Los últimos días de la FARC

Tras tres décadas de lucha en las remotas montañas de Colombia para impulsar una revolución marxista, César González, un rebelde de 60 años de las FARC, ahora debe regresar a una sociedad que apenas reconoce.

El miércoles se dio a conocer un acuerdo de paz entre el gobierno de Colombia y los líderes de la guerrilla que pondrá fin a medio siglo de guerra y permitirá que los rebeldes formen un partido político y luchen pacíficamente por el poder en las urnas.

Sin embargo, reintegrar a 7.000 combatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), muchos de los cuales han pasado al menos la mitad de sus vidas en guerra, es una parte crucial en la implementación del acuerdo de paz, y no es una tarea fácil.

“El mundo ha cambiado tanto, sobre todo en cuestión de tecnología, que estamos desactualizados, tendremos que ponernos al día”, comentó González, quien alegó que en la década de 1980 abandonó a su esposa y sus cuatro hijos para tomar las armas y evitar que lo asesinaran por sus ideas comunistas. Desde entonces no los ha vuelto a ver.

Él no sabe mucho sobre iPhones, Internet o lavadoras.

“Antes, los teléfonos tenían discos”, comentó riéndose para indicar lo perdido que se encuentra en la Colombia actual.

Cuando una guerra civil termina, es difícil reinsertar a los grupos guerrilleros en la sociedad, más aún en Colombia debido a todo el tiempo que ha durado el conflicto.

González, quien se dedicaba a enseñar marxismo en un campamento de las FARC en la Cordillera Oriental de Colombia, comentó que no se arrepiente de su vida guerrillera y que ahora se prepara para una nueva vida en la política.

Incluso para algunos rebeldes más jóvenes, como Gissella Mendoza, quien tiene 33 años, la vida civil puede ser un reto.

Durante los 20 años que pasó en las filas de las FARC se formó como médico, salvó vidas, amputó miembros y detuvo el sangramiento de heridas graves. Sin embargo, es poco probable que pueda seguir trabajando en su sector cuando se desmovilice.

Tendría que empezar desde cero y competir con estudiantes privilegiados ya que solo estudió hasta el quinto grado, apenas tiene dinero y ha pasado la mayor parte de su vida alejada de la sociedad.

“Si Dios quiere, seré capaz de seguir adelante, ¿qué otra cosa puedo hacer? Será muy difícil”, comentó con una pistola de 9 mm en la cintura.

El campamento de los rebeldes está ubicado en una zona muy remota, a la que solo se puede llegar después de tres días de viaje en mula, vadeando ríos furiosos y escalando paredes de roca.

El campamento es una miscelánea de estructuras de madera construidas encima de tablones que se extienden sobre el barro. En la entrada pueden verse cerdos gordos mientras el viento furioso compite con el zumbido constante de un generador.

Los combatientes de las FARC creen que es posible llegar a un acuerdo vinculante al terminar la guerra, pero no dudarán en retomar la lucha armada si el gobierno no cumple sus promesas: proteger a los rebeldes desmovilizados, permitirles el acceso a la política e invertir en las zonas rurales.

“Si el gobierno no cumple con sus obligaciones, tomaremos otra vez las armas”, comentó Gabriel Méndez, un joven de 32 años que lleva 18 años en la guerrilla y enseña acuerdos de paz a los rebeldes, aunque le preocupa que puedan convertirse en blanco de los escuadrones de la muerte.

El miedo a perder la vida es real. Durante el proceso de paz de 1985, grupos paramilitares asesinaron a miles de ex rebeldes y partidarios de las FARC.

En la actualidad parece poco probable que se repitan hechos violentos similares, pero algunos guerrilleros se muestran cautelosos. Ellos saben cómo obtener las armas, por lo que el desarme que forma parte del acuerdo sería fácilmente reversible, comentó un rebelde, quien pidió que no revelaran su nombre.

En el marco del acuerdo de paz, las FARC se comprometieron a entregar las armas, poner fin a su participación en el tráfico ilegal de drogas e indemnizar a sus víctimas.

‘DIABÓLICO’

Hasta ahora, los rebeldes creen que la paz se mantendrá y que podrán luchar por el poder en las urnas.

“La paz nos permitirá expresar nuestras ideas, queremos hablar”, comentó Leiber Ramires, un comandante rebelde de 38 años y voz suave, vestido con uniforme verde olivo y unas botas de goma. “A los colombianos les han vendido la historia de que somos diabólicos, pero no lo somos y queremos formar un partido político que nos permita luchar como parte de la sociedad”.

