Con un nuevo manifiesto del movimiento talibán, las mujeres afganas temen lo peor

La gente camina por la calle bajo el puente Kote Sangi en Kabul, Afganistán, el 23 de abril de 2023. (Jim Huylebroek/The New York Times)
La gente camina por la calle bajo el puente Kote Sangi en Kabul, Afganistán, el 23 de abril de 2023. (Jim Huylebroek/The New York Times)

No pueden estudiar más allá del sexto grado. No pueden acceder a empleos en la mayoría de los lugares de trabajo ni a espacios públicos como parques, gimnasios y salones. No pueden viajar largas distancias si no van acompañadas de un familiar varón. No pueden salir de casa si no se cubren de pies a cabeza.

Y ahora, el sonido de la voz de una mujer fuera del hogar está prohibido en Afganistán, según un manifiesto de 114 páginas publicado a finales del mes pasado que codifica todos los decretos del gobierno talibán que restringen los derechos de la mujer.

La gran mayoría de las prohibiciones han estado en vigor durante gran parte de los tres años de los talibanes en el poder, con lo que las mujeres afganas han ido quedando excluidas de la vida pública. Pero para muchas mujeres de todo el país, la publicación del documento supone un clavo en el ataúd de sus sueños y aspiraciones.

Algunas se habían aferrado a la esperanza de que las autoridades aún pudieran revertir las limitaciones más severas, después de que funcionarios talibanes sugirieron que los institutos y las universidades volverían a abrirse a las mujeres tras su cierre. Para muchas mujeres, esa esperanza se ha desvanecido.

“Vamos a regresar al primer reino de los talibanes, cuando las mujeres no tenían derecho a salir de casa”, comentó Musarat Faramarz, de 23 años, una mujer que habita en la provincia de Baghlan, en el norte de Afganistán, en referencia al gobierno del movimiento de 1996 a 2001. “Pensé que los talibanes habían cambiado, pero volvemos a experimentar los tiempos oscuros de antes”.

Desde que los talibanes recuperaron el poder en agosto de 2021, las autoridades han hecho retroceder sistemáticamente los derechos que las mujeres, sobre todo las de los centros urbanos menos conservadores, habían conquistado durante los 20 años de ocupación estadounidense. En la actualidad, Afganistán es el país más restrictivo del mundo para las mujeres y el único que prohíbe la educación secundaria a las niñas, según los expertos.

Una estudiante de secundaria en su casa en Kabul, Afganistán, el 28 de marzo de 2022. (Bryan Denton/The New York Times)
Una estudiante de secundaria en su casa en Kabul, Afganistán, el 28 de marzo de 2022. (Bryan Denton/The New York Times)

La publicación de las normas ha despertado el temor de que se avecinen medidas enérgicas por parte de los envalentonados agentes de la llamada policía del vicio y la virtud, los funcionarios del gobierno que visten túnicas blancas y están apostados en las esquinas para garantizar el cumplimiento de las leyes morales del país.

Esta es la primera ocasión en la que el manifiesto define los mecanismos de aplicación que pueden emplear estos agentes. Aunque hasta ahora solían emitir advertencias verbales, ahora están facultados para dañar la propiedad de las personas o detenerlas hasta tres días si violan de manera reiterada las leyes sobre el vicio y la virtud.

Según los analistas, la publicación de las leyes sobre el vicio y la virtud forma parte de una iniciativa de todo el gobierno para codificar el funcionamiento de todos los ministerios con el fin de garantizar su adhesión a la visión extremista de la ley islámica, conocida como sharia, institucionalizada por el líder de los talibanes, el jeque Haibatulá Ajundzadá. Los analistas agregan que el documento también pretende acabar con cualquier principio occidental del gobierno respaldado por Estados Unidos que dirigía Afganistán antes del retorno de los talibanes al poder.

Los talibanes han rechazado de manera contundente las presiones exteriores para que se suavicen las restricciones impuestas a las mujeres, a pesar de que estas políticas han aislado a Afganistán de gran parte de Occidente. Los funcionarios talibanes defienden las leyes por estar arraigadas a las enseñanzas islámicas que rigen el país. “Afganistán es una nación islámica; las leyes islámicas son intrínsecamente aplicables en su sociedad”, declaró en un comunicado el portavoz del gobierno, Zabiullah Mujahid.

Pero estas normas han suscitado numerosas críticas por parte de grupos de derechos humanos y de la misión de Naciones Unidas en Afganistán. La jefa de la misión, Roza Otunbayeva, las calificó de “visión inquietante del futuro de Afganistán” que amplía las “ya intolerables restricciones” de los derechos de la mujer.

Incluso las señales visuales de la feminidad se han ido borrando poco a poco del ámbito público.

A lo largo de los últimos tres años, se han arrancado los rostros de las mujeres de los anuncios de las vallas publicitarias, se han pintado murales en las paredes de las escuelas y se han borrado de los carteles de las calles. Las cabezas de los maniquíes femeninos, vestidos con abayas negras que ocultan todo, están cubiertas con papel de aluminio.

Incluso antes del nuevo manifiesto, la amenaza de ser amonestadas por la policía del vicio y la virtud flotaba en el aire mientras se prohibía a las mujeres el acceso a cada vez más lugares públicos.

“Vivo en casa como una prisionera”, dijo Faramarz, la mujer de Baghlan. “No he salido de casa en tres meses”, agregó.

El retroceso de los derechos ha sido quizá el más duro para las niñas que alcanzaron la mayoría de edad en una época de oportunidades para las mujeres durante la ocupación estadounidense.

Algunas, decididas a seguir adelante con su educación, han encontrado formas ad hoc de hacerlo. Por todo el país han surgido escuelas clandestinas para niñas, a menudo poco más que unas decenas de alumnas y una tutora en casas particulares. Otras han recurrido a las clases en línea, a pesar de los cortes de internet.

Mohadisa Hasani, de 18 años, retomó los estudios más o menos un año después de que los talibanes tomaron el poder. Había hablado con dos antiguas compañeras que fueron enviadas a Estados Unidos y Canadá. Oír lo que estudiaban en la escuela le provocó celos al principio. Pero luego vio la oportunidad, dijo.

Les pidió que dedicaran una hora a la semana a enseñarle las lecciones de física y química que estaban aprendiendo. Se levantaba a las 6 de la mañana para recibir las llamadas y pasaba los días intermedios estudiando con atención las fotos de los libros de texto que le enviaban sus amigas Mina y Mursad.

“Algunas de mis amigas pintan, escriben y dan clases clandestinas de taekwondo”, reveló Hasani. “Nuestra depresión siempre está presente, pero tenemos que ser valientes”.

Rahmani, de 43 años, que prefirió usar solo su apellido por miedo a represalias, dijo que empezó a tomar somníferos todas las noches para calmar la ansiedad que le produce mantener a su familia.

Rahmani es viuda y trabajó en organizaciones sin fines de lucro durante casi 20 años antes de que los talibanes tomaran el poder, ganaba más que suficiente para mantener a sus cuatro hijos. Ahora, no solo no puede mantenerlos después de que se prohibió a las mujeres trabajar para dichas instituciones, sino que además perdió su sentido del ser.

“Extraño los días en que solía ser alguien, cuando podía trabajar, ganarme la vida y servir a mi país”, explicó Rahmani. “Han borrado nuestra presencia de la sociedad”.

c.2024 The New York Times Company