Linda Porn, artista, trabajadora sexual y activista: "El estigma puta empaña a todas las mujeres, por eso nos parece necesario sacar la cara"

Linda Porn, artista y trabajadora sexual.

En 2017 me invitaron a participar en el festival CineMigrante de Barcelona. Era octubre, el mes en el que se celebra la llegada de Colón a Latinoamérica, y estábamos en la ciudad que acoge su estatua más simbólica. En ese contexto me tocó hablar en una mesa sobre resistencias ante la violencia institucional como miembro de SOS Racismo. En el centro de la mesa se sentaba la entrevistada de hoy, a la que conocí en ese instante: la trabajadora sexual y artista Linda Porn (Ciudad de México, 1980).

Compartir aquel espacio de reflexión me rompió los esquemas en mil pedazos. Desconocía la realidad de las trabajadoras sexuales migrantes, la influencia de la Ley de Extranjería en sus vidas, las trabas para poder ejercer sus derechos y la lucha que venían haciendo desde tiempo atrás. Ahora, casi cinco años después de aquel encuentro, Linda Porn - su nombre artístico- ya no vive en Barcelona, sino en Murcia (“aquí puedo comer todas las naranjas que quiera”, bromea). En suelo murciano prosigue con su vida como trabajadora sexual, avanza en sus proyectos artísticos como la obra ‘La llorona’, con la que vuelve el 19 de marzo a Barcelona, y mientras hace activismo como parte importante del Sindicato OTRAS, de CATS (Comité de Apoyo a las Trabajadoras del Sexo) y de la organización Madrecitas, donde denuncia el sistema de quitas de custodia.

En esta nueva entrevista para ‘España no es (solo) blanca’ las palabras de Linda Porn no tienen desperdicio. Hablamos sobre su camino migratorio desde México hasta España, de la censura en Instagram, de cómo las trabajadoras sexuales han sobrevivido a la pandemia y de la lucha de las madres migrantes contra las quitas de custodia.

Repasando entrevistas siempre veo que apareces bajo uno de tus nombres artísticos, Linda Porn. ¿Por qué has tomado esta decisión?

Primero fue la salida del armario. Soy madre soltera, tengo un apellido y un nombre muy peculiares, y mi hija también. Era muy fácil que nos identificaran. Para salir del armario no podía hacerlo con mi nombre real, no solamente por mi hija, sino también por mi madre, mis sobrinos o mi hermana. Es difícil que no se nos vincule, claro. Y también como una provocación aquí, con el Porn, y el tener que pronunciar esa palabra por gente que trabaja en medios de comunicación o museos de arte contemporáneo. “¿Linda qué?”. ¡Es como que no lo quieren decir!

Creciste en México y estudiaste interpretación en el Laboratorio de teatro campesino e indígena. ¿Qué es lo que te llamó la atención de ese mundo?

Desde muy pequeña siempre me ha apasionado la lectura, desde los once años ya leía muchas cosas. Admiraba muchísimo ver ‘Frida’, interpretada por Ofelia Medina, que es la primera Frida que se hace en México, y ver a las actrices de teatro de mi país, por ejemplo en Televisa. Siempre quise ser actriz.

Soy de un barrio marginal, La Doctores, y hay unos programas donde gente con mis características puede acceder al arte. En mi barrio había una escuela de iniciación artística. Al terminar secundaria pude empezar a cursar teatro. Es un programa que realmente sí funcionó porque la gente como yo podía estudiar arte. Mi madre se preguntaba cómo iba a estudiar teatro si el Centro Nacional de las Artes está a ahora y media de casa. Además te piden uniformes… y eso hace que gente de mi clase social no pueda estudiar, es muy costoso. De ahí fui al Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena, que es otra oportunidad de profesionalización para gente como yo.

¿En algún momento tuviste otros planes además de ser actriz?