Los combatientes escuchan la conferencia de Leiber en silencio, un silencio que solo es interrumpido por la tos constante. Luego se pondrán en fila para tomar el desayuno y más tarde asistirán a otra clase. Las enseñanzas parecen arcaicas para un país que ha salido de un conflicto y se ha convertido en la cuarta mayor economía de América Latina.

“Somos revolucionarios”, comentó Ramires.

En relación a su futuro, los rebeldes comentaron que quieren participar en una solución política. Esperan vivir de los fondos que proporcione la ayuda internacional.

Pocos hablan sobre los programas gubernamentales para su reintegración y tampoco consideran que regresar a los trabajos después de décadas de lucha sea un problema.

“Esperamos las órdenes de nuestros líderes, veremos qué nos dicen que hagamos”, comentó Amalfi, el nombre de guerra de esta boxeadora de 28 años, que ha estado en las filas desde los 17 años.

Los rebeldes patrullan los valles que se extienden más allá del campamento y cocinan arroz, frijoles y carne de cerdo en el horno de barro de la cocina. Se bañan en el agua fría de la montaña y duermen en camas hechas con los troncos de los árboles y rellenas de hojas. El bosque les ofrece la privacidad que requieren para hacer sus necesidades.

La comida llega en el campamento en mulas de carga. Todos los meses llegan sacos de patatas, artículos de higiene y otros alimentos básicos atados sobre los animales que se tambalean por los senderos resbaladizos de las montañas.

Durante décadas las FARC han utilizado el dinero proveniente de la extorsión y el comercio de drogas ilegales para financiar su lucha.

“Tenemos mucho más de lo que tienen la mayoría de los colombianos, tenemos comida”, comentó Amalfi, que pretende buscar a su familia tan pronto como sea posible.

Las mujeres representan aproximadamente el 30% del campamento, llevan las mismas armas y visten el mismo uniforme que los hombres, pero también se maquillan y usan coloridos adornos para el pelo. No obstante, si los combatientes desean mantener relaciones sexuales entre ellos deben solicitar el permiso del comandante.

Los frentes 51 y 53, que se encuentran a tan solo dos horas de camino a pie, forman parte del temido Bloque Oriental de las FARC. Ambos han sido testigos de una buena parte de la guerra.

Cuando en 2001 las FARC intentaron apoderarse de la capital, Bogotá, los rebeldes se posicionaron en los pueblos vecinos hasta que una intensa ofensiva encabezada por el entonces presidente Álvaro Uribe hizo que se replegaran de nuevo hacia las inhóspitas montañas.

Recuerdan los bombardeos nocturnos como el peor momento de la guerra.

El alto al fuego bilateral acordado en junio ha facilitado la vida en el campamento. Después de las 6 de la tarde pueden fumar y ahora pueden usar antorchas para alumbrarse a lo largo del sendero resbaladizo.

El acuerdo final, que aún no se ha firmado y se debe someter a votación en un referéndum, pondrá a prueba la tolerancia del país. Ambas partes son recelosas y muchos colombianos desprecian las FARC debido a su participación en el tráfico de drogas y los secuestros.

Sin el perdón, el acuerdo de paz podría fracasar y la nación volvería a sumirse en la guerra, afirma la joven de 29 años Katerine Mendoza, quien lleva un collar con la imagen del difunto fundador de las FARC, Manuel Marulanda.

“Éramos civiles. Tomamos las armas por necesidad y si el estado no tiene cuidado, retomaremos la lucha, aunque nos duela en el alma”, afirmó.

Los últimos días de la FARC

Una pareja del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) descansa en el interior de una tienda en un campamento en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Carlos, un miembro del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en el campamento en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Un miembro del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) camina por el campo en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Yuli y Eduar, ambos del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), comen en el campamento en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Miembros del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) patrullan en las remotas montañas de Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Miembros del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) escuchan una conferencia sobre el proceso de paz entre el gobierno colombiano y su ejército, en un campamento en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Patricia, miembro del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), le da de comer a las gallinas en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Alexandra, miembro del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), posa para una foto en el campamento en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Yeimi y Sebastián, miembros del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), dentro de una tienda en el campamento

Yahoo News Photo Staff

Imágenes de John Vizcaíno/Reuters, Historia de Helen Murphy y Luis Jaime Acosta/Reuters

Tras tres décadas de lucha en las remotas montañas de Colombia para impulsar una revolución marxista, César González, un rebelde de 60 años de las FARC, ahora debe regresar a una sociedad que apenas reconoce.

El miércoles se dio a conocer un acuerdo de paz entre el gobierno de Colombia y los líderes de la guerrilla que pondrá fin a medio siglo de guerra y permitirá que los rebeldes formen un partido político y luchen pacíficamente por el poder en las urnas.

