de una rata.

El año pasado paseaba a su perra, Islay, por el parque Fort Greene de Brooklyn, cuando la perra olfateó entre el follaje y salió con una rata en la boca. “Intenté abrirle las fauces para sacarle la rata en un descabellado intento por salvarla”, cuenta MacMillan.

La rata le mordió el dedo y MacMillan empezó a sangrar profusamente. “Al parecer, las ratas tienen dientes que son como pedazos de vidrio”, explica. “Puedo confirmar que es cierto”.

Acudió a una revisión con un médico de urgencias, le recetaron algunos antibióticos y, al día siguiente, una persona del Departamento de Salud llamó a su puerta. “No anunciaron que venían. Simplemente aparecieron”, dice.

El funcionario se mostró incrédulo. “Al parecer, cada año, solo cien personas son víctimas de una mordida de rata en Nueva York”, dijo MacMillan, “lo que explica por qué todo el mundo al que se lo he contado se muestra en cierto modo incrédulo al respecto. Supongo que también me convierte en miembro de uno de los clubes más exclusivos de Nueva York”.

c.2023 The New York Times Company