Yo ya empecé a trabajar como trabajadora sexual con 18 años. Tal y como iba viendo el percal, donde las personas de mi fisonomía no trabajaban en el teatro, ni siquiera en el experimental, y mucho menos en la tele. Cuando iba a hacer un casting me decían que no daba el tipo, por ser vista prácticamente como india y no tener la piel clara. Con 18 años empecé a trabajar como trabajadora sexual. Si no hubiera sido actriz me habría gustado ser escritora, pero no abogada, médica ni fiscal, nada de eso.

En algunas entrevistas anteriores has hablado del mundo de las actrices porno. ¿Qué particularidades encuentra una mujer migrante como tú?

Algo que se puso muy de moda aquí en Europa con las feministas blancas era el porno ético, con Erika Lust y toda esta panda de chicas blancas burguesas. Y yo me dije “qué guay”, yo siempre como una ilusa. Me acerqué a todas las productoras de cine ético feminista blanco, porque incluso las latinas que contratan son mayoritariamente blancas, de rasgos europeos. No se ven rasgos distintos que no sean caucásicos, aunque estén encarnados en otras pieles.

Curiosamente me llama otra productora de los Países Bajos que tiene una empresa de MILFS y me hacen un contrato. Son cosas muy locas. En el porno ético no doy la talla pero en otra productora que no tiene la etiqueta de porno ético es la que me ofrece un contrato y hago escenas ahí.

El estereotipo de la imagen de la migración en España es la de un hombre negro, sin estudios y que llega en patera, aunque eso sea un 5%. Tú perteneces a una realidad diferente. ¿Cómo definirías tu camino migratorio hasta España?

Nunca te imaginas que puede ser tan frontal, tan brutal y tan mierda. Llegas aquí con toda la ilusión del “me voy a España a buscar trabajo”. ¡Una mierda! Me voy a España a que me jodan la vida. Tomas la decisión de salir de tu país, que ya es bastante. Llegas aquí y todo son trabas y trabas y trabas. Vives que no sabes lo que va a pasar hasta que por fin tienes los papeles. Vienes con unas expectativas muy altas, pero cuando llegas todos son hostias. La sensación que me da Europa es que te dice que este no es tu sitio, que no se te ha perdido nada aquí.

Linda Porn (izquierda) representando su obra 'La Llorona' en el Ateneu del Raval, en Barcelona.
Linda Porn (izquierda) representando su obra 'La Llorona' en el Ateneu del Raval, en Barcelona.

Antes has comentado que con 18 años ya empezaste a ser trabajadora sexual, un tema que habitualmente sale a la luz en el debate social. ¿Cuál es la posición que tú defiendes?

La pro derechos. Yo estoy a favor de los derechos de las trabajadoras sexuales. Todo va a ser beneficioso, incluso para toda la sociedad y para otras mujeres, que esté reconocido nuestro trabajo. Derechos a unas horas pactadas, a un pago por esas horas, a vacaciones, días libres, bajas por maternidad y jubilación. Podernos comprar una propiedad, sacar los ordenadores para los niños a plazos, comprar un coche a plazos… Cosas que la gente hace en este país.

Adquirir estos derechos va a ayudar frente a la estigmatización de nuestro trabajo y de nuestras personas. El reconocimiento de nuestro trabajo puede modernizar las mentes de las personas y asumir que es un trabajo. Quizá uno que no a todo el mundo le guste, pero es un trabajo.

Por ejemplo, el PSOE lleva mucho tiempo hablando de la abolición como una de sus grandes prioridades. ¿Cuál es tu respuesta ante esta postura?

El trabajo sexual no se puede abolir y no se va a abolir. Es un sensacionalismo y un amarillismo que tienen el Partido Socialista y el propio presidente para quedar bien con los sectores del abolicionismo, que son los sectores que tienen las instituciones feministas en el poder. Hay que estar buscando los derechos de las personas, que estemos lo mejor posible. Estamos hablando con una Secretaría de Estado de Igualdad, a la que le mostramos varios estudios sobre lo que ha pasado con el modelo de la abolición que ha matado, deportado y retirado muchos hijos a muchas trabajadoras sexuales. La abolición es una clara lucha contra las trabajadoras sexuales, pese a que ellos se dicen progresistas o de izquierdas. Es una medida bastante franquista, de ley mordaza, de limpiar las calles de putas.

