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Ella llevó sonidos nuevos a Colombia; el mundo se está poniendo al corriente

La compositora Jacqueline Nova, en primer plano, en el estreno de su obra "Omaggio a Catullus", en Bogotá en 1975, el año en que falleció. (Archivo Ana María Romano G. vía The New York Times)
La compositora Jacqueline Nova, en primer plano, en el estreno de su obra "Omaggio a Catullus", en Bogotá en 1975, el año en que falleció. (Archivo Ana María Romano G. vía The New York Times)

En la década de 1960, cuando las músicas se limitaban principalmente a las labores de profesoras, intérpretes o musas, la compositora colombiana Jacqueline Nova trazó caminos nuevos en Latinoamérica. Con herramientas como amplificadores, cables, poleas, transformadores y osciladores de baja frecuencia para crear sonidos novedosos, sus experimentos sonoros se adelantaron a los programas computacionales para música y a las aplicaciones que son comunes en la actualidad. Nova también ayudó a sentar las bases para el desarrollo del arte sonoro y el arte feminista interdisciplinar en todo el mundo.

No obstante, es ahora cuando empieza a resurgir la obra de Nova y se reconoce su influencia. Hace aproximadamente una década comenzaron a aparecer grabaciones dispersas en internet, seguidas de presentaciones en museos. Todo culminó este otoño con la publicación de un álbum doble, “Creación de la tierra: Ecos palpitantes de Jacqueline Nova (1964-1974)”, de Buh Records en Lima, Perú.

Tal vez el reconocimiento tardío no sea una sorpresa. Nova (quien murió a los 40 años, en 1975, de cáncer de huesos) fue una anarquista consumada, una mujer independiente y autoidentificada como lesbiana en un ámbito dominado por los hombres, que creó música de vanguardia y a menudo transgresora. Aunque tuvo una formación tradicional, jugaba con variaciones en la forma y difuminaba los límites de los instrumentos acústicos, los sonidos electrónicos y el habla humana. Además, desafió el conservadurismo del sistema musical colombiano dominante manteniendo la estructura de sus partituras abierta a la interpretación e invitando a los intérpretes a colaborar en lugar de someterlos a su autoridad.

“Hoy podemos decir que es una artista sonora o interdisciplinaria, pero era una persona autónoma impulsada por la curiosidad”, afirmó Ana María Romano G., profesora de la Universidad El Bosque, en Bogotá, e innovadora musical por derecho propio. “Se planteaba preguntas sobre el sonido, sobre el aquí y el ahora. Su música no era de esa que escuchabas en las calles, pero le interesaba la libertad de participar en el mundo del sonido”.

Con frecuencia, su obra tenía un trasfondo político. Nova incorporó los cantos de los indígenas U’wa a su pieza de 1967 “Uerjayas. Invocación a los dioses” y lo volvió a hacer en “Creación de la Tierra”, su obra maestra de 1972. Al alterar de manera sonora las grabaciones de esos cánticos, planteó preguntas sobre lo que significaba ser percibido como “otro”.

El trabajo de Nova con artistas visuales no fue menos provocador. En lugar de darle al público un papel pasivo, “Luz-Sonido-Movimiento” (1969) de Nova y Julia Acuña invitaba a los espectadores a activar físicamente los diversos componentes de la instalación. Nova colaboró con la banda sonora de la serie “Las Camas” (1974) de la escultora Feliza Bursztyn, en la que los armazones metálicos de las camas, equipados con motores eléctricos y sábanas de satín de colores como las que se usan para cubrir las imágenes de la Crucifixión durante la Semana Santa, se movían de manera sugerente al compás de un ritmo palpitante.

Nova nació en 1935 en Gante, Bélgica, su madre era belga y su padre colombiano, y pasó su primera infancia en Bucaramanga, capital de la región de Santander, en el noreste de Colombia. Creció durante el periodo de La Violencia, la guerra civil colombiana que se prolongó de 1948 a 1958, año en que fue admitida en el Conservatorio Nacional como estudiante de piano. En el conservatorio trabajó con el compositor contemporáneo Fabio González Zuleta y se convirtió en la primera mujer licenciada en composición. En 1967 obtuvo una beca para estudiar en el Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales de Buenos Aires, Argentina, donde encontró la infraestructura y la comunidad necesarias para apoyar la música experimental hecha con máquinas.

