Lucy Sante sigue siendo la escritora que siempre fue

En sus memorias, Lucy Sante narra su proceso de transición, un periodo de su vida en el que lo único que podía hacer, según ella, era “sentir”. (Erik Tanner/The New York Times)
En sus memorias, Lucy Sante narra su proceso de transición, un periodo de su vida en el que lo único que podía hacer, según ella, era “sentir”. (Erik Tanner/The New York Times)

El nuevo libro de Sante salta entre el pasado y el presente, mientras narra su proceso de transición de género y repasa su vida.

Le llevó toda una vida.

Tras ocultar un secreto “del tamaño de una casa” durante décadas, Lucy Sante, escritora y autora de Bajos fondos, un libro de culto sobre el lado más crudo de Nueva York, inició un proceso de transición de género en 2021, a la edad de 66 años.

Todos los subterfugios que había construido para ocultar su identidad finalmente se derrumbaron gracias a un pequeño experimento que hizo durante la pandemia. Se descargó FaceApp, una aplicación que muestra a los usuarios cómo se verían si cambiaran de género. Subió una foto y luego otra hasta que surgió una cronología alternativa, la de su vida como mujer. Y quedó irreversiblemente atrapada por lo que vio: la persona que había evitado y anhelado durante toda su vida.

Esta epifanía inicia
Ella era yo. Memorias de mi transición
, el nuevo libro de Sante en el que salta entre el pasado y el presente, narrando su proceso de transición de género al tiempo que repasa su vida desde una nueva atalaya.

El libro entrelaza estas dos líneas temporales, “una técnica barata de las novelas de suspenso”, como dice Sante.

(Erik Tanner/The New York Times)
(Erik Tanner/The New York Times)

El pasado es la historia oficial: la migración de su familia de clase trabajadora desde Bélgica a los suburbios de Nueva Jersey en la década de 1960. Sus inicios como escritora trabajando para Barbara Epstein en The New York Review of Books. Sus aventuras trabajando en la librería Strand y deambulando por la escena contracultural de la ciudad de Nueva York en los años 1970 junto a figuras como Elizabeth Hardwick, Jean-Michel Basquiat y Nan Goldin, cuya compañía llegó a evitar en un momento dado por miedo a la proximidad de Goldin con las personas trans.

Luego está la transición, con su ambivalencia y complejidad: su irrevocabilidad y euforia (“Todo lo que podía hacer era sentir”, dice Sante sobre aquellos días). La construcción de una nueva persona. Los arranques y los titubeos. La búsqueda de una versión de feminidad que encajara con ella. La ruptura con su pareja de mucho tiempo. El miedo a ser rechazada románticamente por las mujeres.

Sante, que cumplirá 70 este año, dice que finalmente está viviendo su verdad y no le importa si suena a cliché. Desde su casa en Kingston, Nueva York, habla sobre cómo es transicionar a una edad más adulta, habla de los derechos trans en Estados Unidos y los cambios por los que ha pasado. Esta conversación ha sido editada por extensión y claridad.

¿Qué conexiones ves entre tu transición de género y los cambios en tu voz como escritora?

Me he preguntado mucho sobre eso y no creo que haya mucha diferencia. Uno de los argumentos subyacentes del libro es que en realidad nunca fui un hombre. Sigo siendo la misma persona. Simplemente estoy manifestando exteriormente lo que había interiormente. Pero hay una diferencia importante, y es que estuve cargando con ese secreto durante 60 años. Y ahora, tras deshacerme de ese secreto, no me queda nada que ocultar.

Has mencionado que tu ambición como escritora fue uno de los factores que te impidieron iniciar tu transición antes. Tenías miedo de convertirte en “la escritora trans”.

Nunca quiero tener un solo tema, nunca. Después de escribir Bajos fondos sentí una presión enorme para escribir más libros sobre Nueva York, y no quería hacer eso. Cuando hago mi trabajo, el tema es de importancia central, pero para mí no es tan importante como la escritura. Es como si fuera pintora. Puedo pintar el ballet, puedo pintar una escena de guerra y puedo pintar las flores de mi patio trasero. En realidad se trata de las pinceladas. Así soy cuando escribo.

Como autora, estás casi obsesionada con la fotografía: cómo nos retratamos a nosotros mismos, cómo retratamos a los demás. Parece apropiado que lo que finalmente te impulsó fue la fotografía.

Fue la evidencia visual. Cuando pasé una fotografía reciente a través de FaceApp, me sorprendió el resultado. Mi primer impulso fue ver cómo habría lucido hace 50 años. Empecé a reunir todas las fotografías que tengo de mí. No son tantas, pero están repartidas por toda la casa, desde el sótano hasta el ático. Se convirtió en un proyecto. Me tomó al menos 4 o 5 días desenterrar todas estas fotografías.

Lo había sabido toda mi vida, por eso nunca me travestí ni nada parecido, porque sabía que si lo hacía no habría vuelta atrás. Finalmente llegué a ese punto después de todos esos años.

¿Qué opinas de todas
las copias de tus libros
que se encuentran en los estantes o en las librerías y que tienen tu nombre antiguo?

Hice las paces con eso muy temprano. Espero que mi nombre muerto nunca muera, porque tenemos que deshacernos del inventario acumulado (risas).

Señalas la creciente tolerancia en la sociedad hacia las personas trans como un factor que te permitió salir del closet, pero el clima político ha cambiado mucho en los últimos dos años, con de las personas transgénero en al menos 25 estados. ¿Cómo has vivido esta ola?

Me pone muy triste. Yo no me siento en peligro porque soy demasiado mayor. No le importo a nadie como objeto sexual. Ha habido violencia contra las mujeres trans, especialmente mujeres trans que realizan trabajo sexual, y hombres cuyos sentimientos de vergüenza se expresan mediante la violencia hacia su pareja. Ahora se le une esta gente que está aterrorizada de que sus hijos sean trans. Quieren controlar cómo piensan sus hijos. Se trata de un conveniente chivo expiatorio cultural.

¿Por qué? ¿Crees que el desafío a lo binario asusta a la gente?

La gente tiene miedo de la inestabilidad, tiene miedo de la ambigüedad, tiene miedo de cualquier cosa que no esté claramente designada, en blanco y negro. Porque somos relativamente pocos (probablemente muchos más de lo que nadie sospecha cuando se analizan los casos secretos), muchas personas, especialmente en el interior del país, nunca han conocido a una persona trans. No saben cómo son, por lo que solo pueden confiar en la versión caricaturesca que tienen en su cabeza. Las películas han sido muy malas. Las personas trans han sido utilizadas como figuras cómicas o como villanos espeluznantes. Esa horrible película de Brian De Palma llamada Vestida para matar o El silencio de los corderos, filmes en los que el asesino es una persona trans y asesina porque es raro y trans.

Tu libro no es político, pero existe en este contexto que estamos discutiendo. ¿Cómo crees que encajará en la conversación sobre las personas trans en Estados Unidos?

Espero que humanice. No es la primera memoria trans que se ha escrito. Hay decenas, pero como se me conoce por otros libros, este podría atraer a lectores que normalmente no leerían una memoria trans, y ayudará a explicar cómo funciona, qué tan serio es, que dura toda la vida. No quería convertirlo en una polémica, quería que fuera una historia personal. Creo que es más poderoso que una polémica, porque la polémica termina en prosa muerta. Es solo retórica. Te atraviesa como el aire. Quería algo que quedara grabado en la mente.

c. 2024 The New York Times Company