Sin embargo, reintegrar a 7.000 combatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), muchos de los cuales han pasado al menos la mitad de sus vidas en guerra, es una parte crucial en la implementación del acuerdo de paz, y no es una tarea f��cil.

“El mundo ha cambiado tanto, sobre todo en cuestión de tecnología, que estamos desactualizados, tendremos que ponernos al día”, comentó González, quien alegó que en la década de 1980 abandonó a su esposa y sus cuatro hijos para tomar las armas y evitar que lo asesinaran por sus ideas comunistas. Desde entonces no los ha vuelto a ver.

Él no sabe mucho sobre iPhones, Internet o lavadoras.

“Antes, los teléfonos tenían discos”, comentó riéndose para indicar lo perdido que se encuentra en la Colombia actual.

Cuando una guerra civil termina, es difícil reinsertar a los grupos guerrilleros en la sociedad, más aún en Colombia debido a todo el tiempo que ha durado el conflicto.

González, quien se dedicaba a enseñar marxismo en un campamento de las FARC en la Cordillera Oriental de Colombia, comentó que no se arrepiente de su vida guerrillera y que ahora se prepara para una nueva vida en la política.

Incluso para algunos rebeldes más jóvenes, como Gissella Mendoza, quien tiene 33 años, la vida civil puede ser un reto.

Durante los 20 años que pasó en las filas de las FARC se formó como médico, salvó vidas, amputó miembros y detuvo el sangramiento de heridas graves. Sin embargo, es poco probable que pueda seguir trabajando en su sector cuando se desmovilice.

Tendría que empezar desde cero y competir con estudiantes privilegiados ya que solo estudió hasta el quinto grado, apenas tiene dinero y ha pasado la mayor parte de su vida alejada de la sociedad.

“Si Dios quiere, seré capaz de seguir adelante, ¿qué otra cosa puedo hacer? Será muy difícil”, comentó con una pistola de 9 mm en la cintura.

El campamento de los rebeldes está ubicado en una zona muy remota, a la que solo se puede llegar después de tres días de viaje en mula, vadeando ríos furiosos y escalando paredes de roca.

El campamento es una miscelánea de estructuras de madera construidas encima de tablones que se extienden sobre el barro. En la entrada pueden verse cerdos gordos mientras el viento furioso compite con el zumbido constante de un generador.

Los combatientes de las FARC creen que es posible llegar a un acuerdo vinculante al terminar la guerra, pero no dudarán en retomar la lucha armada si el gobierno no cumple sus promesas: proteger a los rebeldes desmovilizados, permitirles el acceso a la política e invertir en las zonas rurales.

“Si el gobierno no cumple con sus obligaciones, tomaremos otra vez las armas”, comentó Gabriel Méndez, un joven de 32 años que lleva 18 años en la guerrilla y enseña acuerdos de paz a los rebeldes, aunque le preocupa que puedan convertirse en blanco de los escuadrones de la muerte.

El miedo a perder la vida es real. Durante el proceso de paz de 1985, grupos paramilitares asesinaron a miles de ex rebeldes y partidarios de las FARC.

En la actualidad parece poco probable que se repitan hechos violentos similares, pero algunos guerrilleros se muestran cautelosos. Ellos saben cómo obtener las armas, por lo que el desarme que forma parte del acuerdo sería fácilmente reversible, comentó un rebelde, quien pidió que no revelaran su nombre.

En el marco del acuerdo de paz, las FARC se comprometieron a entregar las armas, poner fin a su participación en el tráfico ilegal de drogas e indemnizar a sus víctimas.

‘DIABÓLICO’

Hasta ahora, los rebeldes creen que la paz se mantendrá y que podrán luchar por el poder en las urnas.

“La paz nos permitirá expresar nuestras ideas, queremos hablar”, comentó Leiber Ramires, un comandante rebelde de 38 años y voz suave, vestido con uniforme verde olivo y unas botas de goma. “A los colombianos les han vendido la historia de que somos diabólicos, pero no lo somos y queremos formar un partido político que nos permita luchar como parte de la sociedad”.

Los combatientes escuchan la conferencia de Leiber en silencio, un silencio que solo es interrumpido por la tos constante. Luego se pondrán en fila para tomar el desayuno y más tarde asistirán a otra clase. Las enseñanzas parecen arcaicas para un país que ha salido de un conflicto y se ha convertido en la cuarta mayor economía de América Latina.

“Somos revolucionarios”, comentó Ramires.

En relación a su futuro, los rebeldes comentaron que quieren participar en una solución política. Esperan vivir de los fondos que proporcione la ayuda internacional.