Cuando nació el Sindicato OTRAS (Organización de Trabajadoras Sexuales), a la que perteneces, lo hizo con bastante polémica. ¿En qué situación está actualmente el colectivo?

Estuvimos dos años en la oscuridad, amenazadas por el sector abolicionista que fue el que nos denunció. Al final el Tribunal Supremo, un día antes del Día Internacional de las Trabajadoras Sexuales, decide que nuestro sindicato puede funcionar.

Cuando el Supremo da esta noticia, aumenta el número de afiliadas. Hemos aumentado las delegaciones y ahora mismo se ha renovado la Junta Directiva. Hay personas muy jóvenes en la directiva, y eso nos interesa mucho. Nosotras ya estábamos super bien organizadas y asentadas, pero esto nos ha dado el visto bueno de la sociedad. Estamos haciendo acciones sindicales donde podemos, porque ten cuenta que somos un sindicato y vivimos de las afiliaciones. Pero bueno, estamos ahí para defender los derechos de las trabajadoras sexuales, sobre todo de quienes trabajan para terceros.

¿Y cómo ha afectado la pandemia a las trabajadoras sexuales?

Para las trabajadoras sexuales fue imposible gestionar el ingreso mínimo vital. Cuando los clubs se cierran a nadie le importa, la mayoría de las compañeras se quedaron en la calle, algo que al feminismo nunca le importó. El Ministerio de Igualdad no pudo hacer nada por lo que yo sé ahora.

¿Quiénes lo resolvimos? Nosotras. A todas las compañeras trans o las extranjeras que, cuando llegan, estaban viviendo en el club, porque cuando llegas es donde vives. Estás un poco vendida al club porque te da alojamiento y comida, aunque tengas que pagar por todo eso, ya que al llegar a España no es que te alquilen un piso y encuentres trabajo ya. Es imposible. El club te facilita todo eso, a cambio de un porcentaje que nos puede parecer alto, sí. Para muchas trabajadoras migrantes esa opción se fue a la mierda, con los clubs cerrados y las mujeres en la calle. Pero bueno, lo hicimos todo gracias a la sociedad española, a mucha gente que nos dio pasta para que pudiéramos solventar. Al Estado le dio exactamente lo mismo.

Hay muchos estigmas que pesan sobre ti, como los de trabajadora sexual, mujer migrante y madre soltera. ¿Cómo es lidiar con ello?

No es fácil. En su momento me pareció necesario dar la cara. No me quiero esconder, no quiero que se esconda ninguna compañera. Si a la gente le da vergüenza mi trabajo pues lo siento muchísimo. El estigma puta empaña a todas las mujeres. No a todas por igual, por supuesto, pero sí es un estigma que tenemos todas las mujeres, por eso nos parece necesario sacar la cara. A nivel de género es muy positivo que las trabajadoras sexuales tengan una voz, un cuerpo, una posición política y que sean escuchadas.

Cuando las abolicionistas nos dicen que nos callemos es que realmente no quieren que hablemos. Quieren que desaparezcamos del mapa y hacen todo lo posible para ello. La sociedad también tiene una fobia muy interiorizada sobre cómo una puta va a ser madre. Todo lo que te imaginas es que trafica con sus hijos, que se los come o que los viola. No tienes derecho a hablar desde esa posición. Yo fui severamente castigada por la DGAIA (Direcció General d'Atenció a la Infància i l'Adolescència), fue uno de los costes que pagamos las personas como yo que toman un altavoz, se hacen un sitio y empujan con el culo para sentarse allí. En mi caso ha sido un coste muy alto.

Has fundado el grupo Madrecitas junto a Daniela Ortiz para denunciar las quitas de custodia o el uso que se le da a los centros de menores. ¿En qué momento decidisteis organizaros así? ¿Cuál fue el punto de inflexión?

