Malestar en Haití: la crisis en el país más pobre de la que nadie habla
En estos momentos, América Latina se encuentra convulsionada. La ininterrumpida crisis venezolana, las violentas manifestaciones en Chile, las controversiales elecciones en Bolivia y el implacable avance del narcotráfico en México no dan respiro a una región que ya es complicada de por sí. Sin embargo, en medio de estos bulliciosos brotes, los medios desatienden otras crisis, que son más silenciosas pero igual de destructivas.
Así, Haití, el país más pobre de América, vive un año de intermitentes protestas en las que los ciudadanos exigen la renuncia del presidente Jovenel Moïse.
Los disturbios, que ya tuvieron otros violentos capítulos en 2018, tienen su origen en la acentuada crisis política y económica y en un escándalo de corrupción que salpica al gobierno, asociado a la malversación de petróleo venezolano.
Las protestas comenzaron después de una investigación que acusaba a funcionarios de alto nivel del gobierno haitiano de utilizar indebidamente hasta 3800 millones de dólares en préstamos del PetroCaribe de Venezuela, el programa de asistencia creado en 2005 por Hugo Chávez para ofrecer petróleo a precio subsidiado para los países del Caribe. Los manifestantes acusaron a Moïse, un empresario de la industria del plátano sin experiencia política, de haber colaborado con el mecanismo de corrupción que desvió el dinero, que tuvo lugar durante la presidencia de su predecesor y aliado, Michel Martelly.
Los alarmantes problemas económicos, incluido el prominente aumento del costo de vida, también alimentaron las protestas en la nacion.
El pasado 7 de febrero se abrió un nuevo capítulo en la crisis haitiana cuando los manifestantes tomaron las calles, tras conocerse parte de la documentación del informe sobre corrupción.
Lo que comenzó como una protesta de fin de semana se convirtió en una prolongada revuelta que causó la muerte de 26 personas y al menos 77 heridos, con álgidos momentos en que los manifestantes incendiaron un mercado popular y ayudaron con una fuga de cárcel que liberó a todos los prisioneros.
Para calmar la furia, el mandatario pidió a la oposición que participe en el diálogo pacífico. Sin embargo, la oposición, liderada por Jean-Charles Moïse -quien no tiene una conexión familiar con el presidente-, ha exigido desde entonces su renuncia.
Por su parte, el primer ministro Jean Henry Céant ofreció reducir los precios de los alimentos y de los gastos de la administración pública para aplacar los disturbios. Pero sus esfuerzos fueron insuficientes y fue destituido de su cargo el 18 de marzo por la Cámara de Diputados haitiana, tras aprobar una moción de censura en su contra por la falta de respuesta al agravamiento de la crisis económica y a las protestas.
En su lugar, Jean-Michel Lapin asumió de forma interina el cargo de primer ministro.
Pero tiró la toalla después de tres meses de infructuosas negociaciones para tratar de que el Parlamento aprobara su programa de gobierno.
Miles de personas se manifestaron nuevamente en junio en Puerto Príncipe y en varias ciudades del país luego de que la Corte Superior de Cuentas de Haití enviara al Parlamento su informe final de la investigación sobre supuestos actos de corrupción en torno al manejo de los fondos del programa PetroCaribe.
De acuerdo con detalles conocidos por la prensa, la investigación arrojó que una compañía de Moïse recibió millones de dólares para la ejecución de varios proyectos que no ha realizado.
Asimismo, que existe una red de funcionarios dentro del gobierno que gestiona la obtención de contratos para amigos del expresidente.
Tras unos meses de tensa calma, el 16 de septiembre las calles de Haití volvieron a colmarse de furiosos manifestantes, a raíz de la delicada situación económica y de la crisis política.
Desde entonces, el país es escenario de movilizaciones diarias contra Moïse. El lunes comenzó la sexta semana consecutiva de protestas y parálisis total de las actividades.
Sin embargo, el mandatario no da indicios de una posible dimisión ni de un plan concreto para salir de una situación que tiene en suspenso al país más pobre de América.