Cinco lecciones aprendidas (y un caso de éxito) de esta temporada de incendios
Escribimos estas líneas mientras una gota fría finiquita la modesta temporada de incendios de este año en la España mediterránea y, al otro lado del Atlántico Brasilia, La Paz y muchas otras ciudades americanas se ahogan asfixiadas por el humo de los incesantes incendios amazónicos.
Hemos vivido temporadas de incendios muy diferentes a ambas orillas del charco, pero hay una serie de lecciones comunes que podemos extraer de lo acontecido durante este año.
1. Un problema social y de salud pública
Habitualmente asociamos los incendios con problemas ecológicos, pero se están convirtiendo cada vez más en una cuestión de salud pública. Muchas ciudades de Brasil y Bolivia están siendo invadidas por nubes de humo tóxico procedentes de la quema de la vegetación amazónica. Y algo parecido ocurre en Argentina con los incendios en las sierras de Córdoba.
Estos episodios de contaminación por incendios han sido asociados con aumentos de las hospitalizaciones en pacientes con patologías previas, como quienes padecen de asma, o de personas particularmente vulnerables, como los neonatos y los ancianos.
La exposición prolongada a estos humos también se ha relacionado con problemas de ansiedad y salud mental y, en última instancia, aumentan los costes destinados a sanidad.
Aun así, los efectos principales de los incendios forestales los viven quienes están en la primera línea del bosque. Esto es, las comunidades rurales e indígenas que habitan en el bosque o que viven de él. Un año más ha ardido el Pantanal, en Brasil, el humedal más grande del mundo, que ha sido el hogar de los pantaneiros desde tiempos inmemoriales.
2. Los peligros de la transición energética
Este año España ha sufrido el que probablemente sea el primer gran incendio forestal originado en los terrenos de una industria fotovoltaica. El incendio de Talaván (Extremadura) del 20 de julio acabó afectado a unas 900 hectáreas. Aunque por ahora se trata de apenas una anomalía, una curiosidad, esta anécdota se puede transformar muy pronto en tendencia si no tomamos las medidas necesarias.
Según una tesis doctoral de la Universidad de Edimburgo, las instalaciones solares originan entre 14 y 29 igniciones por gigavatio (GW). España es uno de los países con mayor implantación de la industria solar, con unos 25 GW de potencia. Bajo estas condiciones, cabría esperar entre 362 y 725 incendios anuales en base al trabajo mencionado.
Asimismo, España cuenta con unos 125 GW de potencia eléctrica instalada. Si el 100 % fuera solar, cabría esperar hasta 3 625 incendios al año. Por tanto, las actuaciones de prevención y el buen mantenimiento de estas infraestructuras cobran cada día una mayor relevancia y urgencia a medida que avanza su implantación a gran escala.
3. Incendios zombi: la nueva normalidad que nos deja el cambio climático
Muchos de los incendios que ha registrado Canadá este año se iniciaron en 2023. Estos habían sobrevivido a las nieves invernales consumiendo la materia orgánica del suelo y regresaron a la superficie del bosque tras el deshielo. Se trata de unos verdaderos incendios “zombis”, con inquietantes repercusiones climáticas.
Las emisiones por incendios en Canadá del 2023 ya fueron superiores a las de cualquier país del mundo (exceptuando EE. UU., China e India). Todavía es pronto para calcular las de este año, pero millones de hectáreas quemadas en apenas dos años consecutivos nos advierte sobre cómo el problema del cambio climático es aún más grave de lo que podemos imaginar.
4. Los incendios más mortíferos en áreas protegidas
Los dos incendios que, seguramente, han resultado los más devastadores de este año se iniciaron en áreas protegidas. El incendio de Valparaíso (Chile) de febrero de este año segó la vida de casi 140 personas. Las llamas nacieron en la Reserva Nacional Lago Peñuelas y mostraron un avance particularmente rápido debido al estado de la vegetación y de la atmósfera. El incendio en Jasper (Canadá) forzó la evacuación de todos los habitantes de esa localidad y acabó devorando un tercio de las casas.
La chispa con la que arrancó cada uno de estos dos incendios fue muy diferente, pues el primero resultó de un incendiario, mientras que un rayo prendió el segundo. Pero el resultado fue el mismo: un incendio cuya energía desbordó muy rápidamente la capacidad de los servicios de extinción. Esto nos indica la necesidad de enfatizar las políticas de prevención de incendios también en áreas protegidas.
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5. ¿Protegemos bosques o casas?
Uno de los grandes retos a los que, nuevamente, se han enfrentado los cuerpos de extinción este año es cómo afrontar la protección de casas, y de personas, con respecto de la protección del bosque.
Cuando los núcleos habitados no cuentan con planes de prevención, la extinción se desarrolla con una gran incertidumbre. Los recursos se deben asignar preferentemente a la población, y no se pueden apagar las llamas que consumen el bosque. Sacrificamos ecosistemas para proteger a esta población que, en muchas ocasiones, luego clamará por la pérdida del bosque.
Los planes de prevención periurbana son responsabilidad privada, mientras que el bosque, aun cuando sea privado, aporta beneficios a toda la sociedad. Los planes de prevención periurbana, cuando están bien ejecutados y son lo suficientemente ambiciosos, permiten reducir la incertidumbre en la extinción. Esto nos permitirá poder gestionar ecosistemas en una situación donde todos ganamos.
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Casos de éxito
El incendio ocurrido a principios de agosto en Vilanova de Meià (Prepirineo leridano) nos dejó un ejemplo de éxito sobre cómo gestionar el fuego en el bosque y en ambientes urbanos.
Durante los años 2014-2020, se ejecutaron una serie de quemas prescritas preventivas en una zona definida como estratégica para poder reducir el comportamiento de un eventual incendio.
Por un lado, la posición de la quema evitó el impacto en el pueblo de Montargull y en dos casas de turismo rural, funcionando por tanto como elemento de protección civil y para disminuir el estrés social. Esto es porque la intensidad del incendio disminuyó al llegar a esta zona tratada, dando una oportunidad a los servicios de extinción para apagar el incendio.
A nivel ecológico, en la zona previamente tratada ya observamos regeneración y cómo la mayoría de árboles sobrevivieron. Sin embargo, la gravedad del incendio fue muy elevada en la zona sin tratar, debido a la gran intensidad de las llamas, y no se aprecian signos de regeneración un mes después del incendio, pero sí una afección importante sobre el suelo.
Este 2024 nos está dejando con nuevas lecciones y viejos recordatorios sobre cómo mitigar y prevenir el problema de los incendios forestales. Esperemos que esta vez instituciones, profesionales y científicos tomemos nota.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Víctor Resco de Dios recibe fondos del MICINN y la Unión Europea.
Marc Castellnou y Rut Domènech no reciben salarios, ni ejercen labores de consultoría, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del puesto académico citado.