Magnicidios y tentativas que cambiaron el mundo: de Fidel Castro o Kennedy al archiduque Francisco Fernando

Pocos acontecimientos cambian tan drásticamente el curso de la historia como los magnicidios. Tanto aquellos que tienen éxito como los que fracasan, como ha sido recientemente el caso del primer ministro de Eslovaquia Robert Fico. Estos actos violentos han alterado el destino de naciones y han dejado una marca indeleble en la memoria colectiva.

Exploraremos algunos de los magnicidios más significativos de la historia reciente. Algunos son relevantes por lo que revelan; otros, por lo que todavía ocultan.

El golpe en la cabeza a León Trotsky

Ciertos asesinatos marcan el trágico final de una larga historia de conflictos y rivalidades. Es el caso de León Trotsky, asesinado en su residencia en Coyoacán, México. En el verano de 1940, Trotsky fue brutalmente golpeado con un piolet por el español Ramón Mercader, un joven comunista a las órdenes de la NKVD.

Empujado por su madre, Caridad, Mercader se había ganado la confianza del círculo más cercano de Trotsky. Mercader se acercó al líder bolchevique bajo el pretexto de mostrarle un artículo que había escrito y, aprovechando la distracción, sacó un piolet escondido bajo su abrigo y golpeó a Trotsky en la cabeza.

A pesar de los esfuerzos por salvarlo, Trotsky murió al día siguiente debido a la gravedad de sus heridas. El asesinato de Trotsky culminaba una larga historia de infamias, con un golpe devastador para la izquierda mundial que confirmaba el omnímodo poder de Stalin para eliminar a sus oponentes y la férrea voluntad de dominio de la URSS.

Cinco presidentes asesinados en España

De igual manera, los magnicidios en la España reciente nos revelan la complejidad de gobernar un país marcado por una inestabilidad crónica. A menudo se pasa por alto que en España perdieron la vida cinco presidentes a manos de asesinos. Tres fueron tiroteados por pistoleros anarquistas: Canalejas, Eduardo Dato y Cánovas del Castillo. En la misma época, Alfonso XIII sufriría hasta cinco intentos de asesinato frustrados. Aunque el monarca salvó el pellejo, sus súbditos no corrieron la misma suerte: el día de su boda, una bomba dirigida al carruaje real acabaría con la vida de 28 inocentes.

La única muerte del periodo inmediatamente anterior a la Restauración es la del general Prim, sobre la que todavía se desconoce la autoría.

Todas estas muertes marcaron un periodo no tan lejano de la historia de España en el que las tensiones sociales, tanto como las políticas, estaban a flor de piel. Aunque quizás la más espectacular –e inesperada– fue la del brazo derecho de Francisco Franco, el almirante Carrero Blanco, por la todavía joven y prácticamente desconocida ETA.

Detrás de la muerte de Kennedy

Hasta cierto punto, los magnicidios suelen encuadrarse dentro de una espiral de violencia previa. Este sería el caso del zar Nicolás II tras el triunfo bolchevique en la revolución rusa, de Mahatma Gandhi en el periodo de violencia que siguió a la independencia de India y del presidente egipcio Anwar el Sadat tras la firma de una paz con Israel.

Sin embargo, hay otros magnicidios que, por inesperados, producen un terremoto en la historia. Tal es el caso de John F. Kennedy, tiroteado el 22 de noviembre de 1963 en Dallas. A pesar de las múltiples investigaciones llevadas a cabo, aún persisten numerosos huecos en la investigación y preguntas sin respuesta. Los propios servicios secretos del KGB se quedaron desconcertados por la muerte del presidente de Estados Unidos, temiendo una posible represalia.

Pero el asesinato no llevó a un mayor enfrentamiento con los rusos. El informe oficial de la Comisión Warren, publicado en 1964, concluyó que Lee Harvey Oswald actuó solo en el asesinato de Kennedy. Aunque oficialmente se trata de un caso cerrado, todavía se cuestiona la precisión de las pruebas presentadas, la validez de los testimonios, el ocultamiento de pruebas y la posibilidad de que Oswald fuera tan solo un chivo expiatorio.

A su vez, Kennedy también había sido un político despiadado, lleno de luces y sombras. Son bien conocidas las intentonas de la CIA contra el dictador cubano Fidel Castro. Desde que se desclasificaron los archivos en 2007, conocemos las 638 tentativas de asesinato con que los servicios secretos estadounidenses trataron de poner fin a su vida. Castro ostenta el récord Guinness de intentos de asesinato frustrados por los métodos más ingeniosos: desde moluscos explosivos hasta chalecos de neopreno rociados con veneno.

El peor crimen de Kennedy, sin embargo, tuvo lugar en Vietnam. En uno de los actos de traición más infames de la historia reciente, Kennedy autorizó el derrocamiento violento del gobierno del presidente de Vietnam del Sur, Ngo Dinh Diem. En el otoño de 1963, pocas semanas antes del asesinato de Kennedy, la CIA orquestó un golpe de Estado que acabaría con la vida del católico Diem, el último presidente con autoridad sobre el país sudasiático.

Las consecuencias de este vacío de poder se harían sentir poco después, con la escalada de tensión que llevaría a Estados Unidos a recrudecer la guerra más terrible de su historia.

Una historia alternativa

Sin duda, el magnicidio más impactante de la historia sucedió hace 110 años, un 28 de junio, en Sarajevo. Muchos historiadores, desde Margaret MacMillan hasta Cristopher Clark, se han preguntado qué hubiera pasado en un mundo donde el archiduque Francisco Fernando nunca hubiera sido asesinado.

En este escenario alternativo, no habría habido necesidad de que los gobernantes de Viena amenazaran a Serbia, ni de que Rusia acudiera en defensa de Serbia, ni de que Alemania respaldara a Austria, ni de que Francia y Gran Bretaña honraran sus tratados con Rusia para iniciar las hostilidades.

En esta historia contrafactual, la guerra no hubiera tenido lugar. El Imperio Austrohúngaro seguiría reinando sobre un mosaico de culturas y etnias. La Rusia zarista no se habría desmoronado tan rápidamente y la Revolución de Octubre hubiera fracasado estrepitosamente.

El Imperio Otomano quizás habría sobrevivido un poco más, lo suficiente como para modernizarse gracias a la construcción de ferrocarriles y refinerías de petróleo.

El líder de los bolcheviques, Vladimir Lenin, seguiría disfrutando de sus pasatiempos favoritos: escribir panfletos incendiarios y retirarse periódicamente en sanatorios para descansar.

Adolf Hitler nunca habría entrado en el ejército o en política. En cambio, habría prosperado como pintor de paisajes o retratos de familia en una Austria próspera y feliz.

Por supuesto, los judíos seguirían prosperando sin el trauma del Holocausto y seguiría existiendo un pequeño asentamiento judío en Palestina, pero sin la llegada masiva de refugiados, que seguiría siendo una comunidad minoritaria en la región.

Yizak Rabin, otro gran líder asesinado en nuestro tiempo, hubiera nacido en Ucrania, y jamás habría tenido necesidad de impulsar los acuerdos de Oslo para solucionar el conflicto palestino-israelí.

Claro que, sin las Guerras Mundiales, los avances científicos hubieran tomado también un rumbo diferente. Quizás Estados Unidos no habría llevado al hombre a la Luna, no existiría la bomba atómica y el desarrollo de la penicilina y los antibióticos hubiera sido mucho más lentos. Esto, sin embargo, es tan solo historia-ficción.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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Santiago de Navascués Martínez no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.