Pese a la intensidad y amplitud de su obra, Nova no logró tener en vida el reconocimiento que merecía. El musicólogo Daniel Castro Pantoja señala que las contribuciones de los compositores latinoamericanos a menudo se consideraban secundarias frente a las de figuras de vanguardia europeas y estadounidenses como Pierre Schaeffer, John Cage y Milton Babbitt. También estaba la discriminación de género, que llevó a Pauline Oliveros a escribir un ensayo para The New York Times en 1970 en el que se preguntaba “¿Por qué no ha habido ‘grandes’ mujeres compositoras?”.

Otro obstáculo para obtener un reconocimiento generalizado fue la denuncia sin remordimientos que hizo Nova de los tradicionalistas. Nova rechazaba a quienes se aferraban a las convenciones clásicas y los consideraba temerosos del presente y de la posibilidad de progreso. En 1966, abogó por romper esa burbuja protectora: “El mundo del compositor, del artista”, escribió, “se sitúa concretamente en el momento actual”. Más allá están “los cobardes”, continuó, “los que no se deciden a unirse a nuestra lucha”.

Esa lucha se vio truncada por el fallecimiento prematuro de Nova a causa del cáncer. El movimiento que había empezado a construir aún estaba en sus inicios y, como ella no daba clases, no había estudiantes que continuaran su obra. Según Romano G., la escena de la música experimental colombiana entró en un periodo prolongado de letargo.

Recuperar la música de Nova y demostrar su lugar en el canon electroacústico ha sido una obsesión desde que Romano G. la descubrió cuando era estudiante a principios de la década de 1990. Al asistir a un concierto de “Creación de la Tierra”, Romano G. dijo que le sorprendió tanto su belleza como su singularidad. De acuerdo con Romano G, “no era habitual que se presentaran o estudiaran obras de mujeres. Quizá ocurría con Clara Schumann o Hildegarda de Bingen, pero desde luego no con las mujeres contemporáneas de Latinoamérica”.

Romano G. se convirtió en una especie de detective especializado en Nova. Mientras trabajaba en el Ministerio de Cultura de Colombia, descubrió un tesoro de material, partituras y recortes de la prensa, en su Centro de Documentación Musical. Esto la condujo hasta el hermano de Nova, quien le dio acceso a sus archivos personales. Las entrevistas con contemporáneos le ayudaron a situar la vida y la obra de Nova en un contexto complejo. Aunque Romano G. admiraba la destreza técnica de Nova como compositora, dijo que también estaba ansiosa por saber cómo consiguió prosperar en lo creativo a pesar de vivir en un entorno conservador y adverso al cambio.

Al principio, Romano G. presentó sus hallazgos en revistas académicas y dentro de la escena musical experimental de Colombia. Luego, en 2017, organizó una instalación sonora basada en “Creación de la Tierra” para el Museo de Arte Moderno de Medellín, y otra en 2019 en el Blaffer Art Museum de Houston, en colaboración con Castro Pantoja y Tyler Blackwell. Este otoño pasado, armó el álbum doble para Buh Records.

Ahora es posible escuchar el legado de Nova en la generación actual de artistas colombianos como Alba Triana, cuya obra incluye esculturas de luz y sonido, objetos vibratorios y espacios resonantes; y Lucrecia Dalt, quien fusiona la música tradicional de su infancia con sonidos electrónicos y, a veces, de otro mundo.

No obstante, Ela Minus, música nacida en Bogotá, afirma que el impacto de la propuesta musical de Nova aún no se ha materializado por completo. “Todavía no hay mucha estructura para la música electroacústica en Colombia. La idea es que los músicos vuelvan al pasado, a los instrumentos ‘folclóricos’, y eviten los ‘europeos’”, es decir, los instrumentos electrónicos y la tecnología musical.

Ela Minus descubrió la música de Nova en 2012, cuando estudiaba percusiones para jazz en el Berklee College, mientras veía videos musicales en YouTube. “¡Ella trabajaba con grabadoras de cinta!”, comentó Ela Minus, y añadió que quedó maravillada por la sofisticada espacialidad de la composición electroacústica de Nova de 1968 “Oposición-Fusión”. Ela Minus, de 32 años, dijo que la revelación la ayudó a imaginar un planteamiento nuevo y la inspiró a cambiar a una especialización doble en percusiones y síntesis musical.

© 2023 The New York Times Company