Lookout Cay at Lighthouse Point, el nuevo paraíso privado de Disney en medio de mar
Nada puede doler más que dejar un lugar que supera expectativas. Y este es uno de esos casos al ver lo que han hecho ahí. Y cómo lo hicieron
Cuesta decidir qué es lo que más sorprende de este rincón de la isla de Eleuthera en las Bahamas. Si el azul turquesa de sus aguas vistas a prudente distancia o la diáfana transparencia de las mismas una vez que estás dentro de ellas. Si la blancura y finura de la arena o la casi nula existencia de olas que proporciona la visión de un tranquilizante y extenso espejo fundido con la playa. O que, en medio de todo eso, se encuentre un desarrollo turístico de Disney al que ha denominado Lookout Cay at Lighthouse Point.
Sin duda la primera visión es de asombro al ver lo que se instaló ahí: una zona de descanso y esparcimiento diurno al que sólo es posible llegar a través de uno de los buques de Disney Cruise Line. Es, en esencia, la extensión de la exclusividad que se vive a bordo de esos barcos pero en tierra firme, con áreas de juegos acuáticos, restaurantes, bares, tiendas, zonas de actividades recreativas y, por supuesto, la presencia de los ultra conocidos Mickey Mouse, Pluto, Goofy y demás compañía, incluyendo al pato Donald, quien curiosamente aquí nunca está enojado. Aunque en estas condiciones, ¿quién podría estarlo?
A decir verdad, el complejo está diseñado para que cada quien encuentre qué hacer. Hay toboganes y fuentes brotantes donde al ambiente lo invaden las risas y gritos de niños y adolescentes en los espacios conocidos como Rush Out, Gush Out Water Play y Sebastian's Cove, en contraste con el imperante silencio de la Serenity Bay, un área a la que sólo pueden ingresar mayores de 18 años.
Lo que encontró por hacer quien esto escribe fue escudriñar cómo un área de esta naturaleza pudo ser construida sin golpear justo eso, a la naturaleza misma. Porque entre toda esa belleza descrita arriba, eso salta a la vista.
El puente de la milla y media
Lo primero que uno puede apreciar, incluso antes de bajar del barco, es la claridad del océano incluso junto a la embarcación. Y un largo, larguísimo puente que une al muelle con tierra firme. Estos dos elementos van de la mano una vez que se entiende que la claridad de agua del mar depende, además de la limpieza del lugar, de la profundidad del sitio. Para que un barco de casi 300 metros de largo y 11 niveles pudiera atracar junto a la playa, hubiera sido necesario escarbar y remover el lecho marino (lo que se conoce como dragado) hasta lograr una profundidad suficiente para que flote y no encalle.
Un crucero de Disney necesitaría al menos 9 metros de profundidad en la zona para no quedar atorado, ya que la parte que permanece debajo de agua, conocido como calado, es de casi 8 metros. Esto se hace como una práctica común en todos los puertos, con las consecuencias ambientales que eso implica. A menos que quienes desarrollen las cosas sean del equipo de Walt Disney Imagineering.
Lo que idearon fue construir un muelle de caballete abierto a milla y media de la isla que no interrumpiera el flujo del agua y la fauna marina. Esto es, tiene espacios por debajo que permite el paso de peces bajo un modelo que se replica en el puente de casi dos kilómetros y medio. Una caminata que vale la pena por el espectáculo visual de 360 grados que deja a espaldas de uno una impresionante mole de acero donde sobresalen los círculos de la cabeza y orejas de Mickey, a los costados el azul turquesa del mar y al frente una tierra prometida que será justo eso, un oasis en medio del Caribe.
La historia que se debía contar
No hay lugar de Disney que no cuente una historia. Sus cruceros son temáticos, al igual que sus parques de diversiones. Lookout Cay at Lighthouse Point no sería la excepción, con la salvedad de que aquí la narrativa la da el mismo sitio: Bahamas.
Al igual que la preservación de la naturaleza en un desarrollo que ocupa sólo el 16% en construcciones, dejando en su mayoría la tierra natural y con un cero envío de residuos a los vertederos; el contacto con la cultura del lugar ocupa gran importancia. Y eso se nota.
Desde los techos hasta la ornamentación dejan claro dónde estás y qué y quiénes están detrás. En esta ocasión, los acostumbrados desfiles o festejos con los personajes de Disney se han fusionado con el tradicional Junkanoo, un emblemático festival de música y baile donde grupos locales de artistas se dan cita para interactuar con los visitantes.
Lo mismo ocurre con el denominado Disney Fun in the Sun Beach Bash, donde las canciones de la casa son interpretadas en versiones bahameñas.
Mención aparte merecen las manifestaciones de arte, vistas en diferentes sitios del complejo a través de la escultura, pintura y artesanías que incluso son hechas en manualidades a través de talleres celebrados en el Goombay Cultural Center, especialmente creado para eso. Así, basta dar pasos hacia cualquier punto para encontrar azulejos del artista en cerámica Imogene Walkine; piezas a base de palmas trenzadas de Philip y Michelle Kemp; tallas de madera en puertas exteriores, inspiradas en los diseños originales de Andret John; réplicas de los murales de Dorman Stubbs; así como piezas de Kishan Munroe y Edrin Symonette.
Por supuesto, a nadie escapa que Mickey y compañía portan prendas adecuadas para el lugar, las cuales no son cualquier vestimenta, sino una especialmente ideada por Theodore Elyett, famoso diseñador de moda bahameño.
La despedida perfecta
Nada puede doler más que dejar un lugar que supera expectativas. Sea las que uno lleve. Si uno va a divertirse, el ambiente no da tregua. Si uno quiere comer más allá de la saciedad, la oferta local y las costillas BBQ ilimitadas lo dejan a uno más que satisfecho. Si lo que se busca es bucear, nadar o asolearse, no hay lugar más ideal. Incluso si lo que uno buscaba era la contemplación del lugar, el silencio solo interrumpido por el golpe del agua en la playa, la zona exclusiva para adultos o las cabañas privadas se distinguen por eso.
Conforme cae el sol la partida es inminente. Y podría ser dolorosa si no fuera por dos detalles. Uno, la sencilla pero emotiva despedida por parte de los anfitriones quienes desde el muelle y en una fila que cubre todo el largo del mismo, agitan sus manos enfundadas con el inconfundible guante blanco de Mickey Mouse, en una señal, que para la mayoría no fue una despedida, sino un “luego nos vemos”; y dos, la certeza de que el placer de la vacación no terminaba ahí, sino continuaría apenas poner un pie en el barco. Pero esa es otra historia.