A mí me retiran a la niña, que es un golpe súper fuerte, y Daniela acaba de parir. Todo es muy confuso, en el primer año estaba muy confusa y mucha gente no sabe cómo reaccionar. Algunas lo hacen con rechazo social, diciendo “no queremos saber nada de ti ni queremos que nos vean contigo”. Asumen que si me quitan a la hija es por algo. Son unos años de muerte, yo no existía ni sabía qué hacer.

Más tarde empiezo a recuperarme y a investigar, y me doy cuenta de que está pasando una movida muy rara. Yo había asumido que había hecho algo muy malo y que a la niña me la tenían que quitar, que no tenía que ejercer mi maternidad y que el Estado patriarcal tenía razón.

Empezamos a investigar y con toda la información nos damos cuenta de que hay una violencia estructural que afecta a un sector de la población. Es cuando decidimos formar Madrecitas. Primero fue un shock y luego vino el proceso donde pudimos abrir los ojos y ver lo que pasaba con las retiradas de custodia y la DGAIA.

¿Y cuáles son los elementos que señaláis de este sistema?

Primero los servicios sociales y los trabajadores sociales, que son los que van captando a ver qué madres y niños pueden empezar a meter en sus registros, en su máquina del terror. La figura del trabajador social es la más importante, porque hace el diálogo entre la DGAIA y las familias. Es quien le cuenta a la DGAIA lo que necesita oír para que diga “a este niño lo tenemos que quitar, lo tenemos que sacar de su casa”. Se han llegado a leer expedientes en los que las trabajadoras sociales escriben: “Hemos llegado a las nueve de la mañana y la casa estaba medio recogida”. Para que veas qué tipo de conceptos utilizan, muy casposillos. También las EAIAs (Equips d’Atenció a la Infància i l’Adolescencia), que están llenos de trabajadores sociales que traen ropa de Latinoamérica y que cuando entras en la oficina ves el cartel de ‘Ni una menos’. Estoy sorprendida de que el fascismo se convirtiera en algo progresista.

Cuando estábamos hablando por Instagram para cuadrar esta entrevista te tiraron abajo la cuenta. Al momento ya tenías otras dos abiertas. ¿Cuál es tu relación con las redes sociales?

Luchamos contra el estigma. De repente una red social como Instagram, en la que no te dejan enseñar algo tan natural como las tetas, nos va clasificando a las trabajadoras sexuales, a las politizadas y racializadas. Por ejemplo a Kali Sudhra se la han tirado varias veces. Instagram nos da un cierto tiempo, hasta que empiezas a darte a notar, a interaccionar con mucha gente o con gente que tiene muchísimos seguidores, y ahí es cuando creo que Instagram se da cuenta de que se te está escuchando.

Yo tenía unos 3.000 seguidores, pero estaba reaccionando con muchas personas. Estuve hablando con Roy Galán sobre maternidad, luego contigo, con Kali todo el tiempo… Instagram es abiertamente putófoba. Tenía la cuenta de repuesto, como ya van tres cuentas que me tumban voy teniendo una cuenta para seguir currando. La que me tumbaron ni siquiera es de trabajo sexual, es de curro político.

¿Qué es lo que te lleva a seguir hacia adelante con todo?

No siempre estoy alegre y tampoco siempre soy fuerte. Ahora estoy mucho mejor, pero a mí lo que más me jodió fue la separación de la niña, porque ella y yo siempre hemos estado juntas, solas. Separarnos de un día para otro fue muy duro para las dos. Mi hija, mis proyectos artísticos y la lucha son las tres cosas que hacen que me levante y continúe mi vida de la mejor manera posible.

Algo que me gustaría ver es en el banquillo respondiendo por todo lo que le ha pasado a mi hija a los responsables. Su caso no es el único, muchos están en su misma situación después de haber sido tutelados. Me gustaría que mis ojos vieran a toda esa gente en el banquillo respondiendo.