Los indígenas mexicanos se repliegan para sobrevivir a la COVID-19 barricando pueblos y cultivando su comida
Jeffrey H. Cohen, Professor of Anthropology, The Ohio State University
Mientras el coronavirus golpea México, algunas comunidades indígenas en el estado de Oaxaca, en el sur del país, están aplicando estrategias creativas para afrontar la situación.
Oaxaca, uno de los estados más pobres de México y con mayor diversidad étnica, alberga numerosas comunidades indígenas, incluido el pueblo zapoteca. He pasado muchos años en los valles centrales de Oaxaca realizando investigaciones antropológicas en aldeas rurales zapotecas, documentando la vida de las personas, los patrones migratorios y su cultura alimentaria.
Ahora que mi investigación de verano en Oaxaca ha sido cancelada debido a la pandemia, estoy aprendiendo de lejos cómo los zapotecas están lidiando con el coronavirus en medio de factores tan complejos como la pobreza crónica, la atención médica inadecuada, un acceso a Internet muy limitado, las barreras idiomáticas y la falta de agua corriente.
Trabajando con colegas de la Universidad Tecnológica de los Valles Centrales de Oaxaca, en México, y buscando recursos online, descubrí que los zapotecas están sobreviviendo a la pandemia haciendo lo que siempre han hecho cuando el gobierno mexicano no puede —o no quiere— ayudarlos: recurrir a las tradiciones indígenas locales de cooperación, autosuficiencia y aislamiento.
Hasta ahora, su estrategia está funcionando. Aunque las infecciones y las muertes están aumentando sin cesar por todo México, en Oaxaca muchas comunidades indígenas permanecen en gran parte aisladas del coronavirus. La aldea indígena mixteca de Santos Reyes Yucuná informó de su primera infección el 17 de julio, por ejemplo, cuatro meses después de que la COVID-19 llegara a México.
Estrategias indígenas de supervivencia
La cooperación es un pilar fundamental de la vida zapoteca en Oaxaca. Una historia de exclusión social por parte del gobierno federal recuerda a los zapotecas que no deben depender de los políticos para que los salven.
Las personas trabajan juntas desde una edad temprana, uniéndose en “tequios”, o brigadas laborales comunales, para realizar proyectos que pueden ser desde pintar una escuela hasta reparar la red eléctrica. Los individuos, sus familias y amigos trabajan juntos de manera rutinaria para terminar rápidamente los trabajos pequeños y lograr que los trabajos grandes sean menos abrumadores.
Los zapotecas también mantienen un aislamiento relativo de la sociedad mexicana en general, según muestra mi investigación. Cultivan alimentos en sus “milpas”, pequeñas parcelas de tierra en su jardín, para complementar la comida que compran en la tienda y vigilan sus comunidades con voluntarios a los que llaman “topiles”. Con un elevado nivel de confianza de la comunidad y una historia de autogobierno anterior a la conquista española, los zapotecas que siguen viviendo en la Oaxaca rural no necesitan ni permiten mucho acceso externo a sus aldeas.
Estos tres aspectos de la cultura zapoteca tradicional —cooperación, aislamiento y autosuficiencia— son útiles en medio de una pandemia.
Según la investigadora M.C. Nydia Sánchez de la Universidad Tecnológica de Oaxaca, las familias zapotecas están compartiendo los escasos recursos que tienen, como alimentos, información, agua y mascarillas, en lo que denominan “guelaguetza”: la práctica de trabajar juntos y dar regalos.
En un momento en que la cadena de suministro de alimentos de México está bajo presión, los aldeanos se aseguran de que nadie pase hambre aumentando su cosecha del maíz que se usa para hacer las tortillas.
Los “chapulines”, saltamontes recolectados en los campos que se tuestan rápidamente al fuego, están regresando a la mesa como una alternativa rica en proteínas a las carnes caras compradas en las tiendas, una opción que ya no está disponible a nivel local.
Reglas de consenso
Sin embargo, la naturaleza unida de las comunidades zapotecas también puede complicar otras medidas críticas para limitar la exposición de los residentes a la infección.
Se trata de pueblos pequeños donde viven unos pocos miles de personas. Todo el mundo conoce a todo el mundo y es típico que los zapotecas pasen gran parte de su jornada junto a familiares y amigos. Esto puede dificultar mantener la distancia social que recomiendan los funcionarios nacionales de salud.
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“No saludar tanto en la calle es difícil, porque estamos acostumbrados a hacerlo”, le confesó a Reuters en abril un zapoteca llamado José Abel Bautista González. “Es una tradición, la cultura del pueblo”.
En vez de cerrar las puertas a amigos y familiares, los zapotecas quieren evitar que entre la COVID-19.
En gran parte de Oaxaca, los aldeanos están construyendo barricadas con cadenas, piedras y madera para bloquear físicamente el acceso dentro y fuera de sus comunidades, que por lo general tienen un solo camino. Muchas aldeas se ponen, efectivamente, en cuarentena de la sociedad.
“Decidimos instalar estas barreras para que no entraran visitantes o forasteros”, le dijo a Global Press Journal, el 28 de junio, José Manzano, de San Isidro del Palmar.
Esas decisiones, como la mayoría de las políticas zapotecas, se basan en el consenso de la comunidad, no son fruto de la orden de un líder político local o nacional.
Un futuro incierto
Es poco probable que las comunidades indígenas mexicanas puedan salir ilesas de la pandemia.
Hasta ahora, México está perdiendo la batalla debido a los efectos económicos del coronavirus: los empleos están desapareciendo y los economistas predicen que la economía nacional podría contraerse un 8 % este año. El turismo, el elemento vital de la economía de México, se ha detenido.
Eso significa hambre y una larga recesión que, según los expertos, afectará de manera desproporcionada a las zonas rurales más pobres. La agencia para el desarrollo social de México estima que hasta 10 millones de personas pueden caer en la pobreza extrema, poniendo fin a una racha de casi una década de reducción de la pobreza en el país.
Y si el coronavirus llega hasta las comunidades zapotecas, es probable que afecte mucho a los residentes. Sus aldeas carecen del agua corriente, no pueden mantener la distancia social, no cuentan con suministro de mascarillas y no tienen acceso a la atención médica necesaria para frenar la propagación de la enfermedad.
La falta de agua potable es un factor adicional que aumenta el riesgo de que afecciones intestinales como el cólera, entre otros problemas de salud comunes en las poblaciones indígenas rurales, exacerben los efectos de la COVID-19.
El gobierno mexicano se ha comprometido a construir más hospitales rurales, incluso en Oaxaca. Pero el virus se mueve más rápido que los equipos de construcción. Mientras tanto, los zapotecas saben que su mejor apuesta son ellos mismos.
Este artículo fue publicado en inglés originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos