Un legado perdurable del COVID: las plataformas de extrema derecha que propagan mitos relacionados con la salud

Jessica Watt Dougherty hojea un álbum de fotografías familiares de Randy Watt, quien falleció este año por COVID-19 y tenía una vida oculta en Gab, la plataforma de redes sociales de extrema derecha, en Bellaire, Ohio, el 28 de septiembre de 2022. (Rebecca Kiger/The New York Times)
Jessica Watt Dougherty hojea un álbum de fotografías familiares de Randy Watt, quien falleció este año por COVID-19 y tenía una vida oculta en Gab, la plataforma de redes sociales de extrema derecha, en Bellaire, Ohio, el 28 de septiembre de 2022. (Rebecca Kiger/The New York Times)

WASHINGTON — Poco tiempo después de que Randy Watt muriera por COVID-19, su hija Danielle se sentó ante la computadora de su padre para encontrar pistas de por qué el hombre inteligente y considerado que ella conocía se había negado a vacunarse. Abrió Google, escribió un nombre de usuario que él había usado con anterioridad y descubrió un secreto que la dejó pasmada.

Se enteró de que su padre tenía una vida virtual oculta en Gab, una plataforma de redes sociales de la extrema derecha que difunde información falsa sobre el COVID-19. También hubo otra sorpresa: cuando luchaba contra el coronavirus, les decía a sus seguidores que estaba tomando ivermectina, un medicamento usado para tratar infecciones parasitarias que, según los expertos, no beneficia en nada a los pacientes con COVID-19 (y que de hecho puede ser peligroso).

“En dos ocasiones tosí tanto que la laringe sufrió un espasmo que me cerró las vías respiratorias”, escribió en Gab pocos días antes de la Navidad del año pasado. “Espantoso, sí, pero, en vez de asustarme, me relajé y esto permitió que en unos 15 o 20 segundos se abrieran las vías respiratorias. Me tomé una segunda dosis de ivermectina junto con ibuprofeno para la fiebre y mis vitaminas habituales. Mucho descanso, líquidos y oraciones”.

Watt, un músico y compositor apasionado que disfrutaba mucho estar al aire libre y estaba jubilado de una empresa energética de Ohio, falleció el 7 de enero. Tenía 64 años y su esposa e hijas siguen tratando de entender qué lo atrajo a un sitio como Gab, al cual, su viuda, Victoria Stefan Watt, culpa de lo que ella califica como una “muerte absurda”.

Un sinnúmero de estadounidenses de todo el país está pasando por un tipo especial de duelo derivado del COVID-19: una mezcla de enojo, dolor y vergüenza que se produce al perder a un ser querido que ha hecho caso de las mentiras de las redes sociales. El martes, en lo que fue algo así como su última aparición en la sala de conferencias de la Casa Blanca antes de jubilarse del gobierno a fin de año, Anthony Fauci, asesor médico principal del presidente Joe Biden, suplicó a los estadounidenses que se pronunciaran en contra de la desinformación científica.

“Las personas que poseen la información adecuada, que le hacen caso a la ciencia, que no tienen teorías raras y descabelladas sobre las cosas, sino que basan lo que dicen en pruebas y datos tienen que alzar más la voz porque parece que el otro bando que se la pasa difundiendo información falsa y desinformación no se cansa en su intento”, señaló Fauci.

Los expertos afirman que es probable que la divulgación de información falsa relacionada con la salud —sobre todo en plataformas alternativas de redes sociales como Gab— sea un legado perdurable de la pandemia del coronavirus. Y no hay soluciones fáciles.

Jessica Watt Dougherty, quien se volvió activista después de que su padre, Randy Watt, muriera este año por COVID-19, en Bellaire, Ohio, el 28 de septiembre de 2022. (Rebecca Kiger/The New York Times)
Jessica Watt Dougherty, quien se volvió activista después de que su padre, Randy Watt, muriera este año por COVID-19, en Bellaire, Ohio, el 28 de septiembre de 2022. (Rebecca Kiger/The New York Times)

“Se ha puesto un interés impresionante en el desarrollo rápido de las vacunas”, comentó Tara Kirk Sell, una investigadora sénior en el Centro para la Seguridad de la Salud de la Universidad Johns Hopkins, y añadió: “Pero desde mi punto de vista, aquí falta una pieza: la pieza del comportamiento social. Se puede llevar una vacuna a la población en 100 días, pero si la gente cree que es veneno, seguimos teniendo un gran problema”.

Como preparación para futuras pandemias, la Casa Blanca publicó hace poco una nueva estrategia de defensa biológica a nivel nacional que insta al gobierno a que “mejore las colaboraciones de mensajería” antes de que se presente otra amenaza biológica. Según Raj Panjabi, asesor principal de Biden sobre seguridad sanitaria global, el objetivo es trabajar con “empresas de renombre a las que les importe que el mensaje se transmita de manera correcta”.

Sin embargo, el combate a la información falsa se ha vuelto algo político en sí mismo y ha llevado al gobierno de Biden a enfrentarse en los tribunales contra los fiscales generales de Luisiana y Misuri, ambos republicanos, quienes lo han acusado de reprimir la libertad de expresión en temas como el COVID-19 y las elecciones al trabajar con los gigantes de las redes sociales como Facebook y Twitter.

El miércoles, Fauci será llamado a dar testimonio para ese caso. El lunes, un tribunal federal de apelaciones, apoyado por el Departamento de Justicia, suspendió una orden judicial del tribunal inferior que citaba a declarar a Vivek Murthy, director general de salud pública, y a otros dos funcionarios del gobierno.

No será tan fácil que el gobierno realice colaboraciones con sitios alternativos más pequeños como Gab, un espacio en internet para supremacistas blancos y teorías conspirativas cuyo fundador, Andrew Torba, sostiene que “un nacionalismo cristiano sin remordimientos es el que va a salvar a Estados Unidos”. Este sitio, el cual captó a millones de nuevos usuarios después del asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, está repleto de publicaciones que promueven remedios no probados contra el COVID-19, como la ivermectina. También ha puesto anuncios que ofrecen este medicamento en venta.

En un correo electrónico a The New York Times, Torba mencionó que, al ser un proveedor neutral de plataformas, “Gab no está en la posición de ‘comprobar la información’ de nuestros usuarios ni de evaluar la veracidad o falsedad de cualquier información publicada en el sitio”. También criticó al Times y terminó su mensaje con una orden: “Por favor, arrepiéntanse y acepten a Jesucristo como su señor y salvador”.

Es difícil, si no es que imposible, saber la cantidad exacta de víctimas que ha cobrado dentro de la sociedad estadounidense la información falsa relacionada con el COVID-19, pero los investigadores están intentando averiguarlo. En un informe publicado el año pasado, Sell y sus colegas calcularon que del 5 al 30 por ciento de las personas sin vacunar fueron influidas por las mentiras sobre el COVID-19. En la Universidad George Washington, Sarah Wagner, una antropóloga social que investiga el tema de la muerte y el duelo, cuenta con una beca de tres años otorgada por la Fundación Nacional de Ciencias para estudiar los efectos de la información falsa relacionada con el COVID-19.

De acuerdo con su familia, Watt no negaba que existiera el COVID-19. La mayor de sus hijas, Jessica Dougherty, lo describe como “una persona espiritual”, un hombre reservado a quien le encantaba la música de Neil Young, tocaba la guitarra, el banjo y la harmónica y se dejaba largo su pelo canoso, como si fuera un “hippie de antaño”. Les transmitió a sus nietos su talento musical al enseñarles a tocar la guitarra.

Según su esposa, al inicio de la pandemia, Watt era “muy exagerado con los protocolos”. Usaba cubrebocas y pedía los comestibles por internet para no estar en las tiendas concurridas. Pero en cierto punto, al igual que muchos estadounidenses que no sabían a quién creerle, Watt comenzó a dudar de las autoridades sanitarias. Sentía que querían infundir miedo y que las cosas no estaban tan mal como decían.

En algún momento de diciembre de 2020, justo cuando empezaron a estar disponibles las vacunas contra el coronavirus, sin que su familia lo supiera, se unió a Gab. Sus hijas dicen que no saben qué fue lo que lo atrajo. Su esposa cree que estaba deprimido, encerrado en casa y sintiéndose aislado por estar jubilado y que “entró por el agujero del conejo” a un mundo que no correspondía a lo que él era.

Watt pronto manifestó su decepción del sitio y, en marzo de 2021, señaló que había pagado 500 dólares por una membresía vitalicia sin recibir casi nada a cambio. Calificó a Gab como una “cloaca” y añadió que se veía “obligado a dudar de casi 9 de 10 cosas que leo”.

Sin embargo, Watt siguió visitando el sitio y, con el tiempo, publicó o compartió más de 3200 mensajes. Escribía en tono despectivo sobre Biden y con admiración sobre el expresidente Donald Trump. También compartía publicaciones para promover la ivermectina, misma que la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por su sigla en inglés) había descalificado como tratamiento para el COVID-19.

En una publicación de abril de 2021, Watt se preguntaba si el COVID-19 “podría curarse con tratamientos baratos como con solo vitamina D, vitamina C, ivermectina” e hidroxicloroquina, un medicamento contra la malaria que promovió Trump.

“¿En quién debo confiar?”, escribió Watt. ¿En el gran gobierno, en los medios? ¿Cuándo fue la última vez que me llevaron por la dirección correcta sin mentiras ni embustes?”.

En un país que valora la libertad de expresión, restringir las mentiras en las redes sociales es algo delicado para los legisladores y los funcionarios de salud de Washington. Torba posicionó a Gab como “una empresa basada en la Primera Enmienda, lo cual significa que toleramos discursos ‘ofensivos’ pero legales”, comentó.

Lawrence O. Gostin, profesor de la Universidad de Georgetown y experto en las leyes relacionadas con la salud pública, mencionó que el gobierno se encontraría en “una posición legal débil si intentara regular estas empresas”. Según él, la información falsa y la desinformación sean “tal vez el problema central para la salud pública y la seguridad en Estados Unidos, pero nadie sabe qué hacer al respecto”.

Biden ha intentado usar su tribuna. El año pasado, después de que el director general de salud pública calificó a la información falsa como “una amenaza trascendental para la salud pública”, el presidente acusó públicamente a las plataformas como Facebook de “estar matando a la gente”. Los funcionarios del gobierno también se comunicaron y se reunieron con funcionarios de las empresas de redes sociales para coordinar y promover mensajes precisos sobre el COVID-19.

Dos fiscales generales republicanos, Eric Schmitt, de Misuri, y Jeff Landry, de Luisiana, sostuvieron que los funcionarios habían coludido para restringir la libertad de expresión e interpusieron una demanda en mayo. En julio, un juez federal ordenó que el gobierno de Biden entregara los mensajes entre los funcionarios del gobierno y las empresas de redes sociales. Schmitt y Landry dijeron que los mensajes publicados como respuesta eran la prueba de una gran “actividad de censura”.

Según Stefan Watt, cuando en el invierno y la primavera del año pasado las vacunas estuvieron disponibles, ella y su marido fueron prudentes y quisieron ver cómo les iba a otras personas. En algún momento pensó que se vacunarían juntos, pero Watt se opuso y con el tiempo se volvió más tajante.

“Durante décadas me han puesto vacunas contra la INFLUENZA sin resultados adversos”, escribió en Gab en septiembre de 2021, pero ahora “tengo muchísimo cuidado de ponerme CUALQUIER vacuna por temor a que me administren una inyección de covid”.

La esposa y las hijas de Watt comentaron que no se opusieron a su decisión. “Me educaron con la idea de ‘Lo que dice mi papá está bien’”, comentó Watt Dougherty, y añadió “No fue algo en lo que yo presionara”. Ahora se arrepiente y se siente culpable.

El 26 de diciembre, después de sentirse mal durante cuatro semanas y no querer realizarse una prueba, Watt finalmente fue al hospital. Los médicos le dieron todos los tratamientos posibles contra el COVID-19: esteroides, el medicamento antiviral remdesivir y tocilizumab, un medicamento de anticuerpos monoclonales que la FDA autorizó por emergencia contra el COVID-19 para pacientes que también están recibiendo oxígeno.

Le dijo a su esposa que estaba arrepentido de su decisión de no vacunarse y que finalmente estaba listo para hacerlo, pero fue demasiado tarde. El 4 de enero, grabó un video de despedida. “Me llamo Randy Watt”, dijo detrás de una mascarilla de oxígeno con monitores que sonaban en el fondo. “Tengo 64 años y seguramente me voy a morir”.

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