Machu Picchu, de los destinos más visitados del mundo

Hay en Perú una montaña sagrada que es como un templo verde de piedra bajo el cielo. Se alza como la Torre de Babel. Es la “Montaña Vieja”; el sueño de miles de viajeros; de los destinos más visitados del mundo. El premio gordo que todo trotamundos desea tener en su haber.

No sé si escogí el mejor momento de mi vida, ya veterana, para escalar hasta los 3,061 metros de altitud. Más de cien escaleras de ciento cincuenta escalones. En piedra y tierra. Lo cierto es que me acompañó la euforia de mi ilusión. La luz pura de un bello día y una botella de agua.

Salí de Miami en avión a Lima. En un vuelo de dos horas, viajé Lima-Cusco. En Cusco tomé el auténtico cóctel de pisco sour y dormí entre cobijas de lana. Madrugué para ir en un bus, 20 minutos hasta la estación de Poroy. Pagué $89 por el billete de ida y vuelta a Aguas Calientes. El tren es típico, cómodo y con techo de vidrio. Por los amplios ventanales se coló el tenue azul del cielo y el paisaje de rocas de granito y así como las laderas de las montañas. El río Urubamba se precipita por un cañón de peñascos, paralelo a la vía del tren. La única parada fue en el arqueológico Ollantaytambo. Los 65.8 kilómetros los recorrió en tres horas y treinta minutos. Por ser la antesala del santuario de Machu Picchu, Aguas Calientes es la puerta de llegada, donde pernoctan los viajeros. Es un centro de encuentro de gentes procedentes de todo el mundo. Posee un mercado de coloridas artesanías como ponchos y sacos de lana de alpaca. Las calles, plazas y negocios se llenan de gente con interés por escuchar cualquier información sobre la subida a la montaña más famosa de América.

Estación del tren a Aguas Calientes.
Estación del tren a Aguas Calientes.

A las cinco de la mañana estábamos en pie. Centenares de viajeros internacionales hacían fila para comprar los boletos de bus que los subiera a la entrada de la montaña. De Aguas Calientes el bus subió zigzagueando, cargado de pasajeros, por un camino rústico. Eran solo nueve kilómetros de trayecto.

El camino hacia Aguas Calientes desde el tren.
El camino hacia Aguas Calientes desde el tren.

Pasamos la revisión de pasaportes y boletos. Permiten el ingreso a este lugar construido en el siglo XV, solo a 2,500 turistas, por día. “Llegó la hora de la verdad”, le dije a mis compañeros de excursión. Maripaz, mi esposa, Beatriz, y su esposo, Willie Retana. Amigos del periplo, residentes en Weston, Florida.

SANTUARIO INCA

6:22 a.m. A la salida, de la casa del guardián, de Machu Picchu, en la pared, se lee una placa. “Homenaje a Hiran Bingham, en el 50 aniversario del descubrimiento de Machu Picchu. 1911 24 julio 1961”.

Hace un poco de frío y la mañana está nublada. No obstante se respira un ambiente de euforia. La muchedumbre se siente alegre de estar aquí cumpliendo un sueño. Son gentes de todas las edades y nacionalidades. Lucen ropas de exploradores, botas para el monte y sombreros contra el sol. Muchos llevan medicinas y repelentes para espantar los insectos. Frutas y agua, para calmar la sed. El camino se inicia con una rampa de un metro y medio de ancho, flanqueado con una baranda metálica por seguridad. Más allá, abismo, y el paisaje. El espectáculo está disponible en el horizonte.

Ciudadela de Machu Picchu.
Ciudadela de Machu Picchu.

“Estamos rodeados de uno de los ecosistemas más imponentes del planeta”, expresó César Castro Boamán, el guía que nos acompañó.

A nuestro alrededor la profundidad era insondable y estaba tapizada de bosques. “Estas montañas son el hábitat de muchas especies de flora y fauna, únicas en el mundo”, agregó. “Hay especies en peligro de extinción como el oso andino y el gallito de las rocas, el ave nacional del Perú”.