Pocos hablan sobre los programas gubernamentales para su reintegración y tampoco consideran que regresar a los trabajos después de décadas de lucha sea un problema.

“Esperamos las órdenes de nuestros líderes, veremos qué nos dicen que hagamos”, comentó Amalfi, el nombre de guerra de esta boxeadora de 28 años, que ha estado en las filas desde los 17 años.

Los rebeldes patrullan los valles que se extienden más allá del campamento y cocinan arroz, frijoles y carne de cerdo en el horno de barro de la cocina. Se bañan en el agua fría de la montaña y duermen en camas hechas con los troncos de los árboles y rellenas de hojas. El bosque les ofrece la privacidad que requieren para hacer sus necesidades.

La comida llega en el campamento en mulas de carga. Todos los meses llegan sacos de patatas, artículos de higiene y otros alimentos básicos atados sobre los animales que se tambalean por los senderos resbaladizos de las montañas.

Durante décadas las FARC han utilizado el dinero proveniente de la extorsión y el comercio de drogas ilegales para financiar su lucha.

“Tenemos mucho más de lo que tienen la mayoría de los colombianos, tenemos comida”, comentó Amalfi, que pretende buscar a su familia tan pronto como sea posible.

Las mujeres representan aproximadamente el 30% del campamento, llevan las mismas armas y visten el mismo uniforme que los hombres, pero también se maquillan y usan coloridos adornos para el pelo. No obstante, si los combatientes desean mantener relaciones sexuales entre ellos deben solicitar el permiso del comandante.

Los frentes 51 y 53, que se encuentran a tan solo dos horas de camino a pie, forman parte del temido Bloque Oriental de las FARC. Ambos han sido testigos de una buena parte de la guerra.

Cuando en 2001 las FARC intentaron apoderarse de la capital, Bogotá, los rebeldes se posicionaron en los pueblos vecinos hasta que una intensa ofensiva encabezada por el entonces presidente Álvaro Uribe hizo que se replegaran de nuevo hacia las inhóspitas montañas.

Recuerdan los bombardeos nocturnos como el peor momento de la guerra.

El alto al fuego bilateral acordado en junio ha facilitado la vida en el campamento. Después de las 6 de la tarde pueden fumar y ahora pueden usar antorchas para alumbrarse a lo largo del sendero resbaladizo.

El acuerdo final, que aún no se ha firmado y se debe someter a votación en un referéndum, pondrá a prueba la tolerancia del país. Ambas partes son recelosas y muchos colombianos desprecian las FARC debido a su participación en el tráfico de drogas y los secuestros.

Sin el perdón, el acuerdo de paz podría fracasar y la nación volvería a sumirse en la guerra, afirma la joven de 29 años Katerine Mendoza, quien lleva un collar con la imagen del difunto fundador de las FARC, Manuel Marulanda.

“Éramos civiles. Tomamos las armas por necesidad y si el estado no tiene cuidado, retomaremos la lucha, aunque nos duela en el alma”, afirmó.

Yahoo News Photo Staff
Imágenes de John Vizcaíno/Reuters, Historia de Helen Murphy y Luis Jaime Acosta/Reuters

Los últimos días de la FARC

Una pareja del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) descansa en el interior de una tienda en un campamento en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Carlos, un miembro del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en el campamento en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Un miembro del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) camina por el campo en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Yuli y Eduar, ambos del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), comen en el campamento en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Miembros del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) patrullan en las remotas montañas de Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Miembros del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) escuchan una conferencia sobre el proceso de paz entre el gobierno colombiano y su ejército, en un campamento en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Patricia, miembro del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), le da de comer a las gallinas en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Alexandra, miembro del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), posa para una foto en el campamento en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Yeimi y Sebastián, miembros del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), dentro de una tienda en el campamento en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Miembros del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) escuchan una conferencia sobre el proceso de paz entre el gobierno colombiano y su ejército, en un campamento en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Leidi, miembro del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), posa para una foto en el campamento en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Miembros del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) cocinan en el campamento en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Miembros del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) forman fila para comer en el campamento en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Eduar, un miembro del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), lleva una boina con insignias que muestran las imágenes de Che Guevara y Manuel Marulanda, el difunto fundador de las FARC, en el campamento en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Miembros del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) patrullan en las remotas montañas en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Miembros del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) escuchan una conferencia sobre el proceso de paz entre el gobierno colombiano y su ejército, en un campamento en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)

Los últimos días de la FARC

Una ametralladora y una banqueta en el campamento del frente 51 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en la Cordillera Oriental en Colombia, 16 de agosto de 2016. (John Vizcaíno/Reuters)