6:24 a.m. Divisamos una casa enorme con techo de dos aguas, paredes de piedra, sobre una enorme terraza. A pocos metros están las llamas. “Esos animales pueden vivir sin problemas en estas alturas”, dijo el guía. Cada vez el ascenso es más difícil. Nunca pensé que el bastón llevaba fuera tan útil.

Otro descanso. Más allá, el iceberg de una montaña rocosa gigantesca cubierta de lama que emerge del fondo. La vegetación es de micro clima frío. Bosque nublado. Se divisan las crestas de una cadena de montañas. No tiene fin. Las mariposas juguetean muy cerca de los caminantes. Seguimos en subida. Nos cruzamos con escaladores. Encontramos escaleras de losas de piedra. Dan entrada a otras escalinatas de acceso a un conjunto de edificaciones.

6:35 a.m. No dejamos de subir y de sudar. Hay cansancio. La vista de las ruinas de la ciudad de Machu Picchu es majestuosa. Es el más rico yacimiento arqueológico de la cultura precolombina

6:54 a.m. Increíble. Estamos en el camino del inca. Escuchamos el canto de los pájaros.

6:57 a.m. A nuestra izquierda una muralla de tres metros de altura hecha con placas de granito. En el costado derecho arbustos y orquídeas. “Wiñayhuayna”, es la más famosa, confirma, el guía. “Hay más de 400 especies de orquídeas”, precisó.

6:59 a.m. Paramos. Viene un guía con un morral en la espalda. Pertenece a dos chicas que están de regreso. Ese guía intercambia unas palabras, en quechua, con César, nuestro guía.

7:15 a.m. Plantas de cuatro y cinco metros de altura. Flores pequeñitas. “Stelis, de dos milímetros de ancho”, explicó el guía. Las orquídeas las vemos durante el camino.

7:21 a.m. Dos colombianos y una chilena. Van con un guía. Abre una bolsita de plástico verde con hojas de coca.

El abismo es intimidante. El río Urubamba, —allá abajo—. Un espectáculo que la naturaleza le reserva a quienes vencen el miedo a la altura, y levantan la vista para llenarse de asombro. Estamos ante una obra de autor: el escenario más hermoso esculpido en la cresta de la Cordillera de los Andes. ¿Hojas de coca?— ofreció el guía, a un lado de la escalera. Me detuve. El calor desplazó el frío de la mañana. El esfuerzo de la caminata se conjugaba con la respiración pesada que salía por la boca.

Aguas Calientes es la puerta de llegada y posee un mercado de coloridas artesanías como ponchos y sacos de lana de alpaca.
Aguas Calientes es la puerta de llegada y posee un mercado de coloridas artesanías como ponchos y sacos de lana de alpaca.

Victor, uno de los guías del Parque al servicio de los turistas, tenía en la mano una bolsita con hojas de coca. “¿Se mastican?”, preguntamos “¡No!”, dijo. “No se mastican”. Explicó: “La hoja de coca la pones ahí como una bolita, en un lado de la boca. No tocas los dientes. Solo pasas la saliva”. Armamos nuestros rollitos. Repetimos el proceso observándolo a él. Seguimos la lección para resistir los embates de la falta de oxígeno en las alturas andinas. “Los incas ganaban energía con la coca”, comentó el hombre sosteniendo la bolsa de hojas en la mano y manteniendo su morral en la espalda. “En una hora, hora y media botas las hojas”, dijo. Continuó vigilando como un pastor, a sus cabras, a quienes transitábamos por esas escaleras de piedra que construyeron los incas durante el apogeo de su imperio. Tomamos un nuevo aire y seguimos subiendo la montaña. Ahora entreteniendo el cansancio, con la bola de coca, en la saliva.

9:47 a.m. Lo logramos. Llegamos a la cumbre del camino del inca. 3,061 m.s.n.m. Soleado. Algunas nubes. Olvidamos la falta de fuerzas. Lugar soñado. Coronamos. El paisaje más hermoso de los Andes. Una de las maravillas del mundo.

Enrique Córdoba es escritor y cronista de viajes, de Miami. Enriquecordobar@